El espacio es desde hace tiempo un escenario crítico de puja geopolítica. Su militarización es un componente estratégico de la agenda de seguridad de las principales potencias militares. La única frontera no rebasada es la instalación de armas nucleares en virtud del tratado del espacio ultraterrestre y los cuerpos celestes de 1967, del cual Argentina es parte. Sin embargo, esa norma, adoptada hace más de medio siglo, es claramente insuficiente para detener la sofisticada escalada tecnológica dentro y fuera de la línea Karman (100 km de altitud y límite entre atmósfera y espacio exterior). Más de 2.000 satélites activos, en un enjambre de órbitas, proporcionan comunicaciones a nivel global, navegación GPS, pronósticos meteorológicos e información científica esencial sobre recursos naturales y otras cuestiones sensibles. El 75% de esos satélites son de carácter militar. La vigilancia planetaria y el apoyo de acciones en la tierra son, en definitiva, los propósitos centrales.
La reciente creación del comando espacial norteamericano (Spacecom) para defender ámbitos vitales para la seguridad de Estados Unidos es indicativo del reconocimiento del ciberespacio como campo de batalla virtual. Uno de los objetivos declarados es evitar el riesgo que enfrentan las comunicaciones e incluso los satélites civiles y militares y garantizar la presencia preferencial de la tecnología estadounidense en el espacio en virtud de la creciente dependencia de los recursos ubicados más allá de la exosfera. Ya en 2009 había creado el Comando Cibernético. El Spacecom pasa a ser la undécima organización de combate de las fuerzas militares de Estados Unidos.
Es probable que esa decisión sea una confirmación de la militarización multidimensional del espacio y los cuerpos celestes. Francia ya ha anunciado la creación de un comando espacial. Rusia y China estarían dando pasos de características similares. Todos persiguen el desarrollo de controvertidas capacidades militares hipersónicas, misiles a propulsión nuclear, armas cinéticas para neutralizar misiles balísticos intercontinentales y diferente armamento radioelectrónico con potente emisiones de interferencia e inclusive algunas medidas que persiguen propósitos asimétricos desde el punto de vista de la presencia militar espacial.
La metódica militarización del espacio subraya la prioridad de lanzar un proceso de negociación multilateral para adoptar un código de fomento de la confianza y transparencia en las actividades espaciales junto con medidas jurídicamente vinculantes que pongan algún tipo de racionalidad a la peligrosa competencia militar en el espacio. Ese objetivo urgente debería, entre otras cuestiones, prohibir el despliegue y uso de armas convencionales de última generación y reafirmar que el espacio exterior es un ámbito compartido para uso pacífico y de desarrollo conforme a los principios de cooperación ya adoptados desde 1963 en el seno de las Naciones Unidas.
Sería un retroceso lamentable que la impronta militarista que parece dominar a las principales potencias espaciales interrumpa los esfuerzos diplomáticos de la comunidad internacional para que la tecnología espacial sea utilizada para promover la seguridad y estabilidad política, militar, económica y ambiental en beneficio de toda la humanidad.
El autor fue vicecanciller de la Nación