(Desde Montevideo) Para los argentinos, Uruguay es un país increíblemente apacible, con reglas que se respetan, instituciones que funcionan, normas que continúan idénticas a través de las décadas. Sin embargo, estos días, apenas se rasca la superficie aparece una tensión desconocida.
¿Ganará hoy, en segunda vuelta, Luis Lacalle Pou (47), el candidato del Partido Blanco que logró unificar a los cinco partidos de la oposición para respaldar su candidatura y formar la Coalición del Cambio? ¿O se producirá el milagro que las encuestas no pronostican, consagrando la victoria del frenteamplista Daniel Martínez (62), ex intendente de Montevideo, ex ministro de Industria y Energía, ex presidente de la ANCAP?
¿Logrará el hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle recuperar el poder para el partido Blanco, que hace 30 años se mantiene en la oposición? ¿Será Martínez, el primer candidato que no forma parte de la generación fundadora del Frente Amplio, el que podrá lograr revertir el escepticismo de una coalición que ya está preparándose para ser oposición?
Los frenteamplistas están preocupados y se nota. El mismo José “Pepe” Mujica le tiró durante la campaña varios dardos a Martínez, no letales, pero lo suficientemente claros como para que haga cambios en su campaña. No solo el candidato del FA abjuró de lo que había dicho antes de la primera vuelta cuando lo consultaron acerca del rol que tendrían Mujica, Tabaré Vázquez y Danilo Astori (“de consulta, de consulta”), sino que aceptó gran cantidad de ideas del líder frenteamplista, lo que incluyó la visita del presidente electo argentino, Alberto Fernández, con quien almorzó el pasado 14 de noviembre. También cambió al jefe de campaña y diseñó un plan de visitas al interior del país, donde la oposición obtuvo importantes ventajas.
La coalición opositora, en cambio, hace esfuerzos por no mostrarse triunfalista, tal como lo pidió el candidato. No le resulta fácil. Después de la derrota que tuvo en el 2014, Lacalle Pou inició un largo y consistente trabajo para fortalecer su imagen como presidenciable, que incluyó una autocrítica personal y partidaria en un retiro que realizó hace cuatro años en Flores, según lo contó esta semana el periodista Federico Castillo en el semanario Búsqueda.
Ese proceso lo llevó a obtener el segundo lugar en la primera vuelta (40% sacó Martínez y 28% sacó Lacalle Pou) e iniciar inmediatamente una convocatoria a los demás partidos de la oposición que no dudaron en respaldarlo en forma activa durante la campaña. En el último mes de campaña realizó un maratónico despliegue por cada rincón del país, dando cortos discursos, mezclándose con sus electores, asistiendo a bailongos, sacándose selfies, firmando banderas del partido blanco pero también del colorado, en fin, generando una esperanza de la que carecían hace ya muchos años quienes no votan al Frente Amplio.
El pasado 14 de noviembre se realizó el debate obligatorio entre los dos candidatos que llegaron al balotaje, organizado por la Corte Electoral, la máxima instancia judicial en la materia, similar a la Cámara Nacional Electoral argentina, que cumplió similar obligación. Duró dos horas y fue transmitido por cadena nacional donde lo vieron 270.000 televidentes, el 10 por ciento de los electores, según la información que difundió Ibope.
Martínez no la tuvo fácil. Quiso ser duro con Lacalle Pou recordando casos de corrupción del gobierno de su padre, pero eran cuestiones que habían sucedido hace 30 años y no lograron impactar. En cambio, el candidato opositor le fue sencillo cuestionar “negocios con Venezuela” que les impide condenar “la dictadura de Nicolás Maduro”.
Por su lado, Lacalle Pou fue eficaz al pedirle a Martínez que reconociera los errores de los gobiernos del Frente Amplio que, después de 15 años, es obvio que tienen que ser muchos y están cerca en el tiempo. Si bien el candidato frenteamplista fue hábil para diseñar propuestas hacia el futuro, incluso tomando distancia con el programa del FA que propone aumento de impuestos, que él aseguró que no implementará, no pudo evitar quedar a la defensiva en forma reiterada, encerrado en decisiones que no tomó.
Pero quizás lo más duro fue el frío saludo final de los candidatos al terminar el debate, muestra “a la uruguaya” de a durísima desconfianza mutua entre dos grandes bloques políticos que hoy corroe el ánimo de los electores quizás como pocas veces en su historia.
A tono con lo que sucede en otros países de la región, en Uruguay se respira una tensión desconocida. Aún los que votarán por la coalición del cambio, pronostican que “la izquierda le dará un par de meses y después empezará a darle batalla”. Pero los que votarán por el FA están convencidos de que “lo que viene tiene la derecha absoluta adentro (por Guido Manini Ríos, de Cabildo Abierto, uno de los cinco partidos que respaldan a Lacalle Pou), así que puede terminar en cualquier cosa”.
De la victoria del Frente de Todos -o su espejo, la derrota de Juntos por el Cambio- en la Argentina nadie habla. Los frenteamplistas porque Cristina no es querida aquí, aunque profese ideas que en nuestro país puedan sonar similares. La coalición del cambio, porque nadie quiere pensar en un destino similar, aunque ganen las elecciones.
Por primera vez en 15 años, un candidato opositor es el favorito en las encuestas uruguayas. Suficiente tema para este país que apuesta a la resolución de los conflictos internos por la vía democrática con una confianza que no muestran otros países en la región.
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