Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos;
Era el siglo de la locura, era el siglo de la razón;
Era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad;
Era la época de la luz, era la época de las tinieblas;
Este párrafo, con el cual comienza Charles Dickens su Historia de dos ciudades, refleja la dualidad con que se maneja el mundo actual. Por un lado, el mundo nunca se ha encontrado mejor que en estos tiempos. Y sin embargo, la sensación generalizada es de incertidumbre y escepticismo.
El Papa ha sugerido que hoy estamos viviendo un “cambio de era”, fenómeno diferente a “una era de cambios”: un período de transición radical, totalmente diferente, con momentos excepcionales que la humanidad no ha transitado frecuentemente. Hay sugerencias sobre cómo podría ser el futuro, pero grandes dificultades para entender cómo construirlo.
¿Cómo distinguir entre ambas figuras? Las transformaciones en la era de cambios no alcanzan a cambiar la forma de razonar y considerar los cambios, que suelen darse en áreas concretas y singulares, con poca interacción entre sí. Un cambio de era, por el contrario, muestra que los cambios son mucho más profundos y abarcan a todas las condiciones en que vivimos y comprenden a la casi totalidad de las manifestaciones sociales. Así se ven afectados las comunicaciones, el futuro del trabajo, la educación, los sistemas políticos y el orden internacional, entre otros.
Esta limitación frente a los cambios produce una sensación de incertidumbre casi generalizada respecto a un futuro que ya está aquí. Todo es transición y debemos aceptar que no hemos encontrado aun un nuevo parámetro.
En el pasado, hemos padecido de sensaciones semejantes, aunque las circunstancias que las provocaban fueran sustancialmente distintas. En la entreguerra del siglo XX, entre el fin de la Primer Guerra Mundial y comienzos de la Segunda, la misma sensación de incertidumbre afectaba a las sociedades. Ya sea como nihilismo individual o como un sentimiento colectivo que se reflejaba en la literatura -ya que la sociología no tenía el desarrollo actual- y se encuentra en obras literarias, como Doctor Fausto, de Thomas Mann, de descripciones como La Viena de Wittgenstein, de Toulmin, o El mundo de ayer, de Stephan Zweig.
Una cara positiva la propone Hans Rosling, en su libro Factfulness, del 2018, cuyo subtítulo es: “Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas”.
Rosling y un grupo grande de pensadores e intelectuales afirman que nunca el mundo ha estado mejor. George Washington seguramente no vivía mejor que Julio César, pero en estos últimos doscientos años la cosa ha cambiado totalmente para la mayoría de la población.
Los datos que maneja Rosling, muestran que:
-En 1800, el porcentaje de pobreza de la población mundial era del 85%. Hoy es del 9%.
-En los últimos 20 años, la proporción de la población mundial que vive en condiciones de extrema pobreza se ha reducido a la mitad.
-La expectativa de vida en el mundo es, en la actualidad, de 70 años
-El 60% de las niñas finalizan la educación primaria
-La mayor parte de la población mundial vive en países de ingresos medios.
-Actualmente, hay en el mundo 2.000 millones de niños de edades comprendidas entre 0 y 15 años. En el año 2100, según las Naciones Unidas, habrá 4.000 millones.
-La ONU predice que en 2100 la población mundial habrá aumentado en otros 4.000 millones, pero que la causa principal es que habrá más personas ancianas que superen los 70 años.
-En los últimos 100 años, la cantidad de muertes debida a desastres naturales se ha reducido a la mitad.
-El 80% de los niños han sido vacunados.
-En el mundo, el 9% de las mujeres de más de 30 años han asistido una media de 10 años a colegios, mientras que el porcentaje de hombres es el 10%.
-Ninguna de las especies amenazadas de extinción en 1969 ha desaparecido.
-El 80% de la población mundial tiene acceso a la electricidad.
Pero el aporte interesante de Rosling no se limita a las señales de la situación general del mundo, sino a demostrar que la gente ignora esa calidad de vida reflejada en los datos.
Para ello, realizó una encuesta con 13 preguntas sobre la situación actual, con tres respuestas posibles. Como muestra testigo sometió la misma encuesta a un grupo de chimpancés, que contestaban al azar. A menos nivel de aciertos, le corresponde un nivel más alto de desconocimiento sobre las condiciones reales del mundo de hoy.
Las respuestas acertadas de los chimpancés alcanzó al 33%, promedio superior al de las respuestas racionales de los encuestados.
Las respuestas equivocadas no respondían a parámetro alguno sobre el nivel educativo, nivel de ingresos, sexo o lugar de residencia: el resultado no mejora por ninguna de esas características. Como ejemplo, la misma encuesta realizada en la reunión de Davos, alcanzó un 55% de respuestas equivocadas.
La conclusión inmediata es que la gente desconoce la realidad del mundo en que vivimos y lo que hemos logrado como sociedad, al margen de las dificultades que enfrentamos diariamente.
