En Siria, la caída del régimen de Bashar Al Assad ha abierto las puertas de la infame prisión de Saydnaya, donde se estima que hasta 50 personas eran ejecutadas diariamente, según un informe del Departamento de Estado de 2017. Familias sirias, desesperadas por encontrar a sus seres queridos desaparecidos, han comenzado a buscar entre los escombros de la prisión, revisando listas de detenidos y explorando el terreno en busca de celdas o tumbas ocultas.
Desde el inicio del levantamiento contra Assad en 2011, decenas de miles de personas han desaparecido en la red de detención del país. Con el reciente derrocamiento de Assad, los rebeldes han permitido el acceso a Saydnaya, liberando a los detenidos y permitiendo a los civiles buscar a los desaparecidos. Este evento ha reabierto viejas heridas para muchas familias que aún buscan respuestas sobre el destino de sus seres queridos.
Ammar Al-Bara, un abogado que ha estado ayudando a las familias en su búsqueda, mostró registros de la prisión que indicaban que la mayoría de los detenidos estaban “ejecutados” o “muertos por enfermedad”. Entre los que buscan respuestas está Sadeq Al-Falaj, quien busca a su sobrino, Jaber Al-Falaj, desaparecido hace una década tras ser arrestado en una residencia estudiantil en Damasco.
La prisión de Saydnaya, dirigida por los militares, es un símbolo de la brutalidad del régimen de Assad, que ha sido acusado de utilizar la tortura y las detenciones masivas a una escala industrial. Un informe de 2014 de fiscales internacionales de crímenes de guerra encontró pruebas de que el gobierno de Assad había ejecutado a unos 11.000 detenidos. Un fotógrafo militar sirio, conocido por el nombre en clave “César”, sacó de contrabando miles de fotografías que documentaban estos abusos, las cuales fueron utilizadas como evidencia en procesos por crímenes de guerra.
Con el control de la capital, ahora en manos de grupos rebeldes, los sirios están tratando de enfrentar más de medio siglo de abusos por parte del estado policial dirigido por la familia Assad. En el Hospital de Damasco, decenas de cuerpos han sido recuperados de las prisiones desde la caída de Assad, y las familias se enfrentan a la dolorosa tarea de identificar a sus seres queridos entre los cadáveres.
Amira Homsi, una residente de Damasco, reconoció a su hijo, Mohammed Faiz Abu Shakra, entre los cuerpos gracias a unos tatuajes en su pecho. Mohammed, un joven herrero de 20 años, había sido secuestrado por las fuerzas de seguridad en 2011. Su madre expresó su dolor al ver el cuerpo de su hijo, lamentando haber tenido que enfrentarse a esa realidad.
El uso de armas químicas y bombardeos en zonas controladas por los rebeldes, junto con las atrocidades cometidas en las prisiones, han llevado a muchos países a rechazar al régimen de Assad. La guerra civil en Siria ha dejado cientos de miles de muertos y ha desplazado a 12 millones de personas de sus hogares.
“Ejecutados, ejecutados, muertos por enfermedad”, eran las sombrías palabras que aparecían en las listas de la prisión de Saydnaya. Este lugar, descrito como uno de los más notorios de Siria, fue abierto al público recientemente después de que los rebeldes derrocaran al presidente Bashar al-Assad. En el transcurso de su apertura, civiles, soldados de milicianos, abogados y un equipo de rescate de Turquía revisaron la instalación. Buscaban pistas entre montones de ropa dejada atrás en los bloques de celdas y examinaban cuerdas rojas colgadas de una pared de concreto. La evidencia de ahorcamientos masivos estaban presentes, ya que, según el Departamento de Estado en 2017, hasta 50 personas podían ser ejecutadas cada día.
Desde el inicio del levantamiento en 2011, decenas de miles de personas han desaparecido en la extensa red de detención operada por el régimen de Assad. La reclusión en Saydnaya causó un profundo dolor en las familias, que ahora buscan a sus desaparecidos entre los registros de los detenidos y picando el concreto en busca de celdas o tumbas ocultas. Un abogado, Ammar Al-Bara, fue uno de los involucrados en la búsqueda; con documentos en mano, relató que “el noventa y nueve por ciento de ellos están muertos”, mostrando los registros donde muchos nombres figuran bajo las categorías de “ejecutados, muertos por enfermedad”.
Estas acciones han reabierto heridas en las familias de los desaparecidos, mientras buscan desesperadamente conexiones con sus seres queridos en la prisión, en cuyo pasado resonaron cifras y métodos de ejecución sombríos.
