Tal parece que un número notable de políticos, dirigentes sociales, analistas, agencias internacionales veladoras por la gobernabilidad y los derechos humanos, además, de periodistas y medios de prensa, tienden a ignorar que Bolivia y Nicaragua son dos regímenes que cumplen al detalle las pautas del fracasado socialismo del siglo XXI, que incomprensiblemente sigue gobernando.
Evo Morales, Bolivia, y Daniel Ortega, Nicaragua, son partes importantes del legado de Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro. Ambos gobernantes han impuesto en sus respectivos países dictaduras electivas y establecido un férreo control sobre las instituciones, incluidos los mecanismos electorales, que les ha permitido manejar a su antojo los poderes públicos del estado.
Atribuirle a Chávez y Maduro la paternidad de ambos regímenes no exime de responsabilidad a Fidel Castro y a Luis Inacio Lula da Silva, ambos caudillos fueron los principales promotores del Foro de Sao Paulo, una alianza entre políticos, ideólogos y el crimen organizado, que fue la facilitadora para que estos engendros sustancialmente delincuenciales, llegaran al poder y se perpetuaran en el mismo.
La dictadura cubana por su particularidad transnacional, intentó por décadas montar franquicias en el continente, por suerte, a pesar de sus gigantescas inversiones en recursos, hombres y armas y la mucha violencia que desencadenó, con la secuela de un sinnúmero de víctimas, solo tuvo éxito en Nicaragua, en parte, porque el presidente Jimmy Carter presionó al dictador Anastasio Somoza a que renunciara y abandonara el país, tarea en la que también colaboró el mandatario venezolano Carlos Andrés Perez.
Derrocar la dictadura de Nicaragua fue uno de los primeros objetivos de Castro. El país centroamericano fue invadido por cubanos y nacionales en 1959. Tres años después, 1962, se constituyó el Frente Sandinista de Liberación Nacional y el castrismo le prestó un respaldo irrestricto en armas y recursos de todo tipo. Los líderes más importantes del FSLN, Carlos Fonseca Amador, Daniel Ortega y su hermano Humberto Ortega y Tomás Borge, fueron entrenados en Cuba.
Al triunfar la insurrección, Daniel Ortega intentó copiar al carbón al régimen cubano. Ambos países suscribieron estrechos acuerdos de colaboración. El régimen insular, en una especie de preludio de sus relaciones con el chavismo, envió a Nicaragua centenares de profesionales de la salud y maestros, junto a miles de efectivos militares y expertos en actividades represivas y de seguridad, entre ellos, varios de sus generales y funcionarios más notables, no obstante, a pesar del gigantesco apoyo soviético-cubano Ortega perdió el poder por elecciones y si lo retomó, fue por la complicidad de intereses antidemocráticos de esa nación centroamericana.
El retorno de Ortega al poder en el 2007 probablemente no tenga relación con lo que hoy conocemos como castrochavismo, pero la perpetuación de su gobierno sí está fundamentado en el respaldo represivo y militar de La Habana y en los grandes recursos, particularmente petrolíferos, que durante años el gobierno de Venezuela ha suministrado a la pareja Ortega-Murillo, que según acusaciones, ha servido para que la familia se enriquezca.
Por su parte Evo Morales y su cuadrilla -Bolivia siempre estuvo en la mira castrista, 15 cubanos combatieron con Guevara en ese país- llegaron al poder y se han mantenido en el mismo gracias a la asistencia de Fidel Castro y Hugo Chávez. El líder cocalero es un sujeto agradecido, ha reconocido públicamente que gracias al apoyo de los dos autócratas gobierna su país hace 14 años.
Los dos dictadores le facilitaron a Morales los recursos materiales y logísticos que necesitaba para desestabilizar Bolivia y convertirse en una alternativa de poder. De no haber sido así, el líder cocalero no habría pasado de ser un provocador de oficio que recurría a la violencia extrema para imponer su voluntad e incrementar su influencia, si bien es apropiado reconocer que aunque viste de civil y aparenta una gran humildad, no es menos feroz y abusivo que sus pares de uniforme que le ayudaron, al extremo, que es el gobernante que por más tiempo ha dirigido su país.
Bolivia y Nicaragua testimonian que las franquicias castrochavistas son viables, abscesos malignos que hay que erradicar de raíz y sin contemplaciones, al igual que a los focos de contaminación que los motivan.