Por qué la Iglesia discute el celibato de los sacerdotes

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El papa Francisco (Reuters)
El papa Francisco (Reuters)

La discusión más reciente en la Iglesia católica, últimamente agitada debido al éxodo de fieles hacia otras confesiones, gira alrededor de la ordenación de personas casadas, con motivo de que el tema aparece insinuado en el Instrumentum laboris del sínodo especial sobre el Amazonas. Para algunos miembros del sínodo este podría ser uno de los nuevos caminos que el papa Francisco invita a explorar en la evangelización de la región. No parece haber sin embargo ningún consenso en la materia por parte de los obispos sinodales.

El documento de trabajo, en efecto, sin dejar de reconocer que el celibato es un don para la Iglesia, sugiere que se estudie la posibilidad de la ordenación sacerdotal de personas de edad, preferentemente indígenas, aun cuando puedan ser casadas, con la finalidad de asegurar la administración de los sacramentos que acompañen y sostengan la vida cristiana.

Es el caso de los varones casados (viri probati) que en situaciones extraordinarias fueron ordenados incluso ya en los primeros tiempos para el servicio de sus hermanos en la fe. ¿Estaríamos ahora en una condición que vuelva aconsejable repetir la experiencia? Esa es la discusión.

Aunque algunas opiniones del más alto nivel como las del cardenal Reinhard Marx han apoyado dicha iniciativa, sin embargo otras no menos calificadas como las de sus colegas Robert Sarah y Marc Ouellet han expresado serias prevenciones al respecto. Especialmente el primero de ellos cree percibir en ella una intención de instrumentación de la asamblea para introducir propuestas que no se sustentan en una tradición sólida y probada sino mas bien en premisas ideológicas y en motivos un tanto superficiales antes que en fundamentos reales y teológicos. Finalmente, no se percibe tampoco claramente su utilidad pastoral, en tanto que los objetivos aducidos para instalarla pueden obtenerse por otros caminos.

En realidad no se trata de un tema nuevo en la Iglesia, y periódicamente resuenan voces que apuntan a la abolición del celibato. Sin embargo, no parece muy claro que esta medida vaya a mejorar en algo las cosas. La necesidad del acceso a la eucaristía, que es uno de los argumentos más socorridos, puede ser contemplada muy adecuadamente si se organiza un diaconado que la distribuya de acuerdo a las necesidades.

De otra parte, la medida parece más bien un retroceso en el deseo del Papa de ir hacia una iglesia menos clerical. Es por eso que para muchas opiniones, como la del cardenal Sarah, esta pretensión amazónica podría ser un paso en falso. Finalmente, desde hace siglos una extensa parte de la Iglesia católica ya posee un clero de sacerdotes casados en el rito oriental, al que se suma el caso de los pastores anglicanos ingresados en la Iglesia en las últimas décadas.

Entre los primeros cristianos, hubo numerosos hombres y mujeres que acogieron la invitación formulada por el propio Jesucristo y asumieron el compromiso del celibato, tanto como parte del oficio sacerdotal como en el estado religioso que constituyó un estilo de vida apartado del mundo. Pero en esos comienzos fue también vivido por los laicos, aunque esta modalidad se eclipsó durante un prolongado período para resurgir en el siglo pasado.

Aunque el celibato no constituye una exigencia intrínseca de la ordenación, y por lo tanto es algo que puede ser dispensado, no hay duda de que él expresa de un modo mas completo la plenitud del amor en un corazón indiviso que abraza la llamada (eso quiere decir vocación), por ejemplo al sacerdocio, o de un modo más genérico a una entrega completa de la propia vida. Pero además, y precisamente en un enfoque pastoral, que es el que importa en el caso, es un hecho que los célibes tienen una mayor libertad para a dirigir y sostener empresas apostólicas.

En otro sentido, el celibato tampoco es algo privativo de la Iglesia católica, lo cual muestra que las realidades sacras y la condición de las personas dedicadas o consagradas al culto como mediadores siempre han estado vinculadas a la idea de una vida célibe. No se trata por lo tanto de un capricho eclesiástico de unas mentalidades arcaicas sino que responde a un sentir universal en la historia de las religiones.

Desde un tiempo inmemorial y mucho antes del cristianismo las funciones religiosas de la casta sacerdotal fueron desempeñadas por hombres célibes, por ejemplo en el budismo y en el hinduismo, como también lo fueron las vestales en la religión romana, vírgenes dedicadas a mantener el fuego sagrado en el templo de la diosa Vesta, de ahí su nombre.

Sin embargo, esto que parece tan sencillo de comprender resulta difícil en una posmodernidad hipersexualista debido al oscurecimiento que siempre ha producido en las conciencias el materialismo consumístico y hedonista, cerrado a las realidades de más alto calado.

En todo caso, el Papa ha querido escuchar distintas opiniones y decidirá al respecto, porque el sínodo solamente tiene una función consultiva. De todos modos, lo que importa no es tanto si la posible medida podrá ser positiva, porque la cuestión pasa por otro lado. Quienes llevaron a la Iglesia a sus mejores momentos y quienes trajeron el bien a una humanidad doliente no fueron geniales estrategias pastorales sino los grandes santos.

El autor es director académico del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (Cudes)

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