“En Estados Unidos, como en casi todas las democracias industrializadas, las mujeres solían ser más conservadoras que los hombres; en los años 70, empezaron a desplazarse hacia la izquierda, luego cerraron la brecha partidista en los 80 y, durante los 90, se volvieron firmemente más liberales (progresistas) que los hombres”. La reflexión es de Jia Tolentino, redactora en la revista The New Yorker. La contracara de este fenómeno es un mayor vuelco de los jóvenes votantes hacia las fuerzas de derecha, rasgo que no sólo se observa en EEUU sino en varios países de Europa y también en la Argentina, de la mano del ascenso fulgurante del actual presidente, Javier Milei, como referente de la derecha.
A tal punto esta nueva faceta de la guerra de géneros se hizo evidente en las últimas presidenciales de los Estados Unidos que buena parte de la campaña de republicanos y demócratas estuvo destinada a intentar sacar provecho de ese clivaje.
Los demócratas apostaron fuerte al enojo de las mujeres por la anulación por la Suprema Corte del fallo Roe vs Wade que había habilitado el aborto legal. Sin embargo, aunque esa brecha de género existe, no alcanzó para impulsar a Kamala Harris. Hasta se podría especular con que contribuyó a su derrota, si uno de los factores de esa polarización de género es la radicalización del feminismo y su identificación demasiado partidaria.
El equipo de campaña de Harris llegó incluso a lanzar un spot de campaña -con la voz en off de la actriz Julia Roberts- dirigido a incitar a las mujeres a votar por la candidata demócrata sin decírselo a sus maridos. Es llamativo que el video no haya despertado críticas feministas porque parte del supuesto de que las mujeres votan lo que les dicen sus maridos… La exageradamente dramática frase inicial del spot - “En el único lugar de Estados Unidos donde las mujeres aún tienen derecho a elegir…”- parece una alusión a las restricciones para decidir la interrupción de un embarazo.
También Donald Trump tuvo en mente a los hombres jóvenes en su campaña, al optar por TikTok y podcasts, asistir a las peleas de UFC y exaltar esos espectáculos bien masculinos, entre otras cosas.
El gender gap no le alcanzó a Harris o tal vez terminó jugando en favor de los republicanos si, como afirma un artículo en The Economist, del 19 de septiembre pasado, el wokismo está en retirada.
El wokismo -sinónimo de ultracorrección política- empieza a ser vivido por muchos como una epidemia que sólo los republicanos pueden frenar, decía la revista en ese informe. Según el artículo, esta tendencia fue potenciada por el #MeToo y Black Lives Matter, pero tras tocar su punto máximo en 2021 y 2022, “ha ido disminuyendo desde entonces”.
El wokismo es “un punto de vista” que “eleva la identidad de grupo por encima de la clase individual y (ve las desigualdades) como prueba de discriminación sistémica. Esa lógica se utiliza entonces para justificar (medidas) como la discriminación inversa y la vigilancia de la expresión”. El feminismo de tercera ola integra esta corriente.
En respuesta al auge del wokismo se intensificaron las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en el ámbito empresarial y corporativo. Según las encuestadoras consultadas por The Economist el pico de wokismo -expresado en que existe una discriminación sexual que pone en desventaja a las mujeres- se dio en 2018, cuando 70% de los encuestados consideraba que el sexismo era un problema importante.
Desde entonces, el mayor descenso “en el pensamiento woke se ha producido entre los jóvenes y las personas de izquierda”.
Segun Pew Research, “la proporción de personas que creen que alguien puede ser de un sexo diferente al de su nacimiento ha caído de forma constante desde 2017”. Al mismo tiempo, “la oposición a que los estudiantes trans jueguen en equipos deportivos” según su género elegido pasó del 53% en 2022 al 61% en 2024, según YouGov.
También en las empresas disminuye el compromiso con las políticas DEI. Entre los posibles motivos, The Economist menciona la “posibilidad” de que “estén tomando nota de la disminución del entusiasmo público” por estas políticas. Cabe recordar que varias empresas -como Disney o Budweiser- tuvieron problemas por campañas publicitarias demasiado woke.
