Escuchar más, hablar menos

Ya son más de 113.000 las muertes por coronavirus en el mundo (ESPINOSA AGUILAR /CUARTOSCURO.COM)

Un diálogo se define por ser algo de a dos, un emisor y un receptor. Pero un diálogo enriquecedor se produce cuando ese intercambio se vuelve simétrico. Uno habla, otro escucha y viceversa. Un tiempo de confinamiento como el que vivimos no tiene por qué ser de incomunicación. Sin embargo, y a diferencia de lo que se podría creer, escuchar no es una tarea pasiva. Eso lo sabemos bien los médicos de familia; lo llamamos escucha activa. Debería saberlo aún mejor la clase dirigente.

La escucha activa es algo que se aprende. Por sobre todas las cosas, nos ayuda a comprender al otro, sea este un paciente o un ciudadano, y para ello se requiere practica y habilidad. No solo es escucha con los oídos, sino también con la mirada, la postura y los gestos. Se requiere de paciencia y atención. Se estima que los médicos interrumpimos a nuestros pacientes cada 23 segundos mientras ellos intentan explicarnos su problema o dolencia. Por eso, cuando el paciente o ciudadano habla hay que ser consciente de que nos habla a nosotros. De allí que, aunque no nos guste lo que escuchamos, es importante mantener la mente abierta y preguntarnos por qué nos dice lo que nos esta diciendo. Eso, además de mente abierta, requiere respeto.

Escuchar activamente, como vemos, no es solo escuchar sino también mirar y observar. En especial cuando tenemos por delante una situación tan particular y extraordinaria como es una pandemia de la que aprendemos día a día. El buen escucha ya habrá entendido, hace rato, que se trata de una situación social y no médica. Hace rato dejó de serlo y ya se estima que el PBI global se verá afectado de manera significativa, sin contar el sufrimiento individual de todas las personas que han perdido su empleo. En ello, la mente amplia para el análisis y comprensión es fundamental. Ocurrió en México, donde tras los irresponsables mensajes al inicio de la pandemia, hoy el Gobierno se está rectificando, o al menos avisando lo que se viene. El primer aviso ocurrió hace casi dos semanas cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador envió un discurso a la ciudadanía en un tono muy diferente a las estampitas religiosas que lo habían acompañado previamente. En esta oportunidad, decidió reemplazarlas por gráficos en forma de curva epidemiológica. Desde la Secretaría de Salud, hace unos días se introdujo el concepto de número estimativo de contagios por intermedio de un factor de corrección, que situaba en más de 23.000 los casos probables, siendo las cifras oficiales de casos notificados mucho menores. Luego se avisó a la población que posiblemente las condiciones de confinamiento se endurezcan en los próximos días. Es claro que escucharon, no sé si a la ciudadanía, pero sí al mundo.

En Argentina ocurre algo curioso. Lo primero es confundir una situación de emergencia sanitaria con la épica. No fuimos originales, ya lo hizo Donald Trump con su America First y hoy America es first en fallecimientos por coronavirus con mas de 33.000 víctimas. Lo otro es la histórica costumbre de falta de datos confiables. La épica suele abonar en terrenos donde raya el nacionalismo y otro valores sanguíneos e instintivos, allí donde es más importante lo que se dice que los números que puedan sustentar esa verdad. La razón suele quedar fuera. No estuvo la publicidad mundialista de la cerveza, pero “hay que abrir la cancha”, nos alentaban hace solo unos días desde la TV.

Fue por los monitores también que vimos a un ministro hablar ante un enjambre de micrófonos sin respetar la sana distancia, sin barbijo y sentado en el asiento de acompañante. Lo mismo a un presidente que se abraza con trabajadores de un centro sanitario para la reglamentaria selfie. Para una ciudadanía que escucha (y observa) esos mensajes, es inevitable confrontarnos con el viejo refrán: haz lo que digo, pero no lo que hago. Comunicación irresponsable.

En los últimos días se pidió unidad. Es lo que todos esperaríamos ante una contingencia como la que se vive. Sin embargo, el riesgo de no escuchar a la otra parte es confundir unidad con unanimidad, similar a confundir hinchazón con gordura. El optimismo militante con su fervor puede hacer olvidar que no hubo país que levantara el confinamiento en solo dos semanas. Peligroso por donde se lo vea y si no pregúntenselo a los italianos.

Son tiempos donde es obligada la escucha activa a una ciudadanía y que se traduzca en conductas y comunicación responsable. Una escucha que no puede permitir confundir unidad con unanimidad. Para eso hay que tener mente abierta, pero sobre todo empatía y humildad. También solidaridad y altruismo, justamente lo que necesitamos en estos tiempos donde la pandemia recién está llegando a nuestras tierras. Ya lo decían las abuelas, escuchar más y hablar menos, que para eso tenemos dos oídos y una boca. El tiempo dirá.

El autor es doctor en Medicina, Universidad de Salamanca, España, profesor titular de Medicina, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, y profesor titular de Postgrado, Fundación Barceló, Buenos Aires, Argentina.