La guerra en las sombras entre India y Pakistán y una campaña de asesinatos encubiertos

El primer ministro indio Narendra Modi se ha mostrado más dispuesto a enfrentarse a los enemigos más allá de sus fronteras que ningún otro dirigente desde la independencia

Guardar
Soldados indios de la Fuerza
Soldados indios de la Fuerza de Seguridad Fronteriza (BSF) patrullan junto a un arroyo cerca de la Línea de Control, línea de alto el fuego que divide Cachemira entre India y Pakistán (REUTERS/Mukesh Gupta)

En una tarde sofocante de abril en Lahore, tres disparos resonaron en un hogar de clase trabajadora. Amir Sarfaraz, conocido como Tamba, yacía en un charco de sangre en el piso superior. En cuestión de segundos, los perpetradores, dos hombres enmascarados, escaparon en una motocicleta, dejando una escena que, aunque parecía un ajuste de cuentas local, resultó ser un episodio más en la larga y sigilosa guerra entre India y Pakistán.

El asesinato de Tamba no fue un crimen cualquiera. En 2011, dentro de las mismas paredes de una prisión pakistaní, se le acusó de haber matado a golpes a un agente de inteligencia indio. Aquella muerte, para muchos, marcó un capítulo en la rivalidad entre los servicios de inteligencia de ambos países. Más de una década después, el asesinato de Tamba parecía ser una respuesta cuidadosamente orquestada por la Research and Analysis Wing (RAW), la principal agencia de espionaje india.

Desde 2021, según funcionarios paquistaníes, RAW ha operado un ambicioso programa de asesinatos dirigidos dentro de Pakistán. Estos no son ejecutados por ciudadanos indios, sino por una red cuidadosamente tejida que incluye a criminales locales y sicarios extranjeros, contratados a través de intermediarios en ciudades como Dubái. Los pagos fluyen por sistemas informales de transferencia conocidos como hawalas, invisibles para las estructuras financieras tradicionales.

Un soldado de las Fuerzas
Un soldado de las Fuerzas de Seguridad Fronteriza de la India monta guardia en la frontera internacional con Pakistán en Suchetgarh, cerca de Jammu (REUTERS/Rupam Jain)

El objetivo principal ha sido líderes de grupos militantes como Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammad, señalados por India como responsables de ataques transfronterizos. Sin embargo, las tácticas utilizadas en Pakistán, efectivas por su naturaleza encubierta, han resultado torpes y problemáticas cuando se trasladaron al terreno occidental. En Canadá y Estados Unidos, los supuestos intentos de asesinato contra líderes sijes han expuesto a la maquinaria india a una luz internacional que desafía su narrativa de legitimidad.

Kashmir: la Herida que nunca cierra

Narendra Modi (Michael Kappeler/dpa)
Narendra Modi (Michael Kappeler/dpa)

El conflicto entre India y Pakistán se arraiga en el territorio disputado de Kashmir, un lugar donde las montañas esconden no solo combatientes, sino historias de ocupación, resistencia y sangre. La decisión del primer ministro Narendra Modi en 2019 de revocar el estatus especial de la región intensificó una crisis latente. Para muchos indios, fue una muestra de fuerza; para Pakistán, una agresión intolerable.

Desde entonces, al menos 50 soldados indios han muerto en incursiones transfronterizas y emboscadas en las zonas montañosas. Mientras tanto, los insurgentes, apoyados tácitamente por Pakistán, reafirman su lucha. Nueva Delhi, bajo la administración de Modi, ha endurecido su postura, llevando la confrontación más allá de los límites físicos, hacia una guerra encubierta cuyo alcance parece no tener límites.

Espionaje y Propaganda

FILE PHOTO: Pakistan's Prime Minister
FILE PHOTO: Pakistan's Prime Minister Shehbaz Sharif addresses the 79th United Nations General Assembly at U.N. headquarters in New York, U.S., September 27, 2024. REUTERS/Mike Segar/File Photo

La guerra de sombras entre la RAW india y la Inter-Services Intelligence (ISI) paquistaní es un baile meticuloso de desinformación, ataques quirúrgicos y manipulaciones políticas. Para RAW, cada asesinato es un mensaje; para la Agencia de Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán, o ISI, cada infiltración revelada es un triunfo propagandístico. Pero en este juego, las líneas entre la verdad y la narrativa oficial se desdibujan, dejando un rastro de incertidumbre y desconfianza.

Pakistán, al denunciar públicamente las acciones de RAW, busca no solo exponer a India, sino también señalar la fragilidad de su propia seguridad interna. La paradoja es evidente: el país que acusa a su vecino de fomentar el terrorismo se encuentra luchando para demostrar que no alberga a grupos que se alineen con esa descripción.

A medida que ambos países refuerzan su narrativa de victimización y retórica de seguridad nacional, el costo humano y político sigue aumentando. Los asesinatos dirigidos, como el de Tamba, son piezas en un tablero de ajedrez donde los movimientos rara vez terminan en victoria para alguien.

Esta guerra encubierta, alimentada por años de agravios históricos, parece destinada a perpetuarse, cada asesinato y cada infiltración reforzando el ciclo de represalias. Al final, lo que queda es un frágil equilibrio, sostenido por la certeza de que una escalada abierta podría arrastrar a ambos países al abismo. Y mientras los líderes en Nueva Delhi y Islamabad calculan cada movimiento, las vidas que se pierden en las sombras siguen siendo la moneda de cambio en esta guerra interminable.

Guardar