Para Jia Tolentino, no hay dudas de que “los dos grandes géneros están en guerra” y eso se reflejó en los resultados de las elecciones presidenciales: las mujeres jóvenes, de 18 a 29 años, se decantaron mayoritariamente por Kamala Harris mientras que los varones de la misma franja etaria optaron por Trump.
Analizando una encuesta del American Survey Center que abarcó a 5000 personas, Daniel A. Cox y Kelsey Eyre Hammond decían, en septiembre pasado que, mientras “las mujeres siguen creyendo que hacen falta esfuerzos significativos para resolver desigualdades”, los hombres “no están tan seguros” de ello.
Son mayoría los hombres que ya no creen que los Estados Unidos deban priorizar la igualdad de género. Y tanto hombres como mujeres son más proclives a creer que su propio género los coloca en desventaja. Es decir, que también los varones empiezan a sentir que su condición de tales los perjudica.
En la elección presidencial de 2024 la brecha de género se duplica entre los jóvenes respecto del total. La mayoría de los votantes de Kamala Harris creen que el país todavía no hace lo suficiente para ayudar a las niñas y a las mujeres jóvenes. Algo con lo que los votantes de Trump disienten categóricamente. Once por ciento de los hombres cree que las mujeres lo tienen más fácil que ellos en la sociedad estadounidense actual: y ese porcentaje se duplica, llegando al 22%, entre los varones jóvenes, de 18 a 29 años.
El caso español
“Ellas son cada vez más de izquierdas y ellos más de derechas. La politización del feminismo y el aislamiento por géneros están detrás de este patrón”, escribió Marta Ley para El Confidencial cuando a comienzos de este año se publicaron los datos de la Encuesta Social Europea (ESS) y España aparecía entre los países donde más crece la brecha ideológica entre varones y mujeres jóvenes, de la franja de 18 a 29 años.
El periodista John Burn-Murdoch publicó por ese entonces en el Financial Times unos gráficos que reflejaban un fenómeno que se replica en países tan disímiles como Corea del Sur, Estados Unidos, Reino Unido y Alemania.
La ESS consultó a ciudadanos de 39 países europeos respecto de su posicionamiento en el arco ideológico según una escala en la que cero es la izquierda y 10 la derecha. Llamativamente Suiza y Noruega están entre los países donde la distancia de género ideológica más ha crecido. Más entendible, en Polonia, el buen desempeño electoral del partido Ley y Justicia, de extrema derecha y católico, ilustra esa polarización entre los jóvenes.
También Finlandia y Suecia exhiben brechas de género importantes. Y en España, donde la distancia ideológica entre varones y mujeres era mínima hasta 2017, no para de crecer desde entonces.
Esta brecha de género es notoria en los sub 30, en cambio se reduce fuertemente entre los mayores de 30 años. Se trata entonces de un fenómeno juvenil que afecta a generaciones que han crecido en el contexto del auge del feminismo.
Aun así, con excepciones, a la mayoría de los analistas y comentaristas les cuesta poner al #MeToo, o como quiera que se haya llamado en cada país este movimiento radicalizado de mujeres, en el banquillo de los acusados. El motivo posible es que el feminismo ha adquirido categoría de paradigma, eso que el diccionario define como la teoría “cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para avanzar en el conocimiento”. Pues bien, en los últimos 10 años como mínimo, hay que jurar por el feminismo antes de decir cualquier cosa. A pesar de la inexistencia de patriarcados en las sociedades occidentales en general, y en las desarrolladas en particular, el feminismo ha definido los discursos y las políticas públicas de los últimos tiempos generando un sentimiento de injusticia entre quienes, no sólo no se ven beneficiados por estas protecciones y privilegios estatales -aun en tiempos de aguda crisis socioeconómica-, sino que además son señalados como culpables de supuestas desigualdades y privilegiados por su género.
Alice Evans, profesora titular del King’s College de Londres e investigadora en la Universidad de Standford sobre brechas de género, afirma que fue el #MeToo el que desencadenó el comienzo de esta divergencia entre los jóvenes, aunque sin considerarlo negativamente.
Berta Barbet, politóloga que integra la Dirección General de Juventud de la Generalitat de Cataluña, citada por Marta Ley, dice que “se ha politizado el feminismo de una forma muy clara”. Barbet sostiene que, mientras las mujeres se sumaban a la ola feminista, “un porcentaje importante de hombres lo han hecho del lado de ese sexismo moderno”, definido como “una corriente que niega que existan desigualdades entre sexos”.
