En una larga investigación publicada en el Wall Street Journal y de la que son coautores otros periodistas, el periodista estadounidense Evan Gershkovich, encarcelado durante más de un año en Rusia, describe el funcionamiento de esta unidad de contraespionaje de los servicios secretos rusos (FSB), la DKRO.
Basándose en su propia experiencia y en entrevistas realizadas por los redactores a funcionarios occidentales y opositores rusos, detalla cómo esta fuerza especial es responsable de las recientes detenciones de numerosos extranjeros.
Detenido en marzo de 2023 mientras informaba desde los Urales, el periodista fue condenado en julio a 16 años de cárcel por las autoridades rusas por “espionaje”, al término de un juicio sumario a puerta cerrada.
Fue liberado el 1 de agosto en el marco del mayor intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente desde la Guerra Fría.
En las entrañas de la maquinaria secreta del Kremlin
En un avión presidencial ruso, el silencio solo era interrumpido por el rugir de los motores listos para despegar desde Ankara. Una cortina se abrió con brusquedad, dejando pasar a un hombre con chaqueta color arena y una barba entrecana. Su mirada penetrante recorrió a los dieciséis prisioneros sentados, un grupo que incluía estadounidenses, rusos y alemanes. Ninguna palabra salió de su boca mientras sus ojos se detuvieron en uno de los detenidos, un periodista arrestado bajo acusaciones de espionaje. Después de un minuto eterno, el hombre desapareció nuevamente tras la cortina. Era Dmitry Minaev, el general a cargo de una de las operaciones de intercambio de prisioneros más significativas desde la Guerra Fría.
Este encuentro era apenas un fragmento de la compleja y turbia red que conecta al Departamento de Operaciones de Contrainteligencia (DKRO) con el núcleo del poder ruso. Una investigación profunda ha desentrañado la influencia de este cuerpo de élite dentro del Servicio Federal de Seguridad (FSB) y su papel en la Rusia de Vladimir Putin, un país que se cierra cada vez más como una fortaleza sitiada.
El DKRO es una unidad pequeña pero letal, con aproximadamente 2.000 oficiales que manejan hilos invisibles desde los rincones más secretos del Kremlin. Según funcionarios de inteligencia occidentales, esta unidad es el motor detrás de la mayor ola de represión en Rusia desde los tiempos de Stalin. Su tarea principal: identificar y neutralizar amenazas internas y externas al régimen, utilizando métodos que oscilan entre el espionaje, la intimidación y el arresto arbitrario.
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, el DKRO no solo ha intensificado la vigilancia sobre ciudadanos comunes acusados de traición, sino que también ha orquestado una purga dentro del propio Ministerio de Defensa ruso. Funcionarios acusados de corrupción o incompetencia fueron enviados a la prisión de Lefórtovo, un símbolo sombrío de la represión estatal donde, décadas atrás, los enemigos del régimen soviético eran torturados y ejecutados. Lefórtovo, una vez más, está abarrotada.
Del legado de SMERSH al espionaje moderno
Las raíces del DKRO se hunden en la época de Stalin, cuando la unidad SMERSH, cuyo nombre evocaba un mandato claro—”Muerte a los espías”—, se encargaba de cazar agentes nazis. Tras la Segunda Guerra Mundial, SMERSH fue absorbida por el KGB, el predecesor del FSB. Con la caída de la Unión Soviética, las agencias de inteligencia se fragmentaron, pero el DKRO emergió como una pieza central bajo el liderazgo de Putin, quien supo aprovechar su experiencia como oficial de la KGB para convertir a los servicios secretos en el pilar de su régimen.
Hoy, el DKRO no solo caza espías, sino que fabrica enemigos cuando no puede encontrarlos. Mijaíl Kasiánov, ex primer ministro de Rusia, lo resume con amargura:
—Si los extranjeros son enemigos, siempre hay que atraparlos. O inventarlos.
El intercambio y el rostro de la represión
El intercambio de prisioneros del 1 de agosto de 2023 fue un ejemplo perfecto de las operaciones calculadas del DKRO. Bajo la supervisión de Minaev, el general galardonado con la medalla Héroe de Rusia por sus acciones en Chechenia, el DKRO utilizó a estadounidenses como piezas de un ajedrez macabro para asegurar la liberación de Vadim Krasikov, un asesino ruso condenado por un asesinato político en Berlín. Krasikov, un peón valioso en el tablero geopolítico, representaba una prioridad para el Kremlin.
—Aquí están para un intercambio —anunció Minaev ante los prisioneros en un tono gélido.
Sin identificarse, Minaev dirigió el operativo como una sombra omnipresente, consolidando su reputación como un maestro en el manejo de operaciones delicadas. Su destreza ha sido descrita por funcionarios occidentales como aterradoramente intuitiva:
—Sabe al instante quién es un tiburón y quién un cordero —comentó un oficial.
Un eje en la represión interna y externa
Más allá de las operaciones de intercambio, el DKRO se dedica a una tarea aún más sombría: reprimir cualquier indicio de disidencia dentro de Rusia. Desde 2020, los casos de espionaje y traición han aumentado exponencialmente, alcanzando cifras alarmantes. En 2023, más de 50 personas fueron condenadas por traición en solo ocho meses, incluidos ciudadanos comunes acusados por donaciones mínimas a organizaciones pro-Ucrania.
En paralelo, el DKRO ha extendido su influencia al extranjero. En Europa del Este, ha organizado secuestros y sabotajes. En Ucrania, se le atribuyen ataques con bombas en Kiev que mataron a altos oficiales de inteligencia en 2017. La estrategia es clara: sembrar miedo y consolidar el poder del Kremlin tanto dentro como fuera de las fronteras rusas.
El juego del Kremlin
El DKRO no es solo un brazo represivo; es el eje que conecta las ambiciones de Putin con la realidad de un estado policial moderno. Al igual que su predecesor soviético, opera desde las sombras, manejando una maquinaria que transforma sospechas en convicciones y enemigos imaginarios en reales.
A medida que el mundo observa con horror cómo Rusia se convierte en un escenario de paranoia y persecución, el DKRO sigue en su papel de arquitecto en la represión más feroz de la Rusia contemporánea. En este ajedrez de poder y miedo, las sombras que se mueven detrás de la cortina parecen estar siempre un paso adelante.