Cuando los medios se convierten en la oposición

Por Eugenia Mitchelstein y Pablo Boczkowski

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El 25 de enero, sólo cinco días después de que Donald Trump asumiera la presidencia, el jefe de estrategia de la Casa Blanca, Stephen K. Bannon, dijo: "Los medios deberían estar avergonzados y humillados y mantener su boca cerrada y sólo escuchar por un tiempo (…) Los medios aquí son el partido de la oposición". Tres días después, el presidente Trump tuiteó: "El deteriorado New York Times se equivocó conmigo desde el mismo comienzo. Dijo que perdería las primarias, luego las elección general. ¡NOTICIAS FALSAS!".

Ambos episodios son consistentes con la estrategia de comunicación que la fórmula republicana aplicó durante la campaña presidencial y desmuestran que ni el Presidente ni sus asesores más cercanos planean cambios, al menos durante los primeros tiempo de su presidencia. ¿Cuáles serían las consecuencias de la confrontación entre el Gobierno y los principales medios de comunicación para la confianza sobre las noticias y los políticos desde la perspectiva del público? Este artículo examina las prácticas, las interpretaciones y las experiencias de las audiencias para analizar qué podría ocurrir dadas determinadas circunstancias, en lugar de establecer qué debería suceder de acuerdo con diferentes ideales de comportamiento para el público y la prensa. En ese sentido, nuestro enfoque es distinto de –y a la vez complementario a– una postura normativa. Y dado que no hay antecedentes de este nivel de confrontación en la historia reciente en los Estados Unidos, respondemos a esta pregunta basándonos en nuestra investigación en América Latina durante la última década para imaginar posibles escenarios futuros.

En la Argentina, durante los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y su esposa Cristina Fernández (2007-2015), surgió una relación antagónica con los principales medios de comunicación –una dinámica que también tuvo lugar en otros países de la región durante este período–. El gobierno de Kirchner tuvo inicialmente una relación de conveniencia mutua con la principal empresa de medios, el Grupo Clarín. Sin embargo, esta relación cambió en 2008 luego del conflicto entre el Gobierno y los productores rurales, en el que la cobertura de los medios del Grupo Clarín favoreció la perspectiva de los productores. Poco después, la presidencia empezó a confrontar directamente con este conglomerado y también con La Nación, un diario que ha sido considerado tradicionalmente como el representante de los grupos conservadores en la Argentina. El Gobierno y sus aliados lanzaron repetidos ataques económicos, regulatorios y de relaciones públicas contra estos medios. Estos ataques apuntaron con más fuerza al diario Clarín, que históricamente había tenido una posición ideológica centrista y era el de mayor circulación diaria. A su vez, los llamados "medios opositores" intensificaron su cobertura crítica del gobierno, una postura que mantuvieron hasta el final de la segunda administración de Cristina Fernández.   ¿Cuáles fueron las consecuencias de este antagonismo entre el Gobierno y los principales medios de comunicación? Nuestra investigación, realizada durante la campaña presidencial de 2011 en la Argentina, indica que mientras el Gobierno agrupaba a todos los medios no favorables en un solo conjunto, los públicos de Clarín y La Nación se diferenciaron significativamente en sus reacciones. Por un lado, muchos lectores de Clarín –una parte de los cuales habían votado por Cristina Fernández y no estaban necesariamente comprometidos con una posición ideológica o partido político– empezaron a desconfiar de la información que les proponía el diario. Como dijo uno de nuestros entrevistados, "durante muchísimos años yo leí Clarín, vi TN y muchas cosas, con mucha ingenuidad" –algo que cambió a partir de la confrontación del Gobierno con el Grupo Clarín.

Por otro lado, la audiencia de La Nación -en general más consistente en su posición conservadora y su apoyo a los políticos que la defienden– reforzaron su confianza en el valor del periodismo, a partir de las noticias que leían. "La Nación está como un poquito en el medio entre Página/12 y Clarín […] me da como la impresión de que las notas son menos opiniones y un poco más de noticia", señaló otra entrevistada. Estas diferencias en los niveles de confianza pueden haber contribuido a la desigualdad en la evolución de la circulación de los dos diarios durante este período: mientras que en el caso de Clarín el promedio de ejemplares vendidos bajó de 380.000 en 2008 a 232.000 en 2014, en La Nación la disminución sólo fue de 158.000 a 155.000 durante el mismo período.

Otra investigación en curso complementa el foco en la ideología con el análisis de las principales prácticas de acceso a las noticias. Entrevistas con consumidores de noticias muestran un aumento en la adquisición incidental de información sobre actualidad, en particular en los segmentos más jóvenes de la población. Una parte significativa de nuestros entrevistados informan que consumen las noticias como un subproducto de su acceso a las redes sociales a través de sus celulares. Por ejemplo, en una encuesta presencial realizada septiembre de 2016 a 700 personas del Área Metropolitana de Buenos Aires, tres de cada cuatro entrevistados de entre 18 y 29 años contestaron "Me encuentro con noticias online mientras navego por redes sociales", pero sólo uno de cada cinco dijo: "Visito sitios de Internet para enterarme de las noticias online".

