Muchos israelíes y palestinos han buscado la paz durante generaciones. Esto ha sido el sueño al que nadie ha renunciado. Un sueño que se ha ido renovando cíclicamente en un escenario donde hoy se vislumbra con angustia lo que deparará el futuro.
Para los creyentes de las tres religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), la hoguera de violencia que no cesa representa un aspecto dramático. Sin embargo, es algo peor que eso. A mi juicio, lo definiría en una sola palabra: "fracaso".
¿Por qué fracaso? Porque una vez más los grupos islamistas Hamas y Yihad Islámica palestina equivocaron su estrategia y volvieron cometer los errores de los últimos 18 años. En todo ese tiempo, sus golpes y amagues militares al estado hebreo no significaron ni un solo paso positivo en la mejora de la vida de su pueblo. Al mismo tiempo, Israel erró políticamente apostando a la ecuación "tierras por paz" al retirarse de Gaza en 2005. Esa maniobra unilateral israelí no dio tranquilidad a miles de sus ciudadanos que comenzaron a recibir misiles a diario. Los fundamentalistas leyeron el gesto israelí como signo de debilidad. Hoy, ambas dirigencias y los dos pueblos, están pagando esos errores.
Como sea, lo que se percibía como desenlace, finalmente ocurrió. Días pasados, los grupos yihadistas palestinos apoyados por Irán dispararon mas de 650 misiles y cohetes a poblados y ciudades israelíes. Israel bombardeó nuevamente el enclave para neutralizar unos 350 objetivos militares de los terroristas. Destruyo depósitos de armamento, municiones y lanzaderas operativas de misiles. Como casi siempre, muchos de estos blancos eran aledaños a escuelas, hospitales y mezquitas.
Con estas acciones se reavivó el proceso de asunción de culpabilidad histórica más o menos avanzado en varios países europeos. Este proceso residual, psico-culposo y antisemita se ha visto acompañado a gran escala desde la prensa, cuya información, ambigua en la universalidad del conflicto palestino-israelí, parece ignorar intencionalmente las circunstancias específicas como las particularidades de sus motivos.
No han sido pocos los medios que presurosamente mostraron sus posiciones. Ejemplo de ello son las docenas de artículos publicados en varios periódicos, muchos de ellos, escritos por ecologistas y militantes de los derechos humanos que calificaron los hechos como un genocidio palestino. Sin embargo, ignoraron sin sonrojarse el accionar del terrorismo y los lanzamientos de cohetes sobre la población civil israelí. También soslayan el disparador de esta nueva crisis: la influencia y el financiamiento de Irán con las organizaciones terroristas palestinas.
Lo concreto es que en tales posiciones informativas parciales, subjetivas y racistas pueden observarse patrones que despliegan viejas y conocidas posiciones antisemitas, hoy encubiertas en el anti-sionismo. Lo cual, en esencia, representa una nueva desilusión que la prensa ideológica sesgada disemina a los lectores que, en muchos casos, la reciben de buena fe.
La obsesión con Israel y su conflicto con los palestinos hace que se llegue afirmar que el Estado israelí representa el nuevo nazismo o en el más morigerado de los casos, que es la Sudáfrica del apartheid, por lo que juzgo innecesario más ejemplos ante semejante discurso que engloba un inequívoco y completo "wishfull thinking".
En el desarrollo de las acciones militares, cada día es más claro que estas posiciones de la prensa pretenden aliviar el peso de "la culpabilidad" de distintas historias nacionales de países europeos que jamás afrontaron su responsabilidad durante la era del nazismo.
La liviandad en la utilización de las palabras, pretende mostrar que cualquiera puede jugar "el rol de nazi", y con ello, la responsabilidad será siempre un demérito moral irrebatible. Después de todo, estos roles se van alternando casi aleatoriamente para muchos medios de prensa que temen perder beneficios económicos reportados por su amistad con compañías petroleras árabes.
