Las próximas elecciones nacionales significan la última oportunidad de la Argentina. No me refiero a la posibilidad de llevar hasta el final un programa de gobierno mejor o peor, o un plan económico más o menos acertado. Ni siquiera al hecho inédito de que una administración no peronista podría llegar a concluir un período sin que los discípulos del General hayan podido voltearlo antes de tiempo, tal como hicieron con Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y el rosario de presidentejos que le sucedió al golpe de 2001. Me refiero a que esta es la última oportunidad de evitar que nuestro país caiga definitivamente en el abismo oscuro y sin fin en el que hoy se precipita Venezuela.
Era imposible no advertir que Nicolás Maduro, igual que Hugo Chávez en su momento, planeaba perpetuarse en el poder con o sin los votos de los venezolanos. De hecho, fueron innumerables las voces dentro y fuera de Venezuela que anticiparon la tragedia humanitaria e institucional que hoy vive el país caribeño.
Maduro es la continuación de Hugo Chávez, como Cristina Fernández fue la saga de Néstor Kirchner. No existe ninguna ruptura, como muchos sostienen, sino una línea perfectamente trazada, el decurso natural del populismo que habría terminado en este mismo lugar estuviera al frente Chávez, Maduro o cualquier otro figurón del régimen. Si el kirchnerismo hubiese continuado en el poder a través de Daniel Scioli u otro muñeco articulado dispuesto por Cristina, la Argentina habría colapsado de la misma manera que Venezuela.
Nicolás Maduro prepara el vaciamiento total de su país. Convertido hoy en un presidente de facto, planea sacar 15 toneladas de oro del Banco Central para venderlas a los Emiratos Árabes. Este era, exactamente, el destino que le esperaba a la Argentina por el camino de la dilapidación de las reservas y el cepo cambiario que impuso el excéntrico Axel Kicillof. Y, sin dudas, sería el futuro que le esperaría a la Argentina si volvieran los socios locales del chavismo: hambre, represión y saqueo.
Lo han hecho una vez y volverían a hacerlo mañana, cargados de resentimiento y sedientos de venganza. Así lo anunciaron en cuanto oportunidad han tenido. A pesar del discurso y el inverosímil maquillaje progresista, el kirchnerismo ha sido el gobierno más represivo desde la recuperación de la democracia. De acuerdo con los datos de la CORREPI, durante las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner fueron asesinadas 3070 personas a manos de la Policía Federal, las policías provinciales y los servicios penitenciarios. Sin olvidar la desaparición del testigo Julio López y la de Luciano Arruga, quien más tarde fue encontrado muerto luego de haber sido detenido por policías en La Matanza. Y sin incluir en esta lista el asesinato del fiscal Alberto Nisman. Tiempos oscuros le esperarían a la Argentina.
Habida cuenta de estos sangrientos antecedentes, resulta cuanto menos extraña la reacción indignada de la dirigencia kirchnerista ante la presunta injerencia extranjera en Venezuela. Aquellos que dieron la vuelta al mundo para difundir el falso secuestro de Santiago Maldonado y buscaron la condena de otros países al gobierno constitucional argentino, son los mismos que hoy se rasgan las vestiduras ante la "injerencia exterior" en la Venezuela de Maduro. Basta recordar el espíritu injerencista del ex secretario de comercio Guillermo Moreno cuando le envió una vergonzosa carta a Christine Lagarde rogándole que no le otorgara créditos a la Argentina. El mismo tono lastimero y sollozante empleó Mayra Mendoza cuando se arrojó a los pies de Vladimir Putin para denunciar la "falta de Estado de derecho" en Argentina. En el idioma de los cipayos le imploró al presidente ruso: "Vladimiiiir is very important! Argentina needs help! Cristina is a victim of LawFare. They want to imprison her so she will not be president again!". Incredible but true.
Yo estaba en Caracas cuando Hugo Chávez clausuró la cadena Radio Caracas Televisión (RCTV), en mayo de 2007, luego de 53 años en el aire. Recuerdo que mi editora, "progresista de izquerda", según se definió a sí misma, festejó con euforia la caída de ese medio "pitiyanqui". Desde entonces nunca más he presentado un libro en Venezuela, no a causa de la censura imperante, sino por la falta de papel. Para enero de 2010 Chávez ya había cerrado seis canales de televisión e impulsó un plan para clausurar 30 emisoras y tomar el control absoluto de los medios de comunicación. "Esto se hará llueva, truene o relampaguee, lloren o no lloren los oligarcas", bramó Chávez. Socialismo del Siglo XIX.
Si el kirchnerismo volviera al poder avanzaría en este mismo sentido y haría lo que no consiguió en su momento: cerrar los medios que no le resultaran afines. No se trata de una presunción por lo que han hecho en el gobierno, sino de una certeza de acuerdo con lo que hacen hoy como oposición. La imagen del Sr. Grabois y sus militantes entrando por la fuerza para tomar Canal 13 y TN no es una foto del pasado sino de un futuro posible. Se trata, claro, del mismo Grabois que hoy impulsa a Cristina Kirchner y justifica la masacre llevada a cabo por las fuerzas represivas de Maduro.
Era imposible soslayar las ambiciones de eternidad del régimen venezolano; de hecho, Hugo Chávez nació a la política un martes 4 de febrero de 1992, cuando encabezó un intento de golpe de Estado para derrocar al presidente constitucional Carlos Andrés Pérez. El intento golpista fracasó y el entonces coronel Chávez se rindió. Maduro es hoy el presidente de facto que intentó ser Chávez a comienzos de los noventas. Pero el progresismo se empeña en construir espejismos revolucionarios en los fascistas de siempre. Las tendencias totalitarias del kirchnerismo que expresó Diana Conti en su tesis "Cristina eterna" son una herencia directa de Juan Domingo Perón. La historia de Chávez es un remedo de la de Perón: ambos eran coroneles cuando se levantaron contra la Constitución: Perón en el '43 y Chávez cincuenta años más tarde.
A propósito de los espejismos de ciertos intelectuales, es necesario señalar que hasta el mismísimo fundador del "Socialismo del Siglo XXI" acaba de bajarse del barco que él construyó. En efecto, Heinz Dieterich, el sociólogo alemán que le susurró al oído a Chávez el libreto totalitario que el militar recitó a la perfección, hoy se desentiende del fracaso de Maduro como si uno no fuera la consecuencia del otro. Algo semejante acaba de hacer la Internacional Socialista al abjurar del experimento venezolano. Es natural: nadie se quiere hacer cargo de la criatura. Salvo, desde luego, Cristina Kirchner y su armada que, como siempre, encarna los delirios de eternidad y cabalga en sentido contrario al de la historia. El electorado que en su momento encumbró a Nicolás Maduro, es el mismo que hoy no sabe cómo deshacerse de él. Ese monstruo no es ajeno a ellos; es su creación. De nosotros, los argentinos, depende ahora un futuro tan semejante al pasado del cual, tal vez, no podamos regresar nunca más.