Los demócratas se empeñan en enjuiciar al presidente y los republicanos en evitar que esto suceda. Desde el punto de vista del Derecho los republicanos aciertan, pero, como suelen decir los brasileños: “tienen razón, pero poca, y la poca que tienen no les sirve de nada”. Trump será enjuiciado.
Es un diálogo entre sordos. Los republicanos, con razón, les recuerdan a los demócratas que la economía y la Bolsa van muy bien, que el desempleo no ha estado más bajo en las últimas décadas, incluido el de negros e hispanos, y que ello se debe a la reforma fiscal, a las amenazas de guerra arancelaria y a la inteligente renegociación de los acuerdos de Libre Comercio.
Los demócratas, también con razón, les responden que no se trata de eso. La economía venía en una línea ascendente desde los días de Obama. Al margen de obstruir la justicia y utilizar un poder desmedido (las dos causas, totalmente subjetivas, del impeachment), Estados Unidos se ha enajenado la buena voluntad del “mundo libre”, ofendiendo a Canadá, a México, a Puerto Rico, a Francia, a Alemania, a los inmigrantes, a la OTAN y a la Unión Europea, esto último apoyando al Brexit de los británicos.
Los republicanos, con razón, se quejan de que los demócratas nunca han aceptado el triunfo de Trump e intentan revocar su mandato desde el primer día de su presidencia, pero los demócratas, también con razón, alegan que la persecución republicana a Clinton por un lío de faldas, no fue muy diferente. La anécdota sería distinta, pero la razón electoral era la misma.
Además de haber perdido con cerca de tres millones de votos menos que los demócratas en las elecciones de 2016, los ademanes de Trump, sus “tuits” ofensivos, y su conducta de matón o bully no es presidenciable. No puede serlo quien se preciaba, durante la campaña, de “ser capaz de matar un hombre en la Quinta Avenida y eso no le restaba apoyo popular”, o de agarrar a una mujer súbitamente por la entrepierna sin consecuencias.
Pero era cierto. Las mediciones más solventes lo demuestran: aproximadamente, un 43% de la sociedad norteamericana lo respalda en cualquier circunstancia. Al mismo tiempo, un 52%, más o menos, lo adversa haga lo que haga. Es una figura absolutamente polarizante. Esas cifras no quieren decir que Trump perderá las elecciones. Dependerá del adversario demócrata que consiga ganar las primarias, de quienes salgan a votar y de la efectividad de la campaña que unos y otros lleven a cabo.
Lo único que se da como seguro es que el Senado lo absolverá. No sólo los republicanos tienen mayoría simple en la Cámara Alta, sino que, para condenarlo, los demócratas necesitarían dos tercios de los senadores y eso es prácticamente imposible de conseguir. Cumpliendo las peores pesadillas de los “padres fundadores”, no será una votación conforme a Derecho, sino a líneas partidistas, como temía Alexander Hamilton en el texto 65 de El Federalista.
¿No perjudicará a los demócratas la absolución de Trump? No creo. De la misma manera que sus partidarios lo apoyan en cualquier circunstancia, sus adversarios lo detestan en todos los escenarios. Y si ello es así, ¿por qué los demócratas se arriesgan a un proceso judicial que no pueden ganar? Sencillo: porque intentan cultivar el voto de los independientes. Según una reciente encuesta de Gallup, el partido mayoritario en el país son los independientes: un 38%. Los demócratas sólo alcanzan el 31% y los republicanos el 29%.
Durante todo el 2020 los demócratas utilizarán el proceso de impeachment para zaherir a Trump con diversas acusaciones, y entre ellas, la demanda por no mostrar sus declaraciones de impuestos, el mal manejo de las relaciones con Corea del Norte, y el abandono de la cabecera del “mundo libre”. Es verdad que lo que estará en juego son las elecciones de noviembre próximo, pero los políticos tienen maneras muy creativas de sepultar sus verdaderas intenciones bajo un torrente de palabras patrióticas. Las utilizarán todas.
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