Gobernar no es fácil. Henry Kissinger sostiene que en los gobiernos las decisiones fáciles las toman los funcionarios de menor jerarquía. A los despachos de los líderes suelen llegar aquellas posibles medidas cuyos beneficios y costos no son claros. Si bien esto siempre ha sido así, hoy lo es especialmente. Es probable que en poco tiempo los gobernantes de la Argentina y de gran parte mundo tengan que optar entre la pérdida de vidas causadas por el coronavirus o las consecuencias de una profunda y prolongada crisis económica.
Este dilema ya se lo viene planteando Donald Trump, quien expresó: “No podemos permitir que la cura sea peor que el problema”. Se refiere a los costos que el aislamiento social que se ha establecido en parte de Estados Unidos puede tener para la economía. Se estima que, de extenderse en el tiempo, el país podría perder 5 millones de puestos de trabajo y que cientos de miles de empresas quebrarían. Pero los costos de flexibilizar la cuarentena también podrían ser enormes. Si no se toman medidas como las actuales, o inclusive más estrictas, las muertes causadas por un sistema sanitario totalmente desbordado podrían superar, según un estudio del Imperial College de Londres, los dos millones.
Esta es una decisión que deberá ser tomada con poca información y en medio del nerviosismo y de la incertidumbre que reina hoy en día. Aún no se sabe, por tomar un caso, cuál es el índice de mortalidad del coronavirus o cuán agresivo es a la hora de transmitirse. Si bien ya se está trabajando en nuevas medicinas para tratar los efectos de la enfermedad, aún no se sabe cuán efectivos son o cuánto tiempo llevará producir una vacuna. Tampoco existen certezas respecto al potencial daño económico. La recesión podría de hecho transformarse en una depresión mundial. A esto debemos sumarle las consecuencias políticas que tendría una debacle de este tipo (¿El fortalecimiento de los nacionalismos? ¿La aparición de nuevas formas de autoritarismo?).
Los líderes de otros países enfrentan situaciones similares. Boris Johnson, que inicialmente había optado por una solución más flexible ante el avance del coronavirus, debió finalmente implementar duras restricciones al movimiento de los ciudadanos británicos. En nuestra región, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador parecen haber priorizado el mantenimiento de la actividad económica. La situación en España e Italia es tan grave que sus gobernantes no tuvieron otra opción que imponer políticas de aislamiento social nunca vistas. Luego habrá tiempo para impulsar el crecimiento económico.
Si bien la realidad argentina es menos grave que la de Italia y España, también resulta preocupante. Los riesgos sanitarios podrían ser incluso mayores porque carecemos de un sistema de salud como el que tienen las naciones desarrolladas. Detener el avance del coronavirus se vuelve entonces prioritario. Pero al igual que ocurre en Estados Unidos, una extensión de la cuarentena presenta riesgos. La Argentina no cuenta con los recursos necesarios para implementar políticas fiscales o monetarias que permitan frenar la caída de la economía. El riesgo de que se termine quebrando la cadena de pagos es real y, debido a la informalidad de nuestra economía, sabemos que si se paraliza la actividad económica millones de argentinos sufrirán enormemente.
¿Es posible pensar en una alternativa que no se limite a continuar la cuarentena indefinidamente o volver a la situación de hace unas semanas atrás?
Una posibilidad consiste en implementar testeos masivos que permitan identificar y aislar a los infectados. En parte fue así como Corea del Sur y Singapur lograron frenar la expansión del virus sin detener completamente sus economías. Si bien sus experiencias no pueden ser trasladadas de la misma manera a otras naciones (Corea y Singapur son más pequeños que Estados Unidos y más ricos que la Argentina), el testeo masivo forma parte de la solución. Por otro lado, varios gobiernos están considerando la posibilidad de imponer cuarentenas estrictas para los grupos más vulnerables de la población (como pueden ser los mayores o quienes ya tienen alguna enfermedad) y permitirles a los miembros más jóvenes y sanos trabajar, en la medida en que respeten normas como el uso de mascarillas.
En el caso argentino, aún nos quedan algunas herramientas económicas para utilizar. Una renegociación de la deuda con los acreedores privados liberaría importantes fondos fiscales. También es posible que la baja demanda de dinero causada por la crisis permita implementar políticas monetarias levemente expansivas sin producir una hiperinflación. Lo importante es que tanto las políticas sanitarias como las económicas formen parte de un mismo plan estratégico que, de manera coordenada, busque evitar una catástrofe.
Algunas de las decisiones que hemos mencionado aquí deberán ser tomadas en los próximos días. Pocas veces en nuestra historia hemos necesitado de liderazgos tan esclarecedores como en la actualidad.
El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center