Luis Miller, sociólogo e investigador del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de España), considera que la brecha ideológica de género es una reacción “contra el progresismo global”, reacción que ha sido muy despreciada pero que para él “tiene un punto de realidad porque muchas de las políticas” aplicadas para “reducir la brecha de género en los salarios o la violencia contra las mujeres no están siendo muy efectivas”. “En lugar de reconocer que puede haber algún problema en el diseño de esas políticas -dice Miller- se ha culpabilizado a determinados perfiles, siempre hombres”.
Miller tiene mucha razón y es llamativa la forma en que la intelectualidad occidental se ha plegado a una ola feminista cuyas reivindicaciones tienen poco asidero en la realidad. Es pretérito el tiempo en que las mujeres recibían una paga menor por hacer el mismo trabajo que los varones, por ejemplo. Por lo que destinar tiempo y recursos a batallar contra algo que no existe en la realidad desemboca inevitablemente en excesos y nuevas injusticias.
“Nada hacía prever (en Francia) el surgimiento de un antagonismo entre los sexos”, escribió el historiador y demógrafo francés Emmanuel Todd en su libro “¿En qué andan ellas?” en referencia a lo que llama la tercera ola feminista. Defiende que Francia era un país “de relaciones positivas, de mutua seducción entre hombres y mujeres, igualitarias en materia de libertad sexual”, al momento del contagio del #MeToo en ese país.
Algo análogo puede decirse de la Argentina, país en el que no existe ninguna ley patriarcal desde hace ya varias décadas y donde los mayores avances en materia de igualdad entre varones y mujeres fueron fruto de la cooperación entre sexos cuando no iniciativa de varones. La primera Ley de cupo femenino, en 1991, fue votada casi sin resistencias por un Congreso eminentemente masculino en el cual las mujeres no llegaban a la veintena en total, entre ambas cámaras.
Sin embargo, tanto en Francia como en Argentina, y en general en el mundo occidental, surgió un feminismo andrófobo y agresivo que prácticamente postulaba un apartheid sexual.
El reclamo universitario de cuartos mixtos y amor libre había sido el detonante de la rebelión de Mayo del 68 en la misma ciudad donde en 2022 una asamblea estudiantil en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, reclamó que se prohibiera a los varones el acceso a los pasillos del internado de la institución donde duermen las mujeres.
Se discrimina a los hombres
El primer barómetro de “percepciones sobre la igualdad” del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), organismo oficial español, impactó por la gran cantidad de adhesiones que suscitó la frase: “Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. La consulta, de enero de 2024, mostró que esto es así para un 44% de los hombres y 32% de las mujeres.
El porcentaje de hombres que dicen estar “muy de acuerdo” o “bastante” con esta percepción es mucho mayor en la derecha: 88,1% de los votantes de Vox y 66,1% de los del PP. Entre los votantes del PSOE fueron un 22,4% los que coincidieron con esa afirmación. Un número mucho más bajo pero de todos modos significativo, si se considera hasta qué punto el feminismo está identificado con el socialismo.
Barbet admite que se ha abierto una ventana de Overton para la crítica al feminismo: “Ahora hay mucha gente que ve con buenos ojos decir cosas que hace 10 años no habrían dicho por miedo a ser desaprobados”.
Alice Evans publicó en un blog en enero pasado un trabajo titulado “¿Qué impide y qué impulsa la polarización ideológica de género?” en el que sostiene que esa brecha es casi inexistente en las sociedades en las que existe “una interdependencia muy unida, religiosidad y autoritarismo, o una cultura común y una socialización mixta de género presencial”. Respecto a esto último, evoca su propia infancia y adolescencia en un “círculo social formado por amigos de ambos sexos”.
“Mis compañeros de colegio estudiaban y se relacionaban juntos, todos en la misma cámara de eco, sin división de sexos”, recuerda.
