António Costa despliega su carisma entre las mesas apretadas de un restaurante italiano en Bruselas, su sonrisa amplia desarma la tensión en un ambiente de inminente cambio político en Europa. El ex primer ministro portugués asumirá el próximo 1 de diciembre la presidencia del Consejo Europeo, un puesto cargado de tensiones geopolíticas y estratégicas. En el comienzo del mandato deberá afrontar desafíos como la incertidumbre comercial con Estados Unidos bajo una nueva presidencia de Donald Trump, la guerra en Ucrania y el auge de movimientos políticos de derecha en Europa.
En una entrevista con el diario británico Financial Times, Costa enfatizó la importancia de mantener el diálogo con Trump, quien amenazó con imponer aranceles del 20% a las importaciones europeas y cuestionó el apoyo militar de Estados Unidos a la OTAN. “No es del interés de los Estados Unidos causar problemas económicos significativos a Europa, porque esto también afecta nuestra capacidad para financiar nuestra propia defensa”, afirmó el portugués, añadiendo que cualquier enfrentamiento comercial sería perjudicial para ambas partes.
La política de Costa se caracteriza por su pragmatismo. Reconoció que el liderazgo de Trump será desafiante, pero resaltó la necesidad de encontrar puntos de confianza mutua: “Si no logramos esto, será un problema para el mundo entero, no solo para nosotros o para él”. Por eso, afirmó que deben mantener un diálogo con el presidente electo republicano “cuanto antes”.
“Es imposible que no entienda que esto va más allá de Europa y Rusia. Sus verdaderos adversarios están en China, en Irán, en los aliados de Moscú”, comentó.
La presidencia del ex primer ministro portugués llega en un momento crítico para la Unión Europea (UE). Además de la crisis económica derivada de la guerra en Ucrania, la UE enfrenta la necesidad de inversiones masivas —estimadas en 800.000 millones de euros anuales, según Mario Draghi (ex presidente del Banco Central Europeo)— para reactivar su economía y avanzar en su agenda climática.
Costa destacó que la UE ha demostrado su capacidad de actuar durante las crisis, como ocurrió con la emisión conjunta de deuda para enfrentar la pandemia y el apoyo militar a Ucrania. Sin embargo, admitió que “será muy difícil” gestionar múltiples desafíos simultáneamente, como reforzar la competitividad económica, redefinir las relaciones con Estados Unidos y el Reino Unido, y enfrentar un mundo cada vez más multipolar.
“La clave es mantener una mentalidad abierta y un realismo sobre la magnitud de los problemas”, reflexionó.
Pese a reconocer la gravedad de las circunstancias, su optimismo no se tambalea. La arquitectura actual de Europa, con todas sus dificultades, también abre puertas a soluciones inesperadas. Cada decisión, por pequeña que parezca, tiene el potencial de remodelar el continente.
La recuperación económica, el cambio climático y la crisis energética conforman el trípode de desafíos inmediatos para el Consejo. Con un presupuesto europeo limitado y un contexto de tensiones globales, Costa no se engaña respecto a las dificultades: “Necesitamos cambiar dramáticamente nuestra competitividad económica mientras seguimos liderando en sostenibilidad y apoyando a Ucrania”.
Sobre la guerra iniciada por Vladimir Putin en Ucrania, el flamante presidente del Consejo Europeo consideró que el conflicto debe terminar “de una manera justa, pero que garantice una paz duradera”.
La entrevista con Henry Foy, jefe de la oficina del Financial Times en Bruselas, se llevó a cabo en el restaurante italiano Il Pasticcio, ubicado a pocas cuadras del Parlamento Europeo y cuyo dueño, Maurizio, se refiere a Costa como “el señor Antonio”. “Las copas de prosecco van por cuenta de la casa”. El diplomático se inclinó por unos orecchiette en salsa de tomate y guanciale, cubiertos de ricotta desmenuzada, y trofie fresco con calabaza y salchicha. El periodista británico, en tanto, un risotto con radicchio.
