A las 7:00 de la mañana, en Ramat Gan, el estruendo lo cambió todo. Una mujer de 60 años, Smadar Shitrit, había alcanzado a entrar al refugio cuando escuchó “un silbido fuerte como de un avión”, seguido de una explosión que, según describió, “fue como un tsunami”. La puerta del refugio voló por el aire. Afuera, en la calle, sus vecinos yacían cubiertos de polvo, entre vidrios rotos y restos de concreto.
“Todo se vino abajo”, relató Shitrit, todavía con la voz entrecortada. “Pero el daño en el alma, en el corazón, duele mucho más”.

La ofensiva lanzada por Irán en la mañana del jueves 19 de junio golpeó de lleno a zonas residenciales del distrito de Tel Aviv, incluido el municipio de Ramat Gan y la ciudad de Holón. Los misiles no impactaron bases militares ni centros estratégicos, sino edificios de departamentos, oficinas, escuelas, hospitales. En total, se reportaron al menos 25 heridos en Ramat Gan, 11 más en Holón —entre ellos tres en estado grave— y un hospital con daños estructurales en el sur del país.
La primera señal fue la sirena. Desde Tel Aviv hasta Jerusalén, pasando por Haifa, Beersheba y Ariel en Cisjordania, el sonido agudo del sistema de alerta aérea despertó a millones. Luego, las estelas blancas en el cielo, como arañazos en la atmósfera, marcaron el paso de los misiles.

En el centro de Ramat Gan, decenas de vecinos comenzaron a evacuar. Algunos salieron con lo puesto. Un hombre fue visto cargando a su perro entre los escombros. Otro, con su hija pequeña en brazos, corría entre los coches cubiertos de hollín. La policía estableció un cordón de seguridad mientras bomberos y rescatistas rompían puertas de departamentos buscando sobrevivientes. Había departamentos cerrados, y otros donde los residentes habían quedado atrapados.
“El edificio todavía está siendo registrado”, informó un agente de policía en un video difundido por las autoridades. “Estamos evacuando a civiles heridos. Sabemos que hay al menos 37 personas con lesiones leves. Nuestra prioridad es salvar vidas”.

Oficinas destruidas y un hospital bajo fuego David Mena, abogado y exdiputado, vio cómo su oficina quedaba inservible. “Fue una noche terrible”, dijo. “En la mañana escuchamos la explosión y desde la ventana vi todo. Muy difícil. Todos los vidrios rotos, y todavía no podemos entrar al edificio”.
En Beersheba, más de cien kilómetros al sur, el hospital Soroka recibió un impacto directo. Aunque no hubo víctimas fatales, el daño fue significativo: una fachada entera colapsó, los cristales estallaron y se desató un incendio. Vehículos estacionados terminaron carbonizados. Por precaución, el personal sanitario ya se encontraba en la planta baja, lo que evitó una tragedia mayor. “Escena en el distrito sur: impacto directo en un centro médico”, confirmaron los bomberos en un comunicado.



La imagen del hospital humeante recorrió las redes y los canales internacionales. Fue uno de los tantos blancos en una mañana en la que la población israelí despertó a una ofensiva sin precedentes.

Una guerra en los hogares
Las bombas también alcanzaron Holón, otra ciudad del distrito metropolitano de Tel Aviv. Allí, los servicios de emergencia atendieron a 11 personas, entre ellas un hombre de unos 60 años que fue trasladado en estado grave. Una de las imágenes más difundidas muestra a un rescatista bajando las escaleras de un edificio en ruinas mientras carga a un niño en brazos.
La mayoría de los edificios alcanzados eran residenciales. “Hay seis apartamentos por piso y muchos residentes estaban dentro en el momento del impacto”, explicó un oficial. “Algunos departamentos necesitamos forzarlos para entrar. Estamos tardando porque seguimos buscando personas”.


Entre los restos, podían verse objetos personales: mochilas escolares, fotografías familiares, zapatos esparcidos por los pasillos. Fragmentos de una vida cotidiana interrumpida por la guerra.
Los testimonios no solo hablan del miedo, sino de una herida más profunda. “Todo mi edificio está lleno de vidrios, todo cayó”, insistió Smadar Shitrit. “Pero lo más duro no es eso. Es el susto, es saber que todo pudo terminar en un segundo”.
Para muchos residentes, la guerra ya no se libra en las fronteras ni en los túneles subterráneos. Llega hasta el comedor de sus casas, al aula de una escuela, al pasillo de un hospital. La frontera, como concepto, dejó de tener sentido.
Los restos de un misil iraní aparecieron más tarde en Ariel, una ciudad asentada en el norte de Cisjordania. La imagen del proyectil incrustado en el asfalto fue interpretada como un nuevo mensaje: ninguna región está a salvo.

Mientras los equipos de rescate continuaban su labor, las calles volvían a llenarse de polvo. La vida cotidiana —ir al trabajo, llevar a los niños al colegio, hacer las compras— quedaba en pausa, nuevamente.
Y el temor, ese que no se ve pero permanece, se alojaba en lo más profundo de los sobrevivientes.
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