El soldado ucraniano Yurii, de 45 años, se sentó en la cama del hospital con los brazos envueltos en vendajes empapados de sangre. Sus ojos, marcados por el cansancio y el dolor, contaban lo que sus palabras apenas lograban transmitir. Dos días antes, un francotirador ruso en la región de Kursk había perforado sus manos con dos disparos. Bajo un cielo cubierto de fuego enemigo y acechado por drones, caminó durante 16 horas. Su historia es la de la resistencia llevada al límite.
—Me até torniquetes con los dientes. No había nadie más— dijo a The Washington Post con voz pausada, repasando los momentos en los que la vida pendía de un hilo. Con sus compañeros muertos a su alrededor, tomó la radio de su comandante caído y continuó. Al día siguiente, logró encontrar tropas ucranianas que lo evacuaron en un vehículo blindado estadounidense Stryker, cruzaron la frontera y lo llevaron a un hospital.
Un riesgo calculado: la incursión en Kursk
La operación de Ucrania en Kursk, iniciada en agosto, se presentó como un giro audaz en la guerra: una incursión profunda en territorio ruso. Con la llegada del invierno y la escalada de ataques, esta maniobra ahora enfrenta serias amenazas. Rusia, que había minimizado la incursión inicialmente, respondió con una masiva contraofensiva, desplegando a 60.000 soldados respaldados por tropas norcoreanas y utilizando tácticas que bordean la desesperación.
—Sabíamos que lograríamos algo —recordó Yurii—. Pero no estábamos seguros de sobrevivir.
El comandante Dmytro Voloshyn, al frente de la Brigada 82, admitió haber dudado de la operación al principio. Sin embargo, destacó que su importancia estratégica ha quedado clara con el tiempo. Según él, Kursk no solo fue un golpe militar, sino un punto de inflexión para Rusia. La incursión obligó a Putin a redistribuir tropas desde el este de Ucrania hacia el norte, debilitando su capacidad ofensiva en otras regiones clave.
Un frente precario
En las trincheras y puestos médicos improvisados cerca de la frontera, la realidad es brutal. Roman, comandante interino de la unidad médica, describió cómo el flujo constante de soldados heridos ha saturado las capacidades médicas desde agosto. Más de 1.200 soldados han sido atendidos, pero la intensidad de los combates ha obligado a retroceder las operaciones hacia territorio ucraniano.
En una casa abandonada en la región de Sumy, convertida en clínica improvisada, los médicos luchaban por salvar a Vova, un soldado con metralla en el pulmón. La escena era cruda: mientras su sangre llenaba un recipiente de plástico cortado, los médicos trabajaban bajo la constante amenaza de drones rusos. Afuera, el invierno endurecía el aire y las bombas guiadas caían a pocos metros.
Roman defendió la operación a pesar de los riesgos.
—Si los mantenemos en su territorio, el nuestro sufre menos— afirmó a The Washington Post, consciente del precio que pagan sus compañeros.
Las tácticas rusas en Kursk evidencian un cambio hacia la brutalidad y el sacrificio masivo. Según Andrii, comandante de una unidad de drones, los soldados rusos ahora avanzan en columnas de vehículos bajo fuego ucraniano, a menudo sacrificando múltiples tanques y vehículos blindados para que unos pocos logren atravesar.
—Envían un tanque, lo destruimos. Luego un APC, lo destruimos. Después un BTR. Ahora envían motocicletas. Si hace falta, vendrán a pie— explicó, mostrando imágenes de un cementerio de vehículos rusos destruidos.
Dmytro, un joven comandante de 25 años, describió estos ataques como “asaltos de carne”, una estrategia de desgaste humano que recuerda las tácticas de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, se mostró confiado en la capacidad defensiva de Ucrania para resistir durante el invierno.
Una guerra sin concesiones
El saldo de la operación de Kursk ha sido mixto: Ucrania ha infligido pérdidas significativas a Rusia, destruyendo arsenales y obligando a Moscú a redirigir tropas, pero al costo de cientos de vidas y recursos agotados. Para los soldados como Yurii, atrapados entre la vida y la muerte, Kursk simboliza tanto el sacrificio como la determinación de mantener cada palmo de territorio ganado.
En el horizonte, las negociaciones para el fin de la guerra parecen una posibilidad cada vez más urgente, pero para quienes están en el campo de batalla, como el capitán Oleh Shyriaiev, no hay opción de retroceder.
—No nos iremos a ninguna parte— sentenció con firmeza.