El Consejo Europeo es un mosaico en constante fricción: 27 líderes, cada uno con sus intereses nacionales y sus afinidades ideológicas. António Costa deberá mantener unida esta amalgama mientras navega un océano de populismo creciente. De Viktor Orbán a Giorgia Meloni, los discursos nacionalistas encuentran cada vez más eco en los salones del poder europeo. Sin embargo, el portugués mantiene una postura optimista: “En los momentos más críticos, hemos encontrado maneras de avanzar”.
A pesar de las diferencias políticas, además, elogió la actitud constructiva de algunos líderes: “Por ejemplo, siempre se menciona que Meloni es problemática, pero en el Consejo la he visto actuar de manera constructiva”. Su optimismo se extiende también a Orbán: “Incluso con Hungría, en los momentos más críticos encontramos la manera de tomar una decisión”.
Ante la consulta de Foy sobre si instará al primer ministro húngaro a que haga de intermediario con Trump, respondió: “Buscaré a los miembros del Consejo Europeo para que actúen como personas que puedan ayudarme en mi trabajo (...) Es una idea inteligente utilizar las distintas capacidades de los diferentes actores. Esta arquitectura europea actual no sólo tiene dificultades, a veces también ofrece oportunidades”.
Reconoció, por su parte, que también mantuvo extensas conversaciones con el ex secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg sobre cómo el noruego manejó con éxito las relaciones con Trump durante su primer mandato en la Casa Blanca.
La presidencia de Costa llega también en un momento donde las potencias tradicionales, como Francia y Alemania, lidian con sus propias fragilidades, con Emmanuel Macron y Olaf Scholz muy debilitados políticamente. Consultado sobre si le preocupa esta situación, afirmó: “Es la democracia funcionando. Los miembros del Consejo siempre cambian”. En ese sentido, se refirió a otros líderes como el polaco Donald Tusk y la danesa Mette Frederiksen como proveedores de estabilidad para la región.
Hijo de un militante comunista indio de Goa, António Costa aporta una perspectiva única al liderazgo europeo. Su herencia lo convierte en el primer presidente del Consejo con raíces fuera de Europa, un hecho que no pasó desapercibido en India, donde fue recibido como un símbolo de progreso. Sin embargo, él evita cargar su identidad con excesiva solemnidad: “Siempre he sentido que mi país es un espacio de diversidad. Sólo entendí la relevancia de mis raíces cuando las vi celebradas desde fuera”.
Este entendimiento lo lleva a abordar la migración no sólo como un desafío logístico, sino como un asunto profundamente cultural. Reconoce la necesidad de equilibrar las demandas económicas con el control fronterizo, sin renunciar al respeto por los derechos de los refugiados. “Para proteger el derecho de asilo, debemos ofrecer canales legales y asegurar a los ciudadanos europeos que tenemos el control de nuestras fronteras”, apuntó.
Su trayectoria está marcada por su pragmatismo y determinación. Desde sus días como alcalde de Lisboa, pasando por tres mandatos como primer ministro de Portugal, su carrera ha sido una constante búsqueda de consenso y resultados tangibles. Esa habilidad le ganó respeto en los pasillos del Consejo, donde ahora toma el relevo.
El camino hacia este cargo, sin embargo, no estuvo exento de controversias. Hace un año, Costa dimitió como primer ministro tras una investigación de corrupción que vinculaba a su oficina con un escándalo de recursos naturales. Aunque su nombre quedó limpio al descubrirse un caso de identidad equivocada, la renuncia fue vista por muchos como un movimiento estratégico para proteger su legado y despejar su camino hacia Bruselas.
“Lo asumí todo como un final”, confesó. Pero la vuelta de Costa al escenario europeo subraya su capacidad para reinventarse. Ahora, con su mezcla de humor, diplomacia y una visión amplia del mundo, se dispone a liderar un continente que busca estabilidad y unidad en medio de la tormenta.
“Tenemos que llenar el vacío existente entre los ciudadanos europeos y las instituciones de la UE (...) No creo que esté creciendo, pero tenemos que reducirla. Tenemos que hablar más de los temas que preocupan a la gente”, concluyó.