En cambio en la actualidad esa socialización mixta se ve limitada por las burbujas en las que funciona cada grupo. “El gran cambio estructural que coincide con la creciente brecha de género es la tecnología -dice Evans- A medida que nos adentramos en nuestra propia madriguera, encontramos comunidades afines. Facebook, YouTube, X e Instagram se han diseñado cuidadosamente para mantener enganchados a los usuarios. Los algoritmos elevan el sensacionalismo y alimentan a la gente con historias que apelan a sus prejuicios”. “El sesgo de confirmación es poderoso”, concluye, y funciona para ambos lados. Los varones intercambian mensajes cada vez más críticos, agresivos o de autocompasión. Y en el caso de " las mujeres progresistas”, esas burbujas “pueden reforzar la creencia de que el mundo es profundamente injusto” con ellas.
La brecha de género, dice Evans, podría suprimirse mediante “la producción cultural compartida, así como las amistades fuera de línea, la socialización mixta de los sexos”. Es decir, el contacto personal, lo contrario del apartheid sexual.
Digamos que el discurso feminista de acusación al varón -”El violador eres tú”- o los contenidos teñidos de doctrina queer de la educación sexual integral no serían el mejor camino.
El carácter belicoso del feminismo actual, especialmente a partir del MeToo que no sólo lleva a políticas públicas -como la discriminación positiva mediante cupos laborales o políticos, por ejemplo- sino que ha derivado en un sesgo de género judicial -”yo te creo hermana”- que ha hecho estragos en tribunales -y los sigue haciendo- debería figurar al tope de los factores detrás de la brecha ideológica de género. Este fenómeno que hace que según John Burn-Murdoch, cada vez más mujeres jóvenes se identifiquen como “progresistas”, mientras que los hombres jóvenes se vuelven más conservadores.
Las generaciones mayores no padecen tanto este fenómeno porque “llegaron a la mayoría de edad en una época de cultura común y socialización mixta de géneros”, dice Evans.
El caso de Argentina
En el caso de la Argentina, casi todos los encuestadores y analistas coincidieron en señalar el alto componente juvenil masculino entre los adherentes de Javier Milei desde el comienzo de su aparición como referente político disruptivo.
“A pocos meses de la elección presidencial en la Argentina, los sondeos de opinión muestran que el apoyo electoral más firme de Javier Milei proviene de los menores de 30 años y, particularmente, del electorado masculino. El dato es contundente: el caudal de votos del líder libertario se conforma con 40% de jóvenes (sub 30), una proporción mucho mayor que la del resto de los candidatos”, escribió Eduardo Fidanza (Poliarquia Consultores) en un capítulo del libro La antipolítica y los desafíos de la democracia argentina, de Leonardo Avritzer, Enrique Peruzzotti y Osvaldo Iazzetta (Prometeo, octubre de 2023).
Más allá del atractivo de la libertad y de la expectativa de un reordenamiento económico, otro tópico del discurso de Milei fue la “batalla cultural”. A este término “los militantes y adherentes otorgan diversos significados”, dice Fidanza. “El más difundido refiere al campo económico, pero se extiende a otras esferas, como las políticas de género, la educación sexual y la reinterpretación de lo ocurrido en la década del 70″.
Estas adhesiones vienen mayoritariamente de jóvenes “que han nacido y vivido bajo gobiernos de centro izquierda, como el kirchnerista”.
Son gobiernos que enarbolaron la bandera del género y muy particularmente lo hizo la tercera gestión kirchnerista, la de Alberto Fernández. En plena crisis post pandemia, el kirchnerismo acentuó la obsesión feminista -que contribuyó al gigantismo estatal-, a la que sumó el enfoque de lo no binario, confirmando su alejamiento de las preocupaciones cotidianas de los argentinos.
Fidanza cita un estudio empírico de los asistentes a una clase pública de Milei en Mendoza en 2021 (Stacchiola y Seca, 2023) que da como resultado que “el promedio de edad de los asistentes era de 22 años, casi la mitad tenían entre 14 y 21 años, y predominaban netamente los varones, que constituían tres cuartas partes de los asistentes”. A la vez, se trataba de un público sociolaboral y educativamente heterogéneo. Es decir que la edad y el género eran los factores comunes y no la extracción social ni la ocupación ni el nivel educativo.
Aunque constatada, esta brecha de género electoral y los factores que la determinan han sido poco estudiados en la Argentina hasta ahora.
Una excepción es un trabajo de la politóloga Ana Paola Zuban, co fundadora y directora de investigación de Zuban Córdoba, “El género como nuevo objeto de estudio”.
Los impactos de movimientos como #MeToo o #NiUnaMenos “han sido poco explorados aún por la academia en nuestro país”, dice Zuban. Uno de los motivos es que se trata de un fenómeno relativamente nuevo, como se señaló en el caso de los Estados Unidos y Europa, donde las encuestas muestran que la brecha de género ideológica ha venido creciendo en los últimos 20 años.
En el caso de Argentina, Zuban realizó, a partir de julio de 2023 y hasta el balotaje, una serie de encuestas preelectorales sobre la imagen de los candidatos. “En julio de 2023, Milei tenía una imagen positiva entre las mujeres de 33,4% y una imagen negativa de 55,4%. En diciembre, siendo ya presidente, su imagen positiva creció al 42,2% y su negativa al 56,7%”, y “nunca alcanzó valores positivos más altos que los negativos entre las mujeres”.
Por otra parte, “en los rangos etarios de entre 16 a 30 años, los votantes masculinos de Milei superan a las votantes femeninas por 7%, mientras que entre los/las votantes de entre 31 y 45 años esa brecha es de 12,8%”. Lo contrario sucedía con los votantes de Sergio Massa, que recogía más adhesiones entre las mujeres en particular en el rango de entre 31 y 45 años con una brecha de 15 por ciento.
“Existe, por tanto, evidencia para aseverar que los hombres votaron más a Milei y las mujeres votaron más por Sergio Massa. Hay brecha de género en la elección presidencial de Argentina en 2023. Es apresurado afirmar que en nuestro país las mujeres son más progresistas y los hombres más conservadores o de derecha como demuestran las tendencias en otros países, pero los estudios que registran opiniones sobre posiciones frente a políticas públicas, autoubicación ideológica, percepciones sobre la gestión de gobierno, etc., parecen abonar esta hipótesis”, concluye Zuban.
En el trabajo “El votante moderado de Milei: entre la esperanza y el sacrificio”, Esther Solano, Pablo Romá y Thais Pavez, señalan que con la irrupción de Trump surgió un guion global que “ha definido como enemigo central al ‘marxismo cultural’ diseminado en los centros de enseñanza públicos, al feminismo que defiende el aborto, a la ‘ideología de género’, la homosexualidad y la transexualidad, que acusan de ser impuestas por la izquierda en los colegios”.
Señalan que “en la guerra cultural en la Argentina se ha construido un sentido que relaciona, por ejemplo, las políticas de género con dispendios del Estado y la supuesta poca efectividad de sus resultados por medio de indicadores y números”.
Entre las personas entrevistadas para el trabajo, surge el desagrado por la imposición de “estándares de comportamiento”, por parte de los responsables de la crisis económica. Describen “un fuerte sentimiento antipolítico por el cual los ideales del feminismo fueron ‘desvirtuados’, transformándose en el ‘curro feminista’ o derivando a lugares de agresividad contra los hombres, desencadenando consecuencias con las cuales no coinciden”.
El feminismo se aproximó demasiado a lo partidario y muchas de sus representantes se han sumado a la “casta” y “estarían más preocupadas por autoperpetuarse en una situación de privilegio que por representar los intereses legítimos de las mujeres”.
A la vez, “el feminismo es valorado en aquellos puntos en que representa un avance igualitario”, es decir que la crítica al “aprovechamiento político y militante” no implica una descalificación de la igualdad de género. “Las feministas desvirtúan una lucha legítima porque se acaban radicalizando y transformándola en curro”.
Para la citada Jia Tolentino, “la explicación más sencilla es la más plausible: las mujeres, al adquirir educación y poder en el lugar de trabajo e independencia económica, se acercaron a un partido que valoraba la igualdad y se alejaron de un partido que valoraba la jerarquía. Con el control de la natalidad, con el aborto seguro y legal, las mujeres ganaron control sobre sus vidas”.
Rescata ese feminismo “corporativizado” que “ocupó la esfera pública”. Las chicas se mostraron “dispuestas a denunciar el mal comportamiento masculino” y ello “hizo que cierta cohorte de hombres perdiera el control” y se refugiara “en rincones de Internet autoindulgentes con su sensación de haber sido dejados atrás”.
Trump llegó a la presidencia en 2017 prometiendo, dice Tolentino, “volver a poner a los hombres, a los blancos, a los hombres blancos, en la cima”. Es la clásica lectura de la izquierda, que agiganta al extremo tanto los logros del último feminismo como la “amenaza” derechista.
“El abismo entre hombres y mujeres jóvenes en la votación de este año es el abismo entre dos visiones enfrentadas de la vida de una mujer”. Según Tolentino, los trumpistas ven a las mujeres como “devoradoras de anticonceptivos en su juventud” y “solteronas solitarias y enfadadas” hacia los 40. Y los progresistas “creen que los conservadores quieren que las mujeres pasen su juventud entrenándose para atraer, someterse y complacer a los hombres”.
Ambas caricaturas han sido incentivadas por la radicalización del discurso feminista y por el copamiento del feminismo mainstream por el transgenerismo,.
La mayor carga de la culpa está puesta en la supuesta negativa de los varones a aceptar una quita de privilegios.
Para Tolentino, el feminismo no es una amenaza para nadie, mientras que la reacción en contra sí lo es. Si de agitar fantasmas se trata, no se queda corta, aunque lo expresa de modo irónico, resulta contundente: “En el mundo imaginario gobernado por lesbianas socialistas furiosas, no hay absolutamente nada que te impida ser un ama de casa descalza y embarazada a los 24 años si quieres serlo. En el mundo cada vez menos hipotético gobernado por trumpistas de extrema derecha, la dichosa servidumbre de las mujeres debe asegurarse eliminando el control sobre sus cuerpos, e idealmente, en realidad, eliminándolas por completo de la esfera pública”.
Hay excepciones a esta ceguera respecto a los fallos del feminismo. En un artículo en el diario El País, Antoni Gutiérrez-Rubí citaba a la “pensadora progresista” Naomi Klein, que alertó: “Es peligrosa la pasión censora de la izquierda, esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliega cuando alguien se pasa de la raya. Podríamos hablar de la cultura de la cancelación [que] a veces incorpora un cierto elemento de matonismo”. “No soy la única persona en la izquierda a la que eso le preocupa”, agregaba Klein. Si es cierto, no dejan de ser una ínfima minoría, además silenciosa.
Gutierrez Rubí por su parte apuntaba a que “el paradójico aumento de la soledad juvenil en nuestras sociedades hiperconectadas puede acelerar el proceso de aislamiento y de burbujas autorreferenciales que pueden atrapar a nuestros jóvenes impidiendo socializaciones saludables y porosas”.
Y concluía: “El cuadro que se vislumbra es alarmante: varones solitarios, jóvenes (y no tan jóvenes), con problemas serios de socialización y autoestima, hiperconectados a veces hasta lo enfermizo, con miedo al género femenino y al avance de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, acumulando recelo e inseguridades de todo tipo —cuando no odio explícito— y atrapados digital y políticamente por el vigor protector del populismo machista y misógino de las derechas autoritarias y extremas”.
El fenómeno que describe es ciertamente alarmante, pero nuevamente la carga de la culpa está de un solo lado: en varones que temen el avance femenino.
Nada sobre la inculpación generalizada al género masculino, la exacerbación del concepto de consentimiento, al punto de convertir las relaciones heterosexuales en un campo minado, la visión maniquea y por completo obsoleta en Occidente de un género oprimido y otro opresor, elementos todos que se han vuelto hegemónicos en el feminismo mainstream, es decir, el más visible y ruidoso, aunque posiblemente no mayoritario.
En otro artículo de El Confidencial, Lourdes Barragán y Héctor García Barnés analizan un sondeo del CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, citan también a Bartet que se pregunta cómo hacer para que “la división por género entre los jóvenes se reduzca o vuelva a valores más normales”. “Si se forman familias heterosexuales, según la experta, debería haber cierto espacio para reconducir esa brecha, ‘pero vamos a ver si se forman’, advierte”.
“Una encuesta realizada el año pasado por el CIS revelaba que el 20% de las mujeres jóvenes se considera bisexual, una complicación añadida para el emparejamiento de los jóvenes heterosexuales”, señalan.
También Alice Evans ve este peligro: “No abordar esta carencia supone un obstáculo para el amor heterosexual, las amistades y la formación de familias”.