Las calles de San Petersburgo suelen estar envueltas en un aire húmedo y gélido, pero hace unas semanas, dos hombres fueron detenidos en una operación tan surrealista como simbólica de los tiempos que corren. En el techo de un contenedor con más de 5.000 cajas de mangos, ocultaban 200 kilos de cocaína, valorados en 30 millones de dólares. Sin embargo, no hubo juicio ni sentencia. En un giro que podría haber sido obra de Dostoyevski, los acusados aceptaron un contrato como fusileros en una compañía de asalto, y las acusaciones desaparecieron como un espejismo bajo el frío invernal.
La escena se repite en todo el país: supuestos asesinos, violadores y ladrones evitando la prisión a cambio de un rifle y un uniforme. “Pueden matar personas, robar un banco o cometer cualquier otro crimen y luego ir al frente”, comentó Ruslan Leviev, analista militar ruso. “El gobierno está desesperado; las bajas en el frente son enormes”.
El sistema, antes reservado para convictos en colonias penales, ha evolucionado. Ahora basta con ser sospechoso de un delito para que se abran las puertas del ejército. En octubre, el presidente Vladímir Putin firmó una ley que permite iniciar el proceso de reclutamiento desde que se abre un caso penal. Esta ampliación de la base de reclutamiento incluye incluso a inmigrantes con deudas, políticos corruptos y deudores crónicos.
Una economía de guerra: vidas y deudas canjeadas
En un esfuerzo por aumentar las filas sin recurrir a un impopular reclutamiento generalizado, las autoridades han lanzado campañas dirigidas a deudores con montos de hasta 10 millones de rublos (cerca de 100,000 dólares). “Acepta el contrato y limpia tus deudas”, les dicen. Miles de hombres con atrasos en pensiones alimenticias han sido arrastrados hacia el conflicto bajo estas condiciones.
El panorama es igualmente sombrío para inmigrantes. En estaciones de tren, mercados y almacenes, agentes detienen a trabajadores que recientemente adquirieron la ciudadanía rusa. Muchos son llevados a oficinas de reclutamiento, donde reciben una lista de documentos necesarios, solo para ser reclutados al regresar con ellos. “Tres autobuses no fueron suficientes para llevar a todos los hombres capturados”, narró un ciudadano de Tayikistán, quien pidió anonimato por su seguridad.
En los frentes más letales, las unidades Storm Z —formadas por convictos y ahora por estos “voluntarios” forzados— han registrado tasas de mortalidad aterradoras. Las historias que emergen desde estas unidades, donde las bajas son desproporcionadas, pintan un cuadro macabro. Sin embargo, no todos enfrentan este destino. Políticos condenados, como los ex alcaldes de Vladivostok, suelen encontrar acomodo en el batallón Cascade, una formación de lujo donde las fotografías muestran uniformes impecables y banquetes en lugar de trincheras.
El contraste entre las vidas que se pierden y las que se protegen alimenta el cinismo de los críticos. “Un asesino puede redimirse con sangre, pero un funcionario corrupto solo buscará sobrevivir”, escribió Aleksander Kartavykh, un influyente bloguero militar.
De la gloria al olvido: el caso de Andrey Perlov
Hace tres décadas, Andrey Perlov cruzaba la meta olímpica en Barcelona con una velocidad inigualable, llevando a Rusia a la gloria en la caminata de 50 kilómetros. Hoy, con 62 años, languidece en una celda en Novosibirsk, acusado de desviar USD 30,000 como gerente de un club de fútbol. Sin pruebas concluyentes, los investigadores han prolongado su detención mientras lo presionan para que se aliste.
“Para ellos, la mejor opción es enviarlo al frente. Cerrarán el caso y nadie asumirá responsabilidades”, explicó su hija, Alina Perlova. Los Perlov sobreviven con su pensión de USD 1,000 mensuales y pequeños ingresos que Alina obtiene traduciendo literatura china. Mientras tanto, sus cuentas permanecen congeladas.
“Le dicen que, como atleta, tiene la fortaleza para el frente. Pero yo le suplico que no lo haga”, relató con una mezcla de desesperación y resignación.
Esta transformación del reclutamiento militar ruso en una suerte de lavado moral tiene implicaciones profundas. Olga Romanova, directora de la ONG Rusia Tras las Rejas, advirtió sobre el colapso de la relación entre el crimen y el castigo. “La guerra se ha convertido en una válvula de escape para todos los males sociales”, afirmó.
En redes sociales, los debates sobre este fenómeno son encendidos. Una mujer en Vkontakte preguntó si su esposo, procesado por un delito menor, debería alistarse. “Limpia su historial y gana dinero”, le respondió alguien, antes de añadir: “Pero busca otro esposo de inmediato. Es poco probable que vuelva”.
Mientras tanto, las cifras exactas de estos reclutas son un misterio. Analistas estiman que el ejército ruso reclutaba tradicionalmente 30.000 hombres al mes mediante incentivos económicos. Pero el agotamiento de estas fuentes ha obligado al Kremlin a buscar alternativas más baratas. “Los civiles voluntarios son caros. A los criminales no se les prometen las mismas ventajas”, señaló Leviev.
La guerra, como un río fangoso, sigue arrastrando a hombres y mujeres en su cauce, borrando crímenes, deudas y, en muchos casos, vidas. En este vasto reclutamiento, el precio real no se mide en rublos ni en cifras, sino en el tejido moral de una nación que redefine el significado de redención y castigo.