A diferencia de otros presidentes, que en sus campañas hicieron muchas promesas que luego no cumplieron, Donald Trump parece decidido a tratar de cumplir con las que le hizo a su base electoral.
Ahora bien, por el lugar que ocupa Estados Unidos en el tablero mundial, algunas de esas promesas con impacto en el plano internacional pueden generar un profundo y extendido rechazo en sus adversarios ideológicos y geopolíticos y a veces incluso choques con sus propios aliados.
Trump declaró que los Estados Unidos reconocen a Jerusalén como la capital de Israel, algo que ninguno de sus antecesores hizo en los 70 años de existencia de ese Estado por tratarse de un tema explosivo, y lo hizo con el fundamento que era una promesa electoral a los sectores ortodoxos judíos que venían reclamando esa medida desde que asumió el poder.
Ahora bien, paradójicamente, el más agradecido quizás con la decisión de Trump sea ni más ni menos Irán, porque puede unir no sólo a los países árabes sino a los musulmanes de todo el mundo, e incluso coincidir con sus adversario de siempre, los saudíes, en momentos en que todas las miradas estaban clavadas en la autopista chiita que une Teherán con el Mediterráneo, es decir, en la influencia que Irán ejerce, directa o indirectamente, en Irak, Siria y Líbano.
A la inversa, el anuncio de Trump interviene en momentos en que la alianza no declarada pero efectiva entre Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Egipto y el Estado de Israel apuntaba a equilibrar la política expansionista de Irán en la región. Los propósitos de esta alianza no podrían cumplirse si no contasen con el respaldo de Trump, pero el anuncio de que Estados Unidos trasladará su Embajada a Jerusalén, compromete dicha alianza, porque ninguno de esos países se atrevería hoy a desconocer las violentas protestas que se están levantando y que pueden convulsionar aun más a todo el mundo islámico.
Israel había logrado hasta ahora evitar entrar en los enfrentamientos militares en la región desde que los Estados Unidos invadieran Irak en el 2003, así como también permaneció alejado de la guerra civil de Siria, del combate a Isis y de la guerra en Yemen, por lo que el escenario estratégico era el mejor que tenía desde su independencia en 1948.
Jordania y Egipto ya no eran rivales y, ahora, se sumarían todos los regímenes árabes sunnitas para contener a un Irán chiita de más de 80 millones de habitantes, con una inmensa riqueza petrolera y gasífera, con un acuerdo nuclear que, al poner fin a las sanciones, según todos los pronósticos, le abre las puertas a inversiones masivas de Occidente para que puedan convertir al país en una gran potencia económica en pocas décadas.
Israel, cuya mayor pesadilla es ver un Irán convertido en potencia atómica, vino instando, desde que Trump se convirtió en presidente, a los Estados Unidos a que abandonasen el acuerdo nuclear que China, Gran Bretaña, Alemania, Francia y Rusia firmaron con Teherán. Trump no repudió el acuerdo de manera abierta, pero declaró que era el peor que había firmado el país, aunque la última palabra la diría el Congreso, que tiene 3 meses para decidir su voto. No habría que sorprenderse si, con la adhesión que diputados y senadores republicanos muestran con Trump, se aprobase el abandono de dicho acuerdo nuclear.
¿Es posible pensar que el actual liderazgo estadounidense toma decisiones sin percibir las interrelaciones entre las fuerzas que pujan en la geopolítica mundial? Por ejemplo, en el caso de la decisión sobre Jerusalén, sin evaluar hasta qué punto se pone al mundo islámico en contra, incluso a los países amigos, y que su anuncio es un fermento notable para avivar el terrorismo musulmán, y alejar cada vez más a las grandes potencias occidentales de los Estados Unidos; la canciller alemana, Angela Merkel, ha dicho que la Alianza Atlántica, tal como funcionó durante toda la Guerra Fría y hasta ahora, cesó de existir, por lo que Europa debe tomar su destino en sus propias manos en todos los frentes, incluido el militar, algo que comparte plenamente el presidente de Francia, Emmanuel Macron.
El anuncio sobre Jerusalén podría significar también una maniobra de acción psicológica destinada a fortalecer a Netanyahu en su frente interno y a colocarlo en una mejor situación para iniciar un proceso de paz
Estados Unidos aparece hoy en el centro de decisiones disruptivas tomadas por un presidente más antagonizado que nunca en el pasado, y esto se da tanto en el frente económico como en el de las relaciones comerciales internacionales, en la lucha contra el calentamiento global, en el cuestionamiento a casi todos los organismos multinacionales, etc.
Ahora bien, como es ilógico pensar que Estados Unidos busque perjudicar a un aliado, esta decisión sobre Jerusalén podría significar también una maniobra de acción psicológica de Trump destinada a fortalecer a Benjamin Netanyahu en su frente interno y a colocarlo en una mejor situación para iniciar un proceso de paz con los palestinos, habida cuenta de que, como lo ha demostrado la historia en diferentes épocas y latitudes, los procesos de paz definitiva los firman los "halcones". Funcionarios próximos a Trump hicieron trascender "que las fronteras específicas de la soberanía israelí en Jerusalén estarían sujetas a negociaciones de status final con los palestinos y se seguirá apoyando el status quo en la Explanada de la Mezquita (Monte del Templo) situada en la parte palestina de la ciudad".
No obstante, es innegable que el presidente estadounidense ha abierto una Caja de Pandora de la que, como dice el mito, salen todos los males por el mundo mientras que, en el fondo de la Caja, sólo queda la Esperanza. Los mitos no son fábulas, sino máscaras que encubren las profundas leyes universales que rigen los destinos humanos.
La Historia tiene la palabra.
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