El discurso del presidente Donald Trump en el Foro Económico de Davos desbordó optimismo. La primera parte estuvo dedicada a volcar datos de los éxitos económicos de los últimos tres años en términos de disminución del desempleo en todos los niveles sociales, aumento del salario real y crecimiento del PBI como consecuencia de la reducción de impuestos a las ganancias para los individuos y empresas, desregulación burocrática y renegociación de los acuerdos comerciales con México, Canadá, Japón, Corea y China. El discurso característico para su campaña de reelección replicó el método del famoso psicólogo canadiense Steven Pinker, quien también transmite una mirada positiva sobre los acelerados avances económicos y sociales desde la Revolución Industrial.
Trump atacó a los pregoneros del pesimismo que vienen augurando el fracaso de sus políticas y la próxima recesión desde el inicio de su presidencia. Si bien el mandatario no mencionó nombres, se podría incluir en esa lista a Paul Krugman, Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, quienes acumulan advertencias negativas para justificar sus críticas ideológicas.
Trump sostuvo que logró frenar el traslado de empresas a otros países y que muchas de ellas están volviendo para aprovechar los beneficios impositivos, el aumento del consumo y la revisión de los acuerdos comerciales que permiten a la producción norteamericana un acceso similar. En sus palabras, “los tiempos de pérdida de empleos por relocalización industrial han concluidos” y los países deberán abrir sus mercados si quieren tener acceso al mercado de los Estados Unidos. Este reclamo ya fue formulado en la OMC, donde los Estados Unidos reclamaron la eliminación del trato especial y diferenciado para los países en desarrollo. Trump se ufanó de que el país que preside está absorbiendo el 25% de la inversión mundial como una señal de confianza en sus políticas económicas.
Trump confirmó su desdén por la cooperación o solidaridad en las relaciones internacionales. La absorción del 25% de la inversión mundial implica menores recursos para los países en desarrollo que necesitan de esos capitales para mejorar su estructura productiva. Durante las décadas de los 80 y 90, el eje de la discusión en los organismos multilaterales fue el crecimiento de los países en desarrollo para disminuir los desequilibrios. Estas políticas instaban a facilitar el ingreso a los mercados de los países desarrollados para compensar las diferencias de productividad incluyendo la relocalización industrial para aprovechar los menores costos de la mano de obra. En compensación, el mundo desarrollado se especializaría en las industrias de conocimiento intensivo con salarios superiores a los de la industria manufacturera. Este esquema se plasmó con imperfecciones en los Acuerdos de la Ronda Uruguay y dio lugar a la creación de la OMC. El multilateralismo era la política del momento para asegurar el respeto a las reglas, atenuar los conflictos comerciales y abrir oportunidades para los países de menor desarrollado.
Trump ignoró advertir que el déficit presupuestario está financiado con parte de esa inversión externa; el desequilibrio continuó creciendo porque los ingresos generados por la mayor actividad económica no han compensado la disminución de los impuestos. Y señaló a la FED por el aumento acelerado de las tasas de intereses durante los dos primeros años y la lenta disminución actual que provoca el fortalecimiento del dólar ante las tasas negativas en Europa y Japón.
Además, el presidente Trump auguró un futuro auspicioso basado en el avance de las ciencias y fustigó los pronósticos taciturnos en referencia al cambio climático; recurrió a los fallidos vaticinios del pasado sobre la población, la disponibilidad de alimentos y agotamiento de los recursos petroleros para depositar su esperanza en los avances científicos.
Las fronteras de los Estados Unidos definen la política exterior de Donald Trump. Todo lo demás no tiene importancia. La vanidad acentuada por el delicado momento en la política interna no deja muchas posibilidades de encontrar ámbitos de cooperación.
El autor es Licenciado en Economía Política (UBA), Master in Economics (University of Boston) y fue embajador argentino en Tailandia. Es Miembro Consultor del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)