El autor es periodista.
De vez en cuando, en este oficio, uno se encuentra con una perla en el aljibe. Eso es el libro abrumadoramente documentado del rabino David G. Dalin cuyo título es "El mito del Papa de Hitler". Dalin desmiente con pruebas contundentes, la histórica (por vieja) mentira del antisemitismo del Papa Pio XII. Para que no queden dudas el libro lleva por subtitulo: "Como Pio XII salvó a los judíos de los nazis". El escarnio que se hizo de este Papa santo, de parte de muchos escritores y periodistas odiadores del cristianismo durante muchos años, merece ser catalogado como una de las más grandes mentiras de la historia o de las leyendas negras sobre la Iglesia.
Nos gustaría recordar, antes de proseguir, que no es cierto que haya mermado la campaña que afirma que el catolicismo es antisemita – ni las múltiples pruebas de que la Iglesia ha sido un refugio para muchos judíos perseguidos por la locura nazi han podido contrarrestar esa calumnia – que desde años dirigen grandes usinas de comunicación internacionales. La cristianofobia que practican con gran entusiasmo esos poderes fácticos es un ataque a una confesión religiosa que a lo largo de más de dos milenios, con sus más y sus menos, ha predicado y practicado la caridad, la paz y la comprensión entre los pueblos .
El rabino Dalin cuenta la larga tradición de los Papas en la protección de los judíos: "La verdad es que tanto los Papas como la Iglesia católica –escribe-, desde sus primeros tiempos, nunca fueron responsables de las persecuciones físicas de los judíos; y solamente Roma entre todas las capitales del mundo, se ve libre de la ignominia de haber sido un lugar en donde se desarrolla también la tragedia de los judíos. Por todo ello nosotros, los judíos, debemos sentir gratitud".
Esta honrosa tradición cristiana se remonta al papado de Gregorio I (San Gregorio Magno). Este Papa publicó la bula Sicut judaeis ("Referente a los judíos") que fue el inicio de todos los edictos papales posteriores en que se protegía y defendía a los judíos. Allí se dejaba claro que "nuestros hermanos mayores", como los llamó San Juan Pablo II, "no deben sufrir quebrantamientos de sus derechos… Prohibimos que se los maltrate. Les permitimos vivir como romanos y disponer libremente de sus posesiones".
Ya más cercano a nuestro tiempo, en el año 1933, Pio XI, en posesión de información valiosísima de la terrorífica intención de Hitler para con los judíos, mostrando su creciente angustia y preocupación, negoció un documento que tuvo crítica feroz por desconocimiento de lo que se avecinaba. Y ello mientras muchos de los países luego aliados de la Segunda Guerra Mundial miraban para otro lado, negándose a dar asilo a los judíos perseguidos. La Santa Sede en cambio firmó un documento con el régimen nazi en el año 1933 para facilitar la salida -con todas sus posesiones- de los judíos, bastante antes de que el nazismo mostrase abiertamente sus sangrientas garras.
Cuatro años y medio después, todavía la mayoría de los judíos alemanes se ilusionaba con el régimen nazi no sería tan hostil e ignoraba esta advertencia calificándola de "exagerada y de un alarmismo innecesario".
Sin embargo, el 21 de marzo de 1937, en las 11.500 parroquias del Reich se leyó por orden de Pío XII el documento papal llamado Mit brennender Sorge (Con ardiente Preocupación), que desenmascaraba el carácter anticristiano del régimen, incluyendo la intención de imponer la raza aria. Después de esto –según el historiador Zitelmann- "la furia de Hitler se desencadenó sin freno contra la Iglesia romana". Tanto fue así que el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels escribió en su diario: "Ahora los curas tendrán que aprender a conocer nuestra dureza, nuestro rigor y nuestra inflexibilidad". El infierno abrió sus puertas de par en par y riadas de demonios invadieron las almas de muchos seres humanos llevándolos a cometer atrocidades inimaginables, pero hubo justos que se opusieron a tanta maldad jamás conocida por la humanidad. Entre ellos, el Papa Pio XII, seguido por una multitud de sacerdotes, religiosas y laicos cristianos, que en algunos casos hasta entregaron la vida en esta misión.
A pesar de todo, y por muchos años, incluso después de su muerte, el Papa Pio XII fue martirizado con ese estigma de antisemita.
Sin embargo, el agradecimiento por lo que había hecho por su pueblo se lo brindó quien fuera el gran rabino de Roma durante la Segunda Guerra Mundial, Israele Zoller, quien se convirtió al cristianismo en 1945, tomando el nombre de Eugenio, en honor de Eugenio Pacelli (Pio XII). En su autobiografía, Antes del Alba (Prima dell´alba, Ed. San Paolo), consigna entre los motivos para dar ese paso su profunda admiración y agradecimiento a Pio XII.
Eugenio Zolli guió a la comunidad judía de la ciudad entre 1938 y 1944.
La web Catholic.net consigna que Israele Zoller era de origen polaco. Su madre era de una familia con tradición rabínica de más de cuatro siglos. Se formó en la Universidad de Viena y luego en la de Florencia, donde se licenció en Filosofía, estudiando al mismo tiempo en el Colegio rabínico.
En 1933 recibió la ciudadanía italiana. A causa de las leyes fascistas tuvo que italianizar su apellido: de Zoller a Zolli. Alcanzó la Cátedra de letras y literatura judía en la universidad de Padua, pero tuvo que abandonar la docencia debido a las leyes raciales del gobierno de Benito Mussolini. En 1938 fue nombrado gran rabino de Roma.
En su libro, Zolli narra cómo, tras la llegada de los nazis a Roma, se entregó en cuerpo y alma a esconder a judíos para salvarles la vida, gracias a la colaboración que le ofrecieron las instituciones del Vaticano y en particular el Papa Pío XII. A quien le acusaba de traidor por haberse bautizado, Zolli respondió: "No he renegado de nada; tengo la conciencia tranquila. El Dios de Jesucristo, de Pablo, ¿no es acaso el mismo Dios de Abraham, Isaac, Jacob? Pablo es un convertido. ¿Abandonó acaso al Dios de Israel? ¿Dejó de amar a Israel? Sólo pensar algo así es absurdo".
La difamación es como un puño de harina que se tira al voleo, y aunque uno quisiera después recogerlo no podría, ya está hecho. Nos encontramos inundados por esa moneda falsa que acuñan los delincuentes y hacen circular los bien intencionados.