En 2022, se registró la desaparición de aproximadamente 100,000 sirios, un hecho que ha sido señalado por gobiernos occidentales, grupos de derechos humanos y sobrevivientes como parte de una política de detenciones masivas y torturas a escala industrial por parte del régimen en Siria. Este fenómeno se remonta al levantamiento popular de 2011, que fue ferozmente reprimido con el apoyo militar de Rusia e Irán al entonces presidente Bashar al-Assad. Cuando las fuerzas opositoras recientemente tomaron rumbo hacia la capital, Assad se refugió en Rusia.
Un caso particular es el de Jaber Al-Falaj, estudiante de filosofía en Damasco, quien desapareció una década atrás tras ser detenido en su residencia universitaria. A pesar de no participar en las protestas ni involucrarse políticamente en redes sociales, fue capturado por los servicios de seguridad del régimen. Desde su arresto, su familia, especialmente su tío Sadeq Al-Falaj, ha buscado incansablemente alguna pista sobre su paradero. “Si está muerto, entonces no hay nada que podamos hacer”, expresó Sadeq, quien busca entre documentos en una oficina de administración penitenciaria sin encontrar un rastro de su sobrino.
Las condiciones de las cárceles sirias han reflejado el brutal sistema utilizado para reprimir el descontento, con celdas abarrotadas de ropa y colchones esparcidos en el suelo. En una de estas celdas, alguien grabó las palabras “Algún día”, reflejando la esperanza persistente de los prisioneros. El reciente derrocamiento de Assad crea la posibilidad de que el pueblo sirio enfrente y revise décadas de abusos cometidos por un estado policial controlado por la familia del exlíder.
Además de los sirios desaparecidos, extranjeros también fueron víctimas de estas dinámicas, como el periodista estadounidense Austin Tice, cuyo rastro se perdió mientras cubría noticias cerca de Damasco en 2012.
En el Hospital de Damasco, ubicado en la capital de Siria, civiles afligidos buscan información sobre los desaparecidos tras la caída del régimen de Asad. Un gran número de cuerpos, recuperados de las prisiones sirias, se encuentran actualmente en camillas, taquillas de acero inoxidable y en el suelo del patio adyacente a este centro médico. El fuerte olor a descomposición penetra el ambiente, mientras los habitantes intentan identificar a sus seres queridos perdidos.
Durante los años de la guerra civil, el régimen de Asad ha sido simbólicamente asociado a la brutalidad. Sus cárceles son reconocidas internacionalmente por tales abusos, lo que llevó a numerosos países a rechazarlo. En un informe de 2014, fiscales internacionales de crímenes de guerra, de alto prestigio, proporcionaron evidencia de la ejecución de aproximadamente 11.000 detenidos por parte del gobierno sirio. Este documento se basó en pruebas recopiladas por César, el nombre en clave de un fotógrafo militar sirio que, valiéndose de su posición, logró sacar de contrabando cientos de miles de fotografías con las que documentó la masacre.
La ley que lleva el nombre de César, aprobada por el Congreso en 2019, sancionó severamente al régimen de Asad por los abusos cometidos contra sus ciudadanos. Además de las ejecuciones, el uso de armas químicas y los bombardeos en zonas bajo control rebelde han cobrado la vida de miles y forzado a 12 millones de personas a abandonar sus hogares.
Ahora, con los grupos rebeldes gestionando la capital y esforzándose por restablecer el orden, la población se sumerge en una búsqueda desesperada de información sobre sus familiares desaparecidos.
“Ojalá mis ojos se quedaran ciegos para no tener que ver esto”, expresó Amira Homsi, residente de Damasco, mientras luchaba por contener las lágrimas al identificar a su hijo Mohammed Faiz Abu Shakra. Con tan solo 20 años, Mohammed, un herrero, fue secuestrado el 26 de octubre cuando se encontraba en la casa de un vecino. Su madre explicó que, aunque su hijo era comúnmente apolítico, había compartido con familiares su interés en unirse a la oposición clandestina al régimen. Amira sospecha que un amigo lo delató ante el gobierno.
El desgarrador momento tuvo lugar en un hospital de Damasco, donde hombres y mujeres buscaban entre los cadáveres a seres queridos desaparecidos. Con un par de tatuajes de estrellas en el pecho, Mohammed fue reconocido por su madre entre los cuerpos. Muchos de estos se encontraban en diversos estados de descomposición; algunos disecados y otros muertos recientemente, según informaron los médicos forenses.
En medio del caos, un médico intentaba controlar a la multitud que enarbolaba fotos de familiares desaparecidos. “¡Un segundo!” gritó, mientras intentaba despejar la sala repleta de cadáveres sobre mesas. Entre esta confusión, uno de los tantos cuerpos yacía en el suelo con sangre seca aún visible y abrasiones cruzando el pecho.
Homsi, una madre desconsolada, deseó no haber tenido que presenciar la escena, prefiriendo guardar en su memoria la imagen de su hijo como era antes. Este angustioso evento resalta la continua búsqueda de muchos otros ante la incertidumbre de un conflicto prolongado.