Mao Zedong, el sanguinario líder comunista que se transformó en un objeto de culto

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Mao Zedong (Sovfoto/Universal Images Group/Shutterstock (3826953a))
Mao Zedong (Sovfoto/Universal Images Group/Shutterstock (3826953a))

Mao tenía apenas diez años de edad cuando la primera, tímida traducción de la teoría marxista apareció en China, en 1903. Se trataba apenas de un fragmento del marxismo, una simple cita del Manifiesto Comunista, tomada de un libro en japonés titulado Socialismo Contemporáneo que abordaba la historia y el desarrollo de esa ideología. Otros libros y artículos le sucedieron a esta incipiente publicación, pero recién en 1908 se publicó, en una revista nombrada Justicia del Cielo, el prefacio entero de Engels a la edición de 1888 del Manifiesto Comunista. En Asia Oriental, las ideas socialistas entraron por Japón inicialmente, especialmente en círculos cristianos. Estudiantes chinos en Japón regresaron a su país trayendo consigo ideas socialistas y comunistas. También estudiantes chinos en París abrazaron al anarquismo y lo importaron a su país. Fue desde Tokio y París, antes que Moscú, de donde llegó el socialismo, el comunismo y el anarquismo a China. La posterior exposición del joven Mao a las ideas de Marx y Engels tendría un impacto profundo y duradero en él y, eventualmente, en toda China. “El comunismo no es amor”, concluiría Mao tras su inmersión en el estudio de esta doctrina, “El comunismo es un martillo que se usa para aplastar al enemigo”.

La adhesión de Mao al comunismo no se debió a la ignorancia o a la ausencia de opciones. De niño aprendió confucionismo y literatura clásica china. Se compenetró con el Espejo completo para la ayuda de gobierno, de Zizhi Tongjian (siglo XI), y con Cosas esenciales sobre los países y las regiones para estudiar la historia, de Tushi Fangyu Jiyao (siglo XVII), así como con clásicos chinos no canónicos como Los tres reinos, El margen del agua y Viaje a Occidente. De adolescente leyó sobre Napoleón, Pedro el Grande, Wellington, Lincoln y George Washington. Como joven adulto incursionó en El espíritu de las leyes de Montesquieu, El contrato social de Rousseau, La riqueza de las naciones de Smith, El origen de las especies de Darwin así como textos de John Stuart Mill, Herbert Spencer y Thomas Huxley, traducidos del inglés por académicos chinos que estudiaron en Inglaterra o tomados de traducciones japonesas. Un ejemplar de la biblioteca de Mao que sobrevivió con sus anotaciones fue la traducción al chino de Un sistema de éticas del filósofo Friedrich Paulsen. Una de sus notas dice: “Dejad que la destrucción juegue el papel de una madre que da vida a un nuevo país”. De manera que Mao tuvo contacto con las ideas occidentales sobre la democracia, la libertad, el individuo, la economía de libre mercado, la legalidad y la relación entre gobierno y gobernados. Pero él se dejó seducir por el marxismo, y a temprana edad ya proponía aplicar en China el “comunismo extremo” con sus “métodos de dictadura de clases”.

En 1920, Mao inauguró su propia librería cultural en la ciudad de Hunan, que vendía textos izquierdistas, socialistas y marxistas, como una introducción a El Capital, un estudio sobre la Nueva Rusia, El sistema soviético y China, así como la revista china Mundo de los trabajadores. El negocio prosperó y abrió otras siete sucursales. Al año siguiente, contando veintisiete años de edad, cofundó el Partido Comunista Chino. De aquí en más, el destino de China cambiaría por completo. Durante las siguientes tres décadas aproximadamente, Mao luchó en las guerras civiles de su país, lidió con Joseph Stalin, corrió de lado a sus adversarios, combatió contra los japoneses, formó varias familias, superó desafíos personales e impuso el gobierno comunista en algunas localidades chinas. Todo esto, como notó un historiador, fue antes de hacerse con el poder en su país. Una vez que tomó el control de China, este Gran Timonel sometió a sus cientos de millones de súbditos a una enteramente evitable hambruna masiva, una revolución cultural desquiciada, un exaltado culto a su personalidad, experimentos socio-económicos fallidos y caprichos personales varios durante casi tres décadas que dejaron a la población paranoica, aterrada y exhausta.