Tampoco faltó en las últimas horas la siempre dispuesta opinión de gran parte de la izquierda europea y latinoamericana que, unida al colectivo -a menudo utilitario- de las víctimas, siempre que no pertenezcan a lo que consideran sus enemigos y en lo que configura su conocido, aburrido y reiterado ejercicio de "doble rasero", muestra su desprecio por la vida humana. Y es allí donde los campeones de los derechos humanos miden los muertos: según sea el arma que los mata, y a mayor numero de víctimas mejor para el aquelarre verbal de sangre y muerte que desatan histéricamente.
Lo descrito no debe llamar la atención. Existe una tendencia de grandes sectores de la vieja izquierda en el que reconoce de manera simplificada a naciones o pueblos como únicos actores reales en conflictos y situaciones políticas fuera de todo matiz y diferenciación interna. Así, sustentan sus discursos en posiciones que abrevan en una profunda ignorancia de la realidad geopolítica de Oriente Medio.
Todos estos grupos se convierten en instrumentos psicológicos de "alivio de la culpa", algunos de forma consciente y otros desde la ignorancia. Pero siempre prestos a calificar "la nazificación" del estado judío insuflan esa idea con alta carga emocional casi hasta el paroxismo. Sin embargo, lejos de favorecer al pueblo Palestino, esto los delata en la irracionalidad de sus posiciones y da por tierra con cualquier postulado que pretendan esgrimir. Así, acaban apoyando a la ideología yihadista y el oscurantismo que caracteriza al terrorismo que somete a los propios palestinos como sus primeras víctimas en su lucha contra lo que denominan el enemigo sionista.
Lo concreto es que la lucha de Israel contra el terrorismo es una circunstancia inevitable y ella se debe interpretar apropiadamente teniendo en cuenta la continua transformación de las acciones del terror hacia formas innovadoras, oportunistas y hasta menos obvias. Israel está luchando para proteger a sus ciudadanos y por su propia supervivencia, como en todas y cada una de sus guerras libradas en los últimos 70 años. Pero por sobre todo, simboliza la primera línea de batalla en defensa de la cultura occidental y judeo-cristiana contra el avance del terror yihadista, y aunque lo callen por corrección política, muchos lo saben en la dirigencia política occidental.
Para quienes no conocen el escenario, la región y las dificultades de una democracia rodeada de regímenes muy distintos en valores culturales, éticos y morales; la comprensión puede ser maniquea, cuando no superficial y errónea. No obstante, la realidad y la cuestión de fondo son más complejas. En consecuencia, la genuina lucha contra el terror no debe focalizarse exclusivamente en las acciones militares. Debe ser sustentada por información fidedigna y realista, y no apoyada en la ideología del odio a la modernidad que Israel encarna en la región solo por la cercanía de las relaciones del Estado hebreo con EE.UU.
Relacionar aspectos relativos a la globalización y al capitalismo como pretende la izquierda es tan absurdo como inverosímil a los ojos de las personas de buena voluntad y de paz. Es algo tan cándido e ingenuo como sostener que los árabes no pueden ser antisemitas, idea ésta basada en "la noción paternalista del buen salvaje".
Es tiempo para Occidente de brindar sincera ayuda a los habitantes de Gaza y al pueblo Palestino en general para lograr la construcción de su propio Estado. Para ello debe librarlo de la endemia del terrorismo irracional que los ha secuestrado convirtiendo a cada palestino en su primera víctima.
El mundo libre debe tener claro que no todo ser humano tiene la misma capacidad moral de distinguir entre el bien y el mal. Si nos consideramos hijos de la modernidad, la ilustración es nuestra principal arma, y probablemente la única que disponemos.
El lector podrá escoger y formar su propia opinión sobre el tema. Sin embargo, debe saber que pasarán unos cuantos años antes de que el mundo reconozca que estamos inmersos en una guerra de las ideas que ya ha manifestado, y reitera cíclicamente, no pocas y brutales acciones militares.
Usted podrá tomar su propia posición al respecto, podrá negarlo o aceptarlo, ese no es mi problema. Mi obligación es contribuir a que lo piense, pues ya estamos bien metidos en esa guerra. Y mientras más demore el mundo y la opinión pública en reconocerlo, más cruenta será esa confrontación en el costo de vidas humanas.