La tragedia de Venezuela, con la amplia mayoría de la población bajo los índices de pobreza y represión sistemática a la disidencia política, no tiene visos de superarse. La victoria electoral de Nicolás Maduro con un 32,3% de participación muestra, una vez más, el desmantelamiento de la democracia. En un proceso convocado ilegítimamente ha logrado también demostrar que mantiene la capacidad de bloquear elecciones cuando le son adversas, como el referéndum revocatorio, o llevarlas a cabo a su favor sin la participación mayoritaria de la oposición. El caso venezolano plantea, en definitiva, el debate de defender el Estado de derecho ante la ilegalidad del formato de las elecciones. También la cínica impostura que ha hecho gala el populismo latinoamericano.
La amplia presión internacional no ha sido suficiente para influir en una deriva autoritaria que se reafirmará, cuanto menos, en los próximos seis años. Ese antecedente deja en evidencia la necesidad de que la diplomacia de la preocupación llevada a cabo responsablemente por el Grupo de Lima pase a una nueva fase más creativa. También que tenga en cuenta el papel central de actores extrarregionales que disminuye la eficacia de la acción diplomática del Grupo de Lima y que representa, en definitiva, la tabla de salvación del régimen de Nicolás Maduro al controlar cada vez más las finanzas, el petróleo y los mercados del país. También por haber suministrado respaldo financiero, servicios y apoyo político.
Un ejemplo es el Banco de Desarrollo de China, que administra las principales líneas de crédito para, entre otros, los contratos de préstamos por petróleo de Venezuela. Otro ejemplo es la presencia de empresas rusas que, como Rosneft, ejercen una función cada día más significativa en el control de los activos estratégicos venezolanos. Irán es otro socio de creciente significación como lo testimonian los acuerdos entre el Ministerio de Defensa y Logística de Irán con la industria militar venezolana (CAVIM). Este cuadro de influencias aumenta en complejidad con los intensos programas de capacitación de las fuerzas armadas venezolanas en Moscú, Beijing y Teherán, además de la presencia activa de miles de efectivos cubanos.
El ajedrez diplomático que aleja a Venezuela de los países de América Latina, salvo por los apoyos que recibe de Cuba, Nicaragua, Bolivia y algunos países caribeños, merece cuidadosa atención. Es hoy difícil pensar en una solución diplomática de la crisis en Venezuela sin tener en cuenta esos factores extra regionales que en la búsqueda de intereses geopolíticos han contribuido a la destrucción de los mecanismos democráticos de Venezuela.
El rescate de la democracia venezolana parece necesitar de una amplia concertación internacional que contribuya a la búsqueda de soluciones tanto para paliar graves falencias humanitarias como en lo que hace al restablecimiento de las instituciones democráticas y el respeto a los derechos humanos.
En este contexto, el Secretario General de Naciones Unidas podría cumplir una función de facilitación esencial ante el debilitamiento de la capacidad diplomática de la Organización de Estados Americanos y otros órganos regionales. También en virtud de las ecuaciones de poder global que intervienen.
Es hora de explorar una visión diplomática de presión internacional más amplia para contribuir a que Venezuela inicie un proceso de pacificación y recuperación democrática. El resultado de las ilegítimas elecciones presidenciales puede ser un paso de realismo que estimule ese camino.
El autor es ex Vicecanciller de la Nación y analista de política internacional.