La adquisición incidental de noticias a través de las redes sociales está relacionada con la confianza en la información. Primero, los usuarios tienden a desconfiar de los medios de comunicación, en parte como consecuencia de la dinámica de confrontación descrita anteriormente. "Hoy en día es muy difícil creerle a alguien; todos… hablan desde algún punto de vista, de un interés, es imposible que alguien sea 100% objetivo", comentó uno de los entrevistados. Además, los consumidores son cada vez más conscientes del sensacionalismo de las noticias en las redes sociales, debido a las estrategias de click-bait de las empresas de medios. Como dice otro entrevistado, "hay muchas cosas que pasan también en las redes sociales (que) son mucha exageración". Por último, las audiencias están atentas no sólo al sesgo de los medios, sino también al de los contactos que publican noticias en las redes. Según otro entrevistado, "en Facebook vos sos consciente de qué persona lo está subiendo, de qué piensa esa persona y de qué afiliación política tiene, entonces sos consciente de que esa noticia viene con todo eso detrás".

En conjunto, ¿qué nos dicen estos hallazgos sobre las posibles consecuencias de la confrontación entre el Gobierno y los medios de comunicación para el público? Proponemos tres escenarios posibles. En primer lugar, desde la elección de Donald Trump como el próximo presidente de los Estados Unidos, algunos de los principales medios de comunicación han aumentado su tono crítico, lo cual ha sido vinculado con temas comerciales. Slate tiene una publicidad que afirma: "El Presidente Trump ha declarado la guerra a la prensa. Ayúdanos a contraatacar". Esta postura fue retomada por la actriz Meryl Streep en su discurso en la ceremonia de los Globos de Oro, celebrada el 8 de enero. Streep criticó al presidente electo e invitó a todos "a unirse en apoyo al Comité para la Protección de Periodistas ", lo que llevó a un gran aumento en las donaciones a esta organización sin fines de lucro. El New York Times, que ha publicado un gran volumen de historias negativas sobre el presidente electo, sumó 132.000 nuevos suscriptores digitales durante las primeras tres semanas después de las elecciones. Si la experiencia argentina es relevante más allá de sus fronteras, aunque la participación en una dinámica de confrontación pueda tener beneficios económicos a corto plazo, a las empresas de medios tal vez les convendría ser más cautelosas respecto a sus perspectivas a largo plazo. Mientras la confrontación podría consolidar e incluso expandir la base de simpatizantes ideológicamente comprometidos, esto podría ocurrir a costa de alienar a un segmento mucho más amplio de la población que no está tan comprometido o que usa las noticias como moneda social en sus conversaciones cotidianas –y que además tienden a evitar temas políticos controversiales. Si bien desde una perspectiva normativa la prensa debería obligar a los poderosos a rendir cuentas, incluso si esto perjudicara sus resultados comerciales, predicar para los conversos podría no sólo ser malo para los negocios, sino también para la capacidad de establecer una agenda influyente para toda la ciudadanía.

En segundo lugar, una confrontación constante entre la prensa y el Gobierno podría conducir, como en el caso argentino, a un aumento en la percepción pública sobre la intencionalidad en las estrategias de comunicación del Gobierno y en la cobertura mediática. Esto incrementaría, a su vez, la capacidad del público para identificar y atribuirle sentido a esa intencionalidad. La confianza, entonces, en lugar de ser otorgada de manera automática a las instituciones de Gobierno y la prensa, debería ser ganada por sus integrantes como consecuencia de sus interacciones habituales con el público. La capacidad del público para interpretar las acciones del Gobierno y los medios de comunicación sería un subproducto positivo para la ciudadanía estadounidense, particularmente en estos tiempos.

En tercer lugar, podría surgir una "paradoja de confianza" a partir de la combinación del aumento en la percepción de la intencionalidad y el predominio de maneras incidentales de acceso a la información. Por un lado, como un subproducto de la confrontación entre el Gobierno y los medios, el público podría estar más alerta acerca de las cuestiones de sesgo e intención, y mejorar su capacidad para detectarlas. Pero, por otro lado, el acceso a las noticias a través de redes sociales podría tornar esa tarea más difícil, socavando la capacidad del público de discernir el origen de una historia particular, ya que los titulares y copetes son extraídos de sus respectivas fuentes y compartidos en una multiplicidad de redes. Este escenario podría generar sentimientos de desorientación debido a la disminución de la certeza acerca de quién dijo qué, o tal vez una intensificación en los esfuerzos interpretativos para averiguar de dónde proviene la información, y qué podría, o no, ser cierto.

Más que certezas, estos son solo tres escenarios posibles entre muchos, que también incluyen una intensificación del partidismo, una creciente tensión en el discurso público y una mayor alienación entre los miembros del público no comprometidos ideológicamente. Lo que sí parece casi seguro es que en los próximos cuatro años veremos cambios en los vínculos entre el Gobierno, los medios de comunicación y el público en los Estados Unidos que, a juzgar por el caso argentino, tendrán consecuencias duraderas no sólo para políticos y periodistas, sino, también, para la sociedad en su conjunto.

*Pablo J. Boczkowski es profesor del Departamento de Estudios de Comunicación en la Northwestern University de los Estados Unidos y Eugenia Mitchelstein es profesora asistentes en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, Argentina.

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