El poder se ejerce o no es poder. Esta fue una de las máximas que aprendió Pedro Sánchez luego del desliz de confundir el mandato de las urnas con el ejercicio práctico y forzar unas segundas elecciones que fueron envenenadas por el conflicto catalán que copó la agenda mediática y mostró al PSOE incómodo y dubitativo. Y en política no hay peor lugar que la indefinición. Esa percepción -más allá que filas adentro esté clara la postura sobre Cataluña y otros temas- es ruido para el elector indeciso y desaliento para el votante desmovilizado que es tan fundamental para que el socialismo gane elecciones en un país donde el votar es voluntario.
Finalmente el PSOE vuelve a ganar pero todo el arco de izquierda pierde escaños y, lo más complicado, el Congreso queda dividido bajo 19 formaciones, lo que obliga a buscar alianzas sólidas para formar gobierno. No hay que asustarse. En este mundo cada vez más fragmentado las coaliciones serán la nueva normalidad, pero “la gran coalición” de partidos tradicionales (PSOE-PP) que abonaban algunos centristas -ya que conglomerarían a gran parte de la ciudadanía-, en estos momentos es ciencia ficción. Y la política es gestión de realidades, no de deseos trasnochados. Claro que un gobierno “a la alemana” haría fuerte a España, pero eso hoy no es prioridad de la política ni del principal partido opositor. ¿Por qué? Porque el líder del Partido Popular (PP), Pablo Casado, inexperto en convivir dentro de una coalición, cree que podría ser su tumba política. Él ya lo vivió de cerca cuando Mariano Rajoy logró convencer a 68 diputados socialistas de que se abstuvieran y lo apoyaran en su gobierno, arrojando al PSOE a una crisis interna que obligó a -por aquel entonces a un novato- Pedro Sanchez a dimitir como Secretario General del partido y como diputado. ¿Por qué más la gran coalición es inviable? Porque Casado tiene el fantasma verde de Vox respirándole en la nuca y aterrorizándolo todas las noches con la amenaza de robarle la oposición y más escaños en próximas elecciones. Siente que un paso en falso y Santiago Abascal se lo come.
Entonces, con el Congreso de diputados más fragmentado de la historia española, con la derecha y la ultraderecha como segunda y tercera fuerza y sin la gran coalición como opción, Sánchez solo tiene dos opciones: irse para su casa -como le pidió infantilmente el PP la misma noche en que el PSOE ganaba la última elección- o buscar una coalición con los partidos que quedan.
Y los que quedan son Unidas Podemos (UP), con quien concretó una alianza exprés que selló con un abrazo en plena depresión post electoral; el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que suele apoyar al que más chances tiene; Más País, la escisión de Podemos liderada por Errejón; e intentar sumar con un “sí” o una abstención a Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), conocida militante por la independencia de Cataluña que tiene a uno de sus líderes, Oriol Junqueras, preso por sedición, rebelión y malversación, y a Bildu, formación ligada a la ex ETA. Un cóctel con intereses contradictorios y difícil de tragar, pero el único antídoto contra una nueva disolución de las cortes y el final del liderazgo de Presidente en funciones.
Este es el complejo escenario de investidura. Todo aquel que le pida a Sánchez otra fórmula sin ir a unas terceras elecciones, no está leyendo la realidad o está mintiendo. Todo aquel que prefiera ir a unas terceras elecciones no entendió que Sánchez aprendió que el Poder se ejerce mientras se tiene y lo va a ejercer. Librar la suerte de España a unas nuevas elecciones es una ruleta rusa -donde Vox tiene todas las de ganar-.
Por eso, y con la intención de trasladar este difícil escenario político a la celebración navideña que estamos atravesando, imaginamos la carta que Pedro Sánchez debe estar escribiéndoles a los Reyes Magos desde La Moncloa. A Melchor le pedirá una lapicera para firmar el acuerdo con los independentistas catalanes de Esquerra y así no se siembren dudas sobre su liderazgo y conveniencia como Presidente. A Gaspar le pedirá las Memorias de Angela Merkel para que lo ayude a afrontar este nuevo desafío de gobernar en coalición y unos espejos retrovisores para protegerse de esos puñales por la espalda que se llaman moción de censura -y pueden ser muy tentadores para sus socios coyunturales-. A Baltasar le pedirá una mesa nueva, donde pueda sentarse con las fuerzas catalanas para encauzar el relato independentista que Puigdemont y Torra desbordaron para que vuelva la paz y la gobernabilidad. Una mesa en la que todos deberán estar, como en estas navidades, incluso, aquellos primos que no vemos en todo el año pero al final son parte de esta familia que se llama democracia.
El autor es analista y consultor político