El líder chino estuvo dispuesto a ocasionar una gran devastación humana a una escala inconcebible con tal de alcanzar sus objetivos económicos y realizar sus fantasías políticas. Su receta del “Gran Salto Adelante” y su “Revolución Cultural” provocaron la muerte a entre 45-60 millones de personas. “Bien pudiera ser que tuviera que morir la mitad de la China”, acotó Mao, indiferente al sufrimiento colosal que estaba ocasionando. Su desprecio por la vida (ajena) quedó expresado en esta frase suya singularmente elocuente: “Cuando los teólogos hablan del día del Juicio Final, son pesimistas y aterran a la gente. Nosotros decimos que el fin de la humanidad es algo que producirá algo más avanzado que la humanidad. La humanidad se halla todavía en su infancia”.

Ni siquiera el reino animal escapó a su varita destructiva. Insólitamente, Mao acusó a los gorriones de estar devorando los granos que podían alimentar a los niños chinos e incitó a los granjeros a atacarlos. La China rural vivió así una masiva cruzada anti-gorriones que se implementó por medio de una guerra de sonidos. Los campesinos golpeaban sus cacerolas ruidosamente para mantener a las aves asustadas en el aire mientras sus hijos rompían los nidos en los árboles. El resultado de esta campaña nacional fue exitoso: millones de gorriones cayeron a la tierra muertos de cansancio. Esta cacería absurda trajo una consecuencia no anticipada por el Gran Timonel. Ante la ausencia de gorriones, los insectos que dañaban las cosechas tuvieron el camino libre para diezmarlas, y con las cosechas arruinadas los campesinos padecieron hambre a tal extremo que emergió el canibalismo ocasionalmente.

Mientras el reino animal y la raza humana padecían las consecuencias de sus políticas en China, Mao se hizo el tiempo para escribir. De hecho, sería perfectamente razonable aducir que de no haber entrado a la política, él podría haber sido un ensayista y un poeta de envergadura. Mao escribió desde joven, reflejando por medio de la pluma sus muchas experiencias políticas y personales. Tras los combates, escribió; tras las separaciones de sus esposas, escribió; tras sus triunfos partidarios, escribió. Mao fue un ideólogo serio y un creador de frases cautivantes que resonaron en casi todos los confines de la Tierra. Tal como observó el periodista británico Daniel Kalder, así como el eslogan comercial Just Do It! es universalmente reconocido hoy en día, muchas de las creaciones lingüísticas de Mao alcanzaron fama mundial en su tiempo, especialmente, pero no exclusivamente, entre sus admiradores. Entre ellas: “La revolución no es un banquete”, “El poder político nace del cañón de un arma”, “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, “Todos los reaccionarios son tigres de papel”, “Los marxistas no son adivinadores” y “Las balas recubiertas de azúcar de la burguesía”.

Tal fue la cantidad de latiguillos, reflexiones, poemas, artículos y discursos redactados y pronunciados por Mao, que a mediados de los años 60 el gobierno chino decidió reunirlos en un compendio oficial único. Se lo conoció indistintamente como Citas del Presidente Mao, El Pequeño Libro Rojo o El Libro del Tesoro Rojo. Con Mao aun en vida en la década del sesenta, solamente en China se imprimieron más de mil millones de ejemplares, guarismo que superaba a la población local de la época (750 millones). Al poco tiempo, el régimen comunista chino inició traducciones a idiomas foráneos. Para 1971, la obra literaria cumbre del maoísmo contaba 110 millones de ejemplares repartidos en treinta y seis lenguas diferentes. Movimientos guerrilleros, especialmente en Perú, Nepal, Camboya y la India, lanzaron insurrecciones violentas inspirados en sus ideas. Su influencia se hizo notar desde Tanzania hasta Albania, desde Italia hasta Yugoslavia y desde Moscú hasta California. Arrasó ideológicamente al Tercer Mundo y sedujo románticamente a intelectuales como Julia Kristeva, Jean-Paul Sartre, Michel Foucalt y Alan Badiou. Se estima que su compendio es el texto más leído en la historia, sólo superado por la Biblia.

La estética Mao con los rayos del sol surgiendo detrás de su rostro sonriente se reprodujo en serie y toda China quedó cubierta de afiches con su imagen radiante. Estatuas de oro que lo corporizan fueron ubicadas en las calles, plazas y universidades de las ciudades. Su rostro fue impreso en miles de millones de pins para que los chinos pudieran clavarlos en sus ropas, próximos a sus corazones. Billetes nacionales, llaveros, encendedores, yo-yos, relojes y tarjetas en millones de cantidades llevaron su cara impresa en ellos. Talismanes con su imagen colgaron de los espejos en los automóviles de taxistas y su figura apareció en altares hogareños. Las biografías de Mao han sido extremadamente populares y vendieron grandes cantidades de ejemplares.

Su Libro Rojo y el merchandising de su figura fueron un exitoso negocio capitalista. Nada mal para un comunista.

El autor es profesor Titular de Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.

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