Rosling sostiene que ninguno de nosotros tiene suficiente capacidad mental para consumir toda la información disponible y que el mundo parece más aterrador de lo que es, porque la información ha sido seleccionada, porque es aterradora y las generalizaciones son bloqueadoras mentales.
Entre otras razones, el trabajo sostiene que estamos sometidos a infinitas avalanchas de noticias negativas: guerras, hambrunas, catástrofes, errores políticos, enfermedades, desocupación, un instinto natural de negatividad, recuerdo equivocado del pasado, información selectiva del periodismo y de los activistas, y una sensación generalizada de que “la cosa va mal”.
En la misma línea, aunque quizás con un nivel mayor de optimismo, Peter Diamandis sostiene que el mundo tiene suficientes recursos para terminar con la pobreza, y que solo el fracaso político es responsable de no utilizarlos. El libro se titula, adecuadamente Abundancia. El futuro es mejor de lo que Ud. cree.
Decenas de libros y centenares de artículos se publican anualmente con este tipo de análisis, ya sea general o vinculados a áreas específicas en discusiones actuales, pero que no llegan debidamente a la gente adecuada, cuando señalan los problemas, las incertidumbres y las dudas que marcan nuestro presente.
Así, nuestra visión del mundo muestra dos características que parecen oponerse: lo bien que está el mundo y las dificultades actuales que generan incertidumbre. Este panorama es motivo de un análisis permanente que, especialmente, la clase política no parece estar en condiciones de aprehender.
Entre las áreas más preocupantes se encuentran los avances en las ciencias cognitivas -que afectan particularmente a la educación- a los avances tecnológicos, al futuro del trabajo y la educación, a la globalización y sus efectos, el cambio climático y a la falta de categorías de análisis para entender el presente.
Pero donde la parte negativa se acentúa es en la consideración de la democracia y su vigencia.
La democracia goza hoy de una popularidad generalizada. Considerada básicamente como el “gobierno del pueblo”, solo dos sistemas diferentes se animan a desecharla:
-La teocracia, que fundamenta su legitimidad política en un mandato divino y
-La meritocracia china, que sostiene que el ejercicio del poder en manos del pueblo -ya sea delegado o directo- es permitir el acceso al gobierno de aficionados sin preparación y donde cualquiera puede llegar. Su método, al que denominan “meritocracia”, por el contrario, exige una preparación previa, un cursus honorum que le permita llegar en condiciones adecuadas a competir por la titularidad del Gobierno.
Por supuesto que esa meritocracia tiene sus fallas. Pero eso no invalida las críticas. Por el contrario, tal vez sea el momento a atender a las falencias de la democracia, más que a intentar promoverla sin advertir sus problemas, como sostuvo Toni Judd.
Fuera de esa discusión externa a la democracia, el sistema mismo parece desafiado desde dentro de la teoría democrática, donde asoman al menos dos versiones contrapuestas: una democracia indirecta, representativa y constitucional, conocida como democracia liberal, y una democracia directa, sin instituciones intermedias, que pone el gobierno en manos de la mayoría, la cual -afirma- no puede ser limitada por una constitución. A esta democracia, Orban, el primer ministro de Hungría, la define como democracia iliberal.
Estas dos formas coinciden con la teoría cultural, que sostiene la existencia de dos clases de sociedades: la que se maneja por consenso, y la que impone la voluntad mayoritaria sin límites.
En The people vs Democracy. Why our freedom is in danger at home and how to save it, Yascha Mounk muestra que -frente a la creencia de que una democracia consolidada es irreversible- es posible advertir el camino contrario.
Parte importante de su argumentación está basada en el comportamiento de la generación de los millennials que contrasta fuertemente con la de los babyboomers, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, con respecto a la necesidad de preservar los valores de la democracia liberal.
En su trabajo, Mounk muestra el desapego a las formas liberales de la democracia y a su aceptación de formas más autoritarias de gobierno. La aceptación general de la democracia como un sistema legítimo desciende fuertemente en todo el mundo, pero especialmente en Europa y Estados Unidos.
Dos trabajos recientes son aún más críticos con la viabilidad de la democracia. Uno pertenece a Shawn Rosenberg, quien ha predicho que “en democracias bien establecidas como la de los EEUU, la gobernanza democrática continuará su declinación inexorable”. El otro trabajo pertenece a Daniel Innerarity (Comprender la democracia y Una teoría de la democracia compleja), que manifiesta que la democracia encuentra su dificultad insalvable en la misma naturaleza del hombre, que no presenta las cualidades requeridas para aceptar al sistema democrático.
Volviendo a Dickens, esta contradicción entre el estado del mundo y las perspectivas del sistema democrático nos hace sentir como propios los mejores tiempos y los peores tiempos, que es una época de luz y una época de tinieblas. Todo a la vez.
El autor es director del Interamerican Institute for Democracy