Confianza y consumo: el Gobierno ante el desafío de la historia cíclica

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El presidente Mauricio Macri junto al ministro de Hacienda Nicolás Dujovne
El presidente Mauricio Macri junto al ministro de Hacienda Nicolás Dujovne

En la política, como en la vida, todo lo que nace está en algún momento condenado a agotarse y perecer. Sin embargo, no es la naturaleza quien dicta la longevidad de los procesos políticos, sino la opinión pública y, más específicamente, el electorado.

Retomando las ideas del historiador francés Pierre Rosanvallon, cuando algo no va más, se agotó o no cumplió con las expectativas, es el elector quien va a las urnas y cambia el rumbo de la historia. Así, podríamos decir que los sucesivos gobiernos refrescan, estabilizan situaciones, pero también se agotan. Un ciclo perturbador pero capaz de ser identificado en todos los procesos electorales.

El sistema presidencialista otorga una limitación más respecto al sistema parlamentario: mandatos temporales (cuatro o seis años) previamente establecidos constitucionalmente. Hay quienes dicen que, al mismo tiempo que limita, el presidencialismo contiene todos los elementos para que un presidente dure dos mandatos. En otras palabras, quien no es reelecto, teniendo la intención de hacerlo, es porque no hizo bien su trabajo a los ojos de la opinión pública.

Los sofismas de Cambiemos

Parafraseando la conocida frase del físico Albert Einstein, intentar con los mismos métodos resultados diferentes es un primer síntoma de locura. La percepción cíclica de la historia, aquella que indica que los hechos se repiten una y otra vez, comienza a azorar al Gobierno de Cambiemos.

Los medios de comunicación comienzan, post factum, a tomar una distancia incómoda respecto al Gobierno. En el tablero de ajedrez político, esta jugada ocurre no casualmente ante una nueva realidad en donde "las balas pican cerca" y la perspectiva de salir siempre airosos, una suerte de aura que se le reconocía a Mauricio Macri, hoy resulta inverosímil.

La "pesada herencia" no es más el refugio argumentativo para la prensa, o al menos no está dispuesta a defender las responsabilidades del Gobierno en torno a dicho argumento. Como esgrimió el ex presidente del Banco Nación (2015-2017), Carlos Melconian, habiendo trascurrido dos años de gobierno, seguir atribuyéndole al pasado los problemas del futuro es sinónimo de que no se los pudo resolver en tiempo y forma.

En ese marco, comienzan a surgir algunos cuestionamientos hasta hace muy poco velados, como los que apuntó Jorge Lanata contra el vicejefe de gabinete, Mario Quintana, exponiéndolo sobre su control accionario en una importante empresa farmaceútica. El periodista apuntó directamente sobre el conflicto de intereses, un tema muy caro a los CEO del Gobierno, fulminándolo con la frase "le mintió a la gente".

La gobernadora María Eugenia Vidal, por su parte, transitó terrenos pantanosos para justificar la fragilidad económica del país. Una frase resonó con fuerza: "El Presidente no podía decir que el país estaba quebrado". En otras palabras, Macri no podía decirnos la verdad a los argentinos contando que recibió un país quebrado, lo que nos permitiría entonces poner en duda la verosimilitud de todos sus discursos y sus afirmaciones desde entonces, ya que el Presidente habría partido desde una mentira. En definitiva, una argumentación presidencial tan sofista como la de su antecesora en el cargo.

Tras más de dos años de renegar de la figura de un ministro de Economía "fuerte", el Presidente ungió a Nicolás Dujovne como un "superministro" con la facultad de coordinar el funcionamiento de nueve carteras del gabinete nacional. Una recomendación que días antes había hecho el otrora superministro Domingo Cavallo. Más que un nuevo mecanismo para aceitar las metas económicas de este año, se trataría de una acción de comunicación orientada no solo a dar una señal al FMI, sino también a intentar blindar la imagen del Presidente. Siguiendo esta hipótesis, el nuevo superministro fungiría como una suerte de fusible en el cual recaigan las responsabilidades de las antipáticas decisiones económicas del futuro.

Lo cierto es que, más allá de estas reconfiguraciones en el gabinete y de los compromisos que Macri asuma ante el FMI, los desafíos que atraviesa el Gobierno estarán supeditados a cada vencimiento de las Lebacs. Una situación que expondrá a la gobernabilidad del país entre el default y una efímera bocanada de aire fresco, todo ello con un alto costo económico (para el país) y político (para el Gobierno).

La confianza: el capital político y la debilidad económica

La Universidad Torcuato Di Tella releva, hace más de veinte años, el Índice de Confianza de los Consumidores (ICC). Se trata de una investigación que, en resumidas cuentas, ofrece un panorama acerca de las expectativas de los consumidores, actores centrales en las democracias capitalistas occidentales.

El dato que provocó cierto malestar en diversos sectores de Cambiemos es la abrupta caída de la confianza de los consumidores respecto a la marcha del país: 21,2% respecto a mayo de 2017 y 10% respecto a abril de este año.

Otro dato interesante que aporta el estudio es la distribución geográfica de la confianza de los consumidores. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires muestran los valores más preocupantes, con caídas de 15,2% y 10,6% respectivamente, mientras que en el interior del país la confianza cayó 6,3 por ciento.

Por último, la investigación arroja luz sobre uno de los ejes de la discusión pública en los primeros años del gobierno, aquel que versaba sobre la pregunta de si la nueva gestión gobernaba favoreciendo a los ricos o no. Al respecto, la Universidad Di Tella detalla en su estudio que la confianza cayó con mayor énfasis para el sector de menores ingresos (12,3%) que para los de mayores ingresos (8,3%).

Lo cíclico de la historia parece burlar las identidades partidarias, haciendo que la historia se repita, sin importar la ideología de quien gobierna. El Índice de Confianza de los Consumidores de mayo de este año (36,1%), al que el Gobierno se acercó, es prácticamente el mismo que había tocado el kirchnerismo en marzo de 2014 (36,2%), uno de los peores años registrado por dicho índice.

En 2008 se percibió una de las caídas en la confianza más prolongadas que registró el ICC en los últimos años, con un piso del 34 por ciento. Desde noviembre de dicho año hasta mayo de 2009 el índice se mantuvo por debajo del 40% (exceptuando enero del 2009). Un año, cabe recordar, marcado por las consecuencias de la profunda crisis financiera internacional.

La segunda gran caída en el ICC correspondió al 2014. Una de las principales causas que podemos rescatar fue la fuerte devaluación del peso respecto al dólar a principios de dicho año. Si bien el período pesimista duró menos (4 meses) que el registrado en 2008 (7 meses), el piso esa vez tocó el 33,4 por ciento.

Así las cosas, hoy estamos ante un nuevo proceso con consecuencias que, como aquello que se vive "en vivo", son difíciles de predecir. Lo cierto es que desde febrero de este año la confianza de los consumidores decrece a la par que el Gobierno no puede exhibir un logro convincente en materia económica.

Las devaluaciones y los ajustes afectan no solo el bolsillo, sino también los ánimos de los electores. Una crisis económica puede canalizarse rápidamente en una crisis político-electoral, algo de lo que el Gobierno debería tomar nota frente a una campaña presidencial que ya se recorta en el horizonte.

El autor es sociólogo y consultor político. Autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar 2017).

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