Desde una pequeña mesa junto a la ventana del China Club, en el centro de Hong Kong, el académico Li Cheng observa el puerto Victoria y Kowloon, mientras explica su llegada a esta ciudad en un “exilio autoimpuesto” desde Washington. En este exclusivo club, decorado con antigüedades y evocaciones del estilo de Shanghái y el Hong Kong colonial, comparte té blanco de peonía en tazas de porcelana con Edward White, corresponsal del Financial Times en China.
Li, quien ha pasado casi cuatro décadas en Estados Unidos, incluyendo 17 años en la Brookings Institution, se ha convertido en uno de los analistas más destacados sobre la política de élite china. A lo largo de su carrera, fue un intermediario clave entre Washington y Beijing, guiando a funcionarios y expertos occidentales a través de la intrincada estructura del Partido Comunista Chino.
En los últimos años compartió con sus amigos en Washington su decisión de marcharse de Estados Unidos. Aunque el país necesitaba entender a China cada vez más, debido a su transformación en una superpotencia global, la influencia del académico para el entendimiento bilateral se había vuelto “muy limitada”. Según explicó, el cambio de actitud hacia China había comenzado “mucho antes” de lo que muchos imaginaban.
Su carrera en Estados Unidos estuvo marcada por una serie de predicciones precisas sobre la composición del politburó y el comité permanente del Partido Comunista Chino, los principales grupos de poder en China. Además, trabajó junto a figuras influyentes, como el estadista Henry Kissinger, que había sido clave en la apertura de relaciones con China, y asesoró en varias campañas presidenciales estadounidenses, además de enseñar y escribir libros.
Su historia de emigración comenzó en 1985, cuando una hermana en Estados Unidos le facilitó el traslado desde China. Sus primeros años académicos en Berkeley y Princeton coincidieron con un momento de gran entusiasmo por los estudios sobre el gigante asiático, durante el período de apertura iniciado por Deng Xiaoping. “Casi lloro cuando pienso en el maravilloso trato que recibí. Ahora es completamente diferente”.
En la actualidad, afirma Li sin rodeos, “Estados Unidos no está de humor para estudiar a China”. Pero hay un pesimismo más profundo sobre los cambios que ha presenciado: “La economía se ha convertido en matemáticas. La ciencia política se ha convertido en estadística. No se aprecia la historia, ni la cultura. Esa mentalidad, ¿cree que sirve a los intereses de Estados Unidos?”.
Ante la consulta de White sobre la época de la Revolución Cultural, el sinólogo y veterano observador de la política china, cierra los ojos y responde sin titubeos: “Violencia”. Su tono es una línea afilada que divide la memoria: detrás de cada palabra yace el rastro invisible de una infancia atrapada en el frenesí del régimen maoísta. Nacido en 1956 en una familia acomodada de Shanghái, un lugar mortal durante la asesina campaña de limpieza social de Mao, Li fue el menor de siete hermanos. Allí perdió a su hermano mayor, en un episodio en el que el Estado, con un frío gesto de indiferencia, comunicó a la familia que se había quitado la vida. Años después, descubrió la verdad: había sido asesinado a golpes por los Guardias Rojos, quienes arrojaron su cuerpo a las vías del tren.
Antes de abordar las tensas relaciones entre Estados Unidos y China, el ascenso de Xi Jinping en el Partido Comunista, y el creciente conflicto con Taiwán, Li y White hacen una breve pausa para hablar del menú. Rápidamente se deciden a probar el famoso pato y los dim sum, por los que es conocido el restaurante. “Con una sonrisa, el camarero, un tipo rudo pero amable, nos confirmó que bastaría con media ave para compartir”.
El distanciamiento entre China y Estados Unidos no comenzó de la noche a la mañana. Li, quien se nacionalizó estadounidense en 2003, recuerda cómo la política estadounidense fue mutando hacia la desconfianza y la sospecha, un movimiento progresivo que, según él, se inició hacia el final de la administración de Barack Obama y coincidió con los primeros años de Xi Jinping. Hoy, asegura, las posturas están tan radicalizadas que casi nadie se salva del juicio de la paranoia. Su partida a Hong Kong, aunque autoimpuesta, fue un paso casi obligado ante el cerco de dudas e intolerancia que lo rodeaba. Incluso en Brookings, su propio mentor, Jeffrey Bader, advertía: “Pronto seremos irrelevantes en el centro de estudios sobre China”.
Frente a este panorama, y a pocos días de las elecciones en Estados Unidos, el prestigioso académico considera que los comicios del 5 de noviembre ofrecen poco optimismo para mejorar las relaciones entre Washington y Beijing. Según opinó, Kamala Harris tiene escasa experiencia en China y parece dispuesta a seguir el enfoque de Joe Biden de crear coaliciones, aislando al régimen chino. Donald Trump, en tanto, está más orientado al interior, pero es impredecible. “En realidad, ambos son malos. No creo que China tenga preferencia (...) Estamos entrando en un periodo muy, muy peligroso. Hay mucho en juego. No habrá ganadores”.
En medio de la conversación, el camarero deja sobre la mesa seis dumplings que desprenden “una fragancia tentadora”. Al probar los primeros, uno de verduras y otro har gau de gambas y brotes de bambú, “no se destaca nada particularmente memorable”. Sin embargo, según asegura White, la verdadera prueba de un buen dim sum recae en el xiaolongbao, considerado “el auténtico rey de los dumplings de sopa”. Este en particular resulta excepcional para los comensales: su piel delicada guarda una mezcla de carne de cerdo picada y una sopa caliente y aromática, logrando un sabor equilibrado e irresistible. El corresponsal del Financial Times reconoce su remordimiento por no haber pedido más.
Según Li, el sistema político chino es