Bajo una luz tenue en un rincón de Cafe Murano, un elegante restaurante italiano ubicado en St James´s Street, en el corazón de Londres, Peter Hargreaves despliega su austeridad con la misma firmeza con la que recorre los recovecos de sus memorias y convicciones. “Nunca entenderé el sentido de gastar dinero porque sí”, afirmó, resumiendo una filosofía de vida anclada en la contención.
A sus 78 años, este magnate, cofundador de la empresa de inversiones Hargreaves Lansdown, se ha convertido en una de las figuras más cautelosas del Reino Unido en temas de gasto y finanzas personales. Su imagen pública, tan inflexible como directa, es coherente con una vida de frugalidad meticulosa que contrasta con el volumen de su riqueza, estimada en 1.800 millones de libras (2.326 millones de dólares). Para él, el dinero sigue siendo un recurso finito que no se gasta sin motivo.
Durante una entrevista con el diario británico Financial Times, Hargreaves rememoró cómo, en su niñez en Lancashire, observaba a su padre depositar monedas de plata en una lata cada semana para la factura del gas. La rutina de estos actos sencillos fue, según confesó, la semilla de su propia disciplina, que floreció en un estilo de vida calculado y meticuloso. Tan sobrio es su enfoque que incluso muestra cierto arrepentimiento al mencionar la compra de un jet privado: “Fue un error”, admitió, como quien confiesa un desliz moral: “Habría sido mejor alquilar uno. Mis hijos lo usan un poco”.
A pesar de esta cautela casi obsesiva, el magnate conserva una modesta lista de pasatiempos: le fascinan los caballos, la jardinería y, de forma peculiar, las zapatillas deportivas. Aunque ya no corre, su colección incluye modelos de la marca On, las mismas que respalda el tenista Roger Federer. “Las compré porque me gustaron. Son algo modernas”, dijo.
Su estilo de vida contrasta marcadamente con su patrimonio y con el opulento éxito de Hargreaves Lansdown, la mayor firma de inversiones del Reino Unido.
Cuando fundó la compañía en 1981, desde la habitación de su casa en Bristol, el Reino Unido aún luchaba por sacudirse la rigidez de un sistema de inversiones reservado a los corredores de bolsa y asesores financieros. Hargreaves y su socio, Stephen Lansdown, irrumpieron con una propuesta innovadora: ofrecer a las personas comunes la posibilidad de comprar fondos de inversión sin intermediarios. Así nació una empresa que, en sus palabras, “lo hacía todo por los clientes” y apostó por una idea radicalmente accesible para la época.
En un mundo financiero que privilegiaba el secretismo y el elitismo, Hargreaves Lansdown democratizó el acceso a los fondos de inversión, y la prensa británica, ávida de cubrir novedades en el entorno económico de los años de Margaret Thatcher, acogió esta idea con entusiasmo. Con el tiempo, la firma escaló hasta hacerse un lugar en el FTSE 100 -el índice bursátil de referencia de la Bolsa de Valores de Londres- y gestionar, actualmente, más de 157 mil millones de libras en activos. Pero para Hargreaves, lo crucial no fue la velocidad del éxito, sino la coherencia de su misión: jamás pedir préstamos ni depender de fusiones. “No hay que gastar sin sentido”, remarcó, un precepto que él y Lansdown mantuvieron para proteger la autonomía de la empresa.
Comentó que su organización benéfica -Fundación Hargreaves- también funciona con poco dinero. El magnate hizo una donación de 100 millones de libras en acciones de Hargreaves Lansdown cuando se creó en 2020, lo que se consideró una de las mayores contribuciones de los últimos años, aunque el valor ha disminuido desde entonces debido a la caída del precio de las acciones.
“Casi todos los cabrones que han dirigido una empresa del FTSE 100 han recibido el título de caballero. Yo creé una”, exclamó, claramente molesto, a pesar de que hace una década le concedieron el Comendador de la Orden del Imperio Británico (CBE). “También he creado una de las mayores fundaciones del Reino Unido. Tengo un enorme punto negro en mi contra, claro: el Brexit”, agregó.
Consultado por la periodista Emma Dunkley sobre dónde invierte su propio patrimonio, el multimillonario indicó que, aparte de su participación en Hargreaves Lansdown, su siguiente mayor inversión es Blue Whale, un fondo que ayudó a lanzar en 2017 aportando 25 millones de libras (32.294.000 de dólares) iniciales para el gestor Stephen Yiu. El fondo se centra en empresas de rápido crecimiento, como el gigante tecnológico estadounidense Nvidia.
Después de varios minutos de conversación, la camarera se acercó para tomar el pedido. Hargreaves y Dunkley pidieron primero la entrada. Él eligió una ensalada de remolacha con higos y cuajada de cabra, mientras que ella se inclinó por la trucha curada al pomelo con un toque de pistacho triturado; optaron, además, acompañar la comida con un vino Soave. “¿Quieres que lo pruebe?”, le preguntó a la camarera, añadiendo con una sonrisa: “Aún tengo un montón de vinagre en la boca”. Tras un sorbo, dijo, en tono de broma: “No tiene nada de malo”.
Hargreaves Lansdown creció durante la era Margaret Thatcher. Ambos empresarios se convirtieron en unas de las 100 personas más ricas de Gran Bretaña. Hargreaves, de hecho, encarna esa combinación de conservadurismo y liberalismo económico que remodeló el Reino Unido.
“Margaret Thatcher no fue la mejor primera ministra que ha habido. Fue la mejor primera ministra que ha habido en el mundo”, afirmó, tajante.
Aun así, su apoyo al Partido Conservador ha sido más pragmático que ideológico. No oculta su desdén por algunos de los líderes contemporáneos de su partido: apoya lo que considera los verdaderos ideales de Thatcher, no las versiones que, a su juicio, han “traicionado” sus principios. “Me llamó Rishi Sunak durante el confinamiento, para preguntarme qué había transformado tanto la economía tras Thatcher. ‘La desregulación’, le dije. Ese es el peligro hoy en día”, añadió, reafirmando su convicción de que solo un gobierno que limite su intervención económica puede permitir el crecimiento de las empresas.
Para Hargreaves, su contribución de un millón de libras al partido conservador en 2019 fue un error. Según sus palabras, lo hizo para frenar el ascenso de Jeremy Corbyn, entonces líder laborista, aunque admitió: “Me arrepiento, increíblemente. Ojalá nunca lo hubiera hecho. El electorado británico no era lo suficientemente estúpido, fue un enorme corrimiento de tierras. Así que no necesitaba hacerlo”.
En cuanto a su respaldo al Brexit, Hargreaves donó 3,2 millones de libras a la campaña del Leave en 2016, una cifra que describe como la “segunda mayor cantidad individual” para esa causa. Sin embargo, casi diez años después del referéndum, considera que el Reino Unido no se ha desvinculado lo suficiente de la Unión Europea. “Deberíamos haber dicho: ‘¡Nos vamos! Nos vamos’” afirmó, lamentando que el país no haya eliminado más normativas comunitarias ni impuesto aranceles a las importaciones de automóviles de Alemania, Francia e Italia. En su opinión, el Reino Unido sigue “en parte dentro” de la UE, y teme que el actual gobierno laborista impulse un regreso a la Unión sin un derecho de voto.
Respecto a la economía británica, Hargreaves culpa al “maldito socialismo” por la falta de crecimiento económico. Explicó que en la era de Nick Clegg y David Cameron el país se alejó de políticas de derecha, algo que, a su juicio, se consolidó cuando Cameron obtuvo una victoria contundente y, en lugar de seguir la línea de la derecha, optó por “irse a la izquierda”.
Llegaron los platos fuertes. Hargreaves eligió la caballa. “Está muy buena”, comentó. Y le preguntó a Dunkley: “¿Qué es eso?”. Ella respondió que había ordenado un risotto de marisco. “Nunca me ha gustado el risotto”, dijo el magnate.
La cita para la entrevista, afirmó la periodista del Financial Times, fue muy oportuna, ya que se llevó a cabo el día después de que los accionistas de Hargreaves Lansdown votaran a favor de vender la empresa a las firmas de capital riesgo. Es un momento simbólico para Hargreaves, ya que su socio Lansdown, que era el segundo mayor accionista individual, ha decidido retirarse, cortando sus lazos con la empresa después de más de cuatro décadas.
Hargreaves decidió vender la mitad de su participación por 534 millones de libras (690 millones de dólares), manteniendo la otra mitad invertida en la empresa privada. La operación se diseñó para permitir a los accionistas canjear sus acciones por dinero en efectivo o adquirir una participación en la empresa privada.
Por su parte, durante el reportaje el magnate no tuvo problemas en referirse al capítulo más oscuro en la historia reciente de su firma: la caída de Neil Woodford, un renombrado gestor de fondos que, tras alcanzar un éxito sin precedentes, terminó siendo uno de los escándalos financieros más sonados de la última década. Hargreaves Lansdown había promovido sus fondos en su lista de inversión Wealth 150, lo que llevó a miles de inversores a confiar en su figura. Pero cuando el fondo de Woodford colapsó en 2019, muchos clientes vieron sus ahorros atrapados. Hargreaves, que ya no estaba en el consejo de la empresa cuando el desastre ocurrió, recuerda el episodio con una mezcla de impotencia y enfado. “Me enfureció ver cómo nuestros clientes quedaban atrapados. Pero Hargreaves Lansdown no hizo nada ilegal; su dilema fue desinvertir o provocar una corrida en el fondo”, comentó.
Para Hargreaves, cada una de estas decisiones —las acertadas y las desafortunadas— forma parte de una serie de valores y elecciones que, aunque rigurosamente pragmáticas, revelan una identidad compleja: la del hombre que, sin lujos innecesarios ni excesos, trazó con convicción el destino de una de las empresas más sólidas del Reino Unido.