Una de las interpretaciones posibles del drama derivado de la aparición del Coronavirus a escala global surge de la idea de que la maldita pandemia es una suerte de respuesta de la naturaleza ante la incapacidad de los hombres de limitar el daño ambiental. Una depresión económica autogenerada a través de extendidas cuarentenas estaría generando una especie de corrección natural en el ciclo planetario. Es una hipótesis. No estoy seguro de que sea así. Tampoco lo niego. Simplemente no lo sé. Pero esa posible interpretación de los hechos me trae al recuerdo algunos sucesos del pasado.
Corrían los primeros meses de 1968 cuando un grupo de científicos, industriales, académicos y diplomáticos convocados por el empresario italiano Aurelio Peccei y el científico escocés Alexander King se congregaron en la sede de la Accademia dei Lincei, en el fantásico palazzo del siglo XVI de Villa Farmesina, en la capital italiana, dando lugar al llamado “Club de Roma”.
El propósito de la reunión era intercambiar ideas sobre las alteraciones que se estaban produciendo a escala planetaria como consecuencia de la vida humana. Es decir, respondía a las primeras advertencias de la entonces incipiente preocupación ambiental. Peccei observó que los problemas que aquejaban a la humanidad -el deterioro ambiental, el exceso de individualismo, la pobreza, las enfermedades endémicas, el crimen- estaban interrelacionadas. Un discurso de Peccei provocó la atención nada menos que del secretario de Estado norteamericano Dean Rusk quien de inmediato lo hizo traducir al inglés y ese hecho provocó una primera difusión de sus ideas.
Peccei, un industrialista antifascista que había escapado a la persecución de las autoridades italianas sobreviviendo a la guerra, dedicó sus esfuerzos empresariales a la reconstrucción de la Fiat. Aquella tarea lo llevaría a la Argentina, siendo uno de los fundadores de la filial Fiat Concord, durante los años 60. Más tarde, Peccei fue titular de Olivetti. King, por su parte, había actuado como director del la Agencia de Productividad Europea y director general para asuntos científicos de la OECD.
Pero el Club de Roma recién adquiriría interés cuatro años más tarde cuando cuando se publicó el informe “Los límites al crecimiento” (1972), encargado por sus integrantes y financiado por la Fundación Volkswagen. La publicación -no exenta de polémicas- indicaba que para el año 2052, la temperatura del planeta aumentaría en unos dos grados. A su vez, indicaba que entre el año 2008 y 2020 el mundo alcanzaría un nivel de producción de bienes y servicios máximo que se ubicaría al tope de las capacidades materiales derivadas de la disponibilidad de recursos naturales existentes. El Club de Roma advertía sobre diversas alteraciones globales que afectarían a la Humanidad en su conjunto y sus advertencias fueron calificadas como absurdas.
Fue la científica ambientalista egresada de Harvard Donella Meadows la encargada de dirigir el proyecto que culminaría con la publicación de aquel informe de 1972 y que tomó el modelo científico elaborado por el ingeniero en sistemas Jay Wright Forrester del MIT. El mismo contenía una serie de admoniciones acerca de la capacidad del planeta tierra para resistir el grado de expansión económica derivada de la búsqueda de satisfacción de bienes y servicios de la humanidad. El informe indicaba que de mantenerse el aumento sostenido de la población mundial y los niveles de industrialización vigentes, con el consiguiente nivel de contaminación, se verificaría la aparición de límites materiales concretos a escala global volviendo insostenible ese ritmo de crecimiento. Las conclusiones del informe llevaron a plantear a algunos de los científicos que colaboraron en su elaboración a proponer polémicas iniciativas que condujeran, de una u otra manera, a formas de crecimiento cero.
En ese mismo año de 1972, como es sabido, tuvo lugar la conferencia de Estocolmo dando nacimiento al 5 de junio como "Día Mundial del Medio Ambiente" coincidente con la apertura de dicha cumbre. Casi simultáneamente, fue creado el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Meses más tarde, la geopolítica intervino cuando, como consecuencia de la Guerra de Yom Kipur (octubre de 1973) entre Israel y Egipto y los países árabes, el precio del petróleo se cuadruplicó en pocas semanas desatando una severa recesión en el mundo desarrollado. En las décadas que siguieron, las conclusiones del informe sobre "Los límites al crecimiento" fueron cuestionadas en algunos sectores de la comunidad científica dando paso a esquemas de protección ambiental que contemplarían fórmulas de desarrollo sustentable. Los esquemas hiper-proteccionistas fueron catalogados como fundamentalistas y "simplistas".
En los últimos años, a escala global volvieron a reaparecer debates en torno, especialmente, al cambio climático. Los gobiernos de las principales potencias del planeta adoptaron posturas divergentes que van desde los esfuerzos del llamado Pacto de París (2015) hasta diversas formas de negacionismo de la problemática.
Desde su fundación en 1968, el Club de Roma, con sede en Suiza, ha establecido diferentes niveles de membresía. En su página web, exhibe con orgullo haber tenido entre sus miembros honorarios a celebridades como la reina Beatriz de Holanda, el ex premier de la India Manmohan Singh, el ex presidedente de la Comisión Europea Jacques Delors, el intelectual y ex presidente del Brasil Fernando Henrique Cardoso, el checo Vaclav Havel, el ex presidente alemán y ex titular del Fondo Monetario Internacional Horst Kohler, Rigoberta Menchu, el ex presidente uruguayo Luis Lacalle Herrera, el Rey Juan Carlos I, y el último secretario general de la Unión Soviética Mikhail Gorbachov, y ha fundado asociaciones en unos 30 países.
A lo largo de los años que siguieron a su fundación, el Club de Roma, las intenciones de sus fundadores, sus conclusiones y sus vinculaciones fueron objeto de críticas y suspicacias. Algunos calificaron sus advertencias como simplistas y sus integrantes como "amateurs" escondidos detrás de nobles propósitos.
En tiempos es que la humanidad enfrenta un desafío global, derivado de una pandemia extendida a escala planetaria y ante la cual los gobiernos de todas las latitudes y todas las ideologías parecen actuar detrás de los acontecimientos, aquellas reflexiones de 1968 vuelven a hacernos pensar. Algunos sostienen que los desafíos que el coronavirus parece estar imponiendo a la vida del hombre sobre la tierra podrían tener implicancias decisivas en nuestra existencia. En estas semanas hemos leído y escuchado, con distintas dosis de racionalidad, preguntas que no dejan de inquietarnos. ¿El coronavirus es una advertencia, un llamado de la Tierra ante nuestra incapacidad de un manejo racional de los recursos naturales? ¿Es acaso, una corrección natural- como tantas otras a lo largo de la historia- y por lo tanto la salvación en el largo plazo de la vida humana sobre esta nuestra tierra aun a costa de una nueva era glaciar, en este caso económica? ¿O es acaso un retroceso a la Edad Media, un descenso a los tiempos en que el miedo se apodera de los hombres y los triunfos civilizatorios de la libertad ceden en el altar de la seguridad sanitaria? Demasiadas preguntas para escasas certezas.
Los creadores del Club de Roma pudieron ser profetas solitarios, cruzados rebeldes que intentaron imponerse en el camino inexorable de la Humanidad hacia un suicidio inconsciente o simples amateurs neomaltusianos recicladores de teorías perimidas. Son incógnitas que surgen en estos tiempos aciagos, plagados de angustias y llenos de interrogantes.
El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica.