Uruguay está obligado a tener la mejor relación con la Argentina

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El presidente Alberto Fernández y el canciller Felipe Solá junto al jefe de Estado de Uruguay, Tabaré Vázquez, y el mandatario electo Luis Lacalle Pou
El presidente Alberto Fernández y el canciller Felipe Solá junto al jefe de Estado de Uruguay, Tabaré Vázquez, y el mandatario electo Luis Lacalle Pou

Con Argentina vivimos, desde el difícil parto de nuestras respectivas repúblicas, una muy compleja y accidentada relación en el nivel político, fruto de sus realidades tan disímiles en ese terreno que, por fortuna, no existe entre las sociedades.

Las sociedades, la gente, nunca han vivido separaciones reales, más allá de las rivalidades futbolísticas que, como mayoritariamente se viven a nivel de clubes y no de selecciones, tampoco congelan rencores. La prueba está en que a los argentinos nada les gusta más que veranear en Uruguay y a nosotros ir a Buenos Aires y disfrutar de sus encantos de gran ciudad, de metrópoli moderna y sofisticada.

A nivel político, en cambio, las relaciones han sido siempre pedregosas, incluso con momentos tan malos como los vividos con los Kirchner o en los años 50 con Perón. No es sorprendente que así sea, cuando desde la Revolución de Mayo interpretamos de modo diferente la idea de independencia y mientras aquí se configuraba una cultura institucional, del otro lado del anchuroso río, la fragilidad ha sido ostensible. En contraposición, la sociedad argentina en general, y la porteña en especial, han mostrado siempre una capacidad de iniciativa, un brío, bastante mayor que la que se vive en esta calma penillanura.

Ahora se da un tiempo muy particular. Cambian los dos gobiernos y en signos opuestos. El Frente Amplio cede ante una coalición democrática y liberal, mientras que el gobierno de Macri es sustituido por una restauración kirchnerista. Y de eso cabe reflexionar.

Es ostensible que la estrategia que llevó a Alberto Fernández a la Presidencia fue una idea genial de Cristina Kirchner, que se ubicó en segundo plano para preservar su presencia y poder, pero instaló en la vanguardia el rostro más civilizado de su partido, el que incluso se había distanciado de ella por las irregularidades de su administración.

Al asumir, el Dr. Fernández invocó la unidad nacional, su deseo de superar la “grieta” que divide el país, buscar caminos de reconciliación y respetar “los disensos”. Fue muy duro, en cambio, en el balance de la situación que recibió, porque si bien la situación económica es tan mala como se sabe, hay otros ámbitos, la seguridad por ejemplo, en que el gobierno de Macri hizo progresos.

Habló del respeto a la libertad de expresión del pensamiento y bienvenidas sean sus palabras, pero resultaba algo sarcástica la descripción de periodistas comprados por el poder cuando estaba allí como vicepresidente la Dra Kirchner, cuyo gobierno fue el más abusivo con la prensa que se recuerda en la historia democrática argentina.

Su momento más aplaudido fue cuando enfáticamente exclamó el “nunca más” para una justicia presuntamente abusiva, que habría sido empleada como herramienta de combate contra los adversarios políticos. Por mas frágil memoria que se pueda tener, es imposible olvidar las bolsas de dinero revoleadas en la noche en un convento o los millones de dólares encontrados en la caja de una joven que nunca había trabajado de forma remunerada. Los diputados correligionarios, de pie, aplaudían y gritaban, como si fueran víctimas de una injusticia, generando la sospecha de que todas las causas abiertas, cualesquiera sean las evidencias, ya esta noche empiezan a cerrarse...

Rescatemos, con todo, las invocaciones a la fraternidad. Pensemos que ellas son sinceras, en su caso, aunque su viabilidad se pone en duda cuando se observa la forma en que la Dra. Kirchner le da la mano al Presidente saliente mirando para otro lado de modo despectivo.

El Uruguay está obligado a tener las mejores relaciones con sus dos grandes vecinos. Hizo muy bien nuestro Presidente en ir e invitar al Presidente electo. Fue un gesto republicano que es bueno exhibir ante la comunidad internacional. Estamos, entonces, en la hora del anhelo, del deseo, de la esperanza. Ojalá que este gobierno argentino transite en paz su período y se pueda trabajar con él para bien común de nuestros pueblos.

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