Se cumple este jueves un año de la jura de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela y de la puesta en marcha de un proceso para derrocar al régimen chavista. La idea era que esta insurrección iba a precipitar una crisis interna en las Fuerzas Armadas, a partir de la cual Nicolás Maduro no podría sostenerse. Pero este plan fracasó porque no tuvo en cuenta que el régimen chavista no es un populismo autoritario como la Venezuela del general Pérez Jiménez en 1957 -Guaidó eligió el 23 de enero por ser el día en el cual comenzó el movimiento contra dicho dictador que logró derrocarlo- sino ya un régimen totalitario, montado sobre el modelo cubano. La diferencia entre el régimen totalitario y el populismo autoritario es que en el primero han desaparecido las elecciones competitivas y funciona en los hechos un sistema de partido único; mientras en el segundo existe la justicia manipulada o subordinada al poder político, en el primero es realmente inexistente y los funcionarios judiciales son una prolongación del oficialismo; en el populismo autoritario existen los medios de comunicación, aunque debilitados o arrinconados, en cambio en el totalitarismo no los hay; las Fuerzas Armadas son del partido y no de la nación en el totalitarismo, mientras que el populismo autoritario son de la Patria; por último, las sanciones económicas pueden ser eficaces para producir una crisis en el populismo autoritario, mientras que en el segundo son ineficaces, como sucede con Cuba.
Pero a esta diferencia en cuanto a la teoría política se agrega el rol que tiene la subsistencia del régimen chavista desde el punto de vista geopolítico. Todos los actores globales que se oponen a la hegemonía global de los Estados Unidos apoyan al gobierno de Maduro, por un medio u otro. El más relevante es China, que a través de la relación económica ha permitido la supervivencia del régimen. El segundo es Rusia, que apoyó al chavismo desde el punto de vista estratégico-militar. El tercero Cuba, un aliado político y militar que percibe en la permanencia del régimen chavista un factor a su favor, frente al creciente asedio de la administración Trump. Pero también Irán ha tenido -y tiene- una sólida relación bilateral. No sólo se establecieron vuelos directos Teherán-Caracas en vida de Hugo Chávez, sino que se avanzó en relaciones militares. La Fuerzas Armadas venezolanas tienen los mismos misiles anti-aéreos TOR-M1 con los cuales los iraníes por error derribaron un avión ucraniano recientemente. El general Soleimani, el jefe de la Guardia Revolucionaria iraní que murió tras un ataque estadounidense, no sólo estuvo más de una vez en Venezuela, sino que Maduro ordenó que se le rindieran honores militares tras su muerte, algo que causa resquemor en algunos sectores militares, pero que no llegó a manifestarse, dado el férreo control político que tiene el régimen sobre las Fuerzas Armadas. A ello se agrega que, desde el inicio de la crisis, tres cuartas partes de los países del mundo -una amplia mayoría en Asia y África- no han reconocido al gobierno de Guaidó y lo han mantenido a Maduro.
Frente a ello, Estados Unidos lideró el reconocimiento a Guaidó por una cuarta parte de los gobiernos del mundo, la casi totalidad de Europa y el continente americano. Desde el primer momento, Trump apoyó a Guaidó diplomáticamente y logró que 56 países del mundo lo reconocieran. Nombró a un veterano de la administración Reagan especializado en relaciones con América Latina -Elliot Abrams- como delegado para el caso Venezuela. Tanto desde el Departamento de Estado, como desde el Comando Sur, se sostuvo durante los dos primeros trimestres de la crisis, que la intervención militar era “una opción posible”. Al comenzar enero de 2019, Abrams dijo que la eventual intervención, no será una decisión de Guaidó sino de Washington. La oposición venezolana en la Asamblea votó el retorno al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para justificar la intervención que finalmente nunca se produjo. Las sanciones económicas de Estados Unidos y sus aliados fueron escalando, tanto al país como a sus funcionarios. Un ejemplo de ello ha sido la decisión de Canadá adoptada este mismo mes de enero, por la cual se impidió la entrada al país de una esgrimista venezolana. En concreto, la intervención militar con la que se amenazó nunca se produjo y las sanciones económicas no fueron eficaces en gran medida porque los adversarios de Estados Unidos siguen apoyando al chavismo.
En América Latina predominó y sigue predominando el reconocimiento de Guaidó, pero sin lograr el pretendido “cambio de régimen”. Hoy solo cuatro países latinoamericanos reconocen a Maduro: México, Nicaragua, Cuba y Argentina. Desde fines de enero del año pasado, el Grupo de Lima reunió a 14 países de la región que reconocieron a Guaidó, en línea con la decisión de la administración Trump. La mayoría se sumó a las sanciones económicas aplicadas por Estados Unidos, pero siempre rechazando la posibilidad de la opción militar. Brasil y Colombia son los países que tienen fronteras más extensas con Venezuela y realizaron despliegues militares sobre ellas, pero destinadas a controlar la creciente inmigración venezolana. La ONU calcula que para fines de 2020 superarán los 6 millones los emigrantes venezolanos, la mayoría de ellos motivados por la critica situación socio-económica que vive el país y el colapso sanitario. Esta emigración se ha convertido en un conflicto en la región, dada su magnitud. La OEA -y en particular su secretario general Luis Almagro- ha tomado partido contra Maduro en este contexto. En América del Sur, Brasil ha liderado la posición contraria al régimen chavista. Pero el 10 de diciembre, asumieron en la Argentina Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Mientras que el ex presidente Mauricio Macri exhibió una posición muy firme contra Maduro, el nuevo gobierno se mostró muy ambivalente. Desconoció la embajadora de Guaidó, Elisa Trotta, pero rechazó la del gobierno venezolano, Stella Lugo. Al mismo tiempo, dos países se suman al reconocimiento de Guaidó: Bolivia, tras la crisis político-institucional que produjo el desplazamiento de Evo Morales y Uruguay, cuyo presidente electo, Luis Lacalle Pou, anticipó que no reconocerá a Maduro.
En conclusión: la crisis venezolana abierta con la elección de Guaidó como presidente delegado por parte de la Asamblea dominada por la oposición cumple un año y Maduro ha resistido por el sistema totalitario que ha adoptado. A ello se suma que ha tenido el apoyo geopolítico y económico de los adversarios de Estados Unidos en el ámbito global y regional, sin el cual difícilmente hubiera podido sobrevivir. El país norteamericano ha impulsado desde el primer momento el reconocimiento de Guaidó como el presidente legitimo del país, liderando 56 países, amenazando con la opción militar y aplicando sanciones económicas. En el ámbito latinoamericano ha predominado y predomina el reconocimiento a Guaidó y hoy no lo reconocen solo México, Nicaragua, Cuba y Argentina.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría