(Bloomberg) –La guerra de Siria terminó en gran parte a finales de 2018, pero el país sigue siendo una zona de conflicto que puede amenazar los intereses israelíes y estadounidenses. Existe una manera de minimizar los riesgos de una mayor inestabilidad, de dar esperanzas a los sirios cansados de la guerra y de cumplir con los objetivos estratégicos de las grandes potencias: un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia. No es tan inverosímil como parece.
Para finales de 2018, cuando terminó lo peor de los combates, Siria había sufrido más de 500.000 muertes y USD 400.000 millones en daños. La mitad de la población se había visto obligada a huir de sus hogares; más de 5,5 millones de refugiados abandonaron Siria y el resto fue desplazado internamente.
Y, sin embargo, es difícil exagerar los factores de riesgo que permanecen: no se ha iniciado la rehabilitación civil y económica del país que quedó en ruinas, las armas todavía están ampliamente disponibles, hay una ira ante un régimen opresivo que hierve a fuego lento entre la población, los extremistas sunitas gobiernan el área de Idlib en el noroeste de Siria y varias fuerzas extranjeras todavía están desplegadas en el país.
Un retorno al combate no es una posibilidad remota. Incluso si el régimen de Bashar Al-Assad mantiene cierta estabilidad, el avance de las capacidades militares iraníes en Siria, y en Líbano, amenaza los intereses israelíes y estadounidenses y anima a Irán a tomar más medidas contra sus rivales sunitas. La posibilidad de una entidad extremista sunita en el este de Siria amenaza la estabilidad en Iraq y Jordania. Estos riesgos aumentarían si EE.UU. decidiera retirar sus fuerzas de Siria.
A pesar de las relaciones a veces tóxicas entre EE.UU. y Rusia, la puerta no está cerrada para un acuerdo sobre Siria que beneficie los intereses estratégicos de ambos actores. Los compromisos requeridos están dentro del ámbito de aceptabilidad para ambos Estados. ¿Cómo sería un trato ruso-estadounidense?
Primero, reconocería por ahora el régimen de Assad y demoraría el proceso de transición política ordenado por las Naciones Unidas en Siria. Los signatarios estarían de acuerdo en financiar el proceso de rehabilitación económica de Siria, brindando a Assad un incentivo importante para que acepte.
A cambio, insistirían en la retirada de todos los componentes militares iraníes de Siria y cortarían el suministro de armas ilegales al país. También estarían de acuerdo en preservar los derechos autónomos de las Fuerzas Democráticas Sirias en contra del gobierno de Assad, así como las comunidades kurdas y sunitas en el este y norte de Siria como un baluarte contra cualquier resurgimiento en el Estado Islámico.
En términos prácticos, Rusia tendría que invertir recursos militares y políticos para asegurar la retirada militar iraní y controlar la frontera en busca de combatientes y tráfico de armas. Eso significaría interceptar las facciones extremistas iraníes, Hezbolá, ISIS y otras a favor de iraníes y sunitas, y evitar cualquier actividad insurgente desde el territorio sirio hacia los países vecinos.
¿Por qué el presidente ruso, Vladimir Putin, aceptaría dicho acuerdo? Rusia lograría su objetivo de mantener a Assad en el poder y cosechar algunos beneficios económicos durante el proceso de rehabilitación en Siria. También obtendría un reconocimiento mundial y regional por su importante rol en Siria, algo que es probable que Vladimir Putin valore.
Para EE.UU., los principales beneficios serían más a nivel político. Primero, un acuerdo en este sentido apoyaría la estabilización regional a la vez que aborda las amenazas a importantes aliados de EE.UU. en el Medio Oriente y especialmente en Israel. Segundo, el acuerdo sería un componente de la campaña contra la insurgencia regional iraní. En tercer lugar, describiría en términos más claros la futura participación estadounidense en Siria e Irak, con un despliegue y participación menos directos en Siria (mientras continúa su apoyo a las Fuerzas Democráticas Sirias) y brindaría el enfoque necesario para Irak y otros temas regionales.
Para Israel, el acuerdo abarcaría sus principales intereses en el escenario sirio: un rechazo de los atrincheramientos militares iraníes y un debilitamiento del Hezbolá libanés al eliminar sus cruciales líneas logísticas de Siria.
Está claro que dicho acuerdo conlleva riesgos potenciales, entre ellos la oposición de los regímenes iraní y Assad, así como el descontento turco por los derechos autónomos de los kurdos sirios (aunque la futura transición política de Siria, la prevención de otra ola de refugiados y el apoyo estadounidense pueden proporcionar incentivos para la aceptación turca).
También existe el riesgo de violaciones por parte de los signatarios, como sucedió después del acuerdo en el sudoeste de Siria firmado entre EE.UU., Rusia y Jordania en 2017. Para superar estos riesgos, el acuerdo sirio debe diferenciarse de los temas nucleares iraníes, se deben definir los incentivos de manera clara, y se debe implementar un proceso efectivo de supervisión.
Un acuerdo en este sentido beneficiaría los intereses estadounidenses e israelíes, cumpliría importantes objetivos rusos y disminuiría la tensión en la región. Sobre todo, ofrecería la perspectiva de estabilidad y paz para el pueblo de Siria. La alternativa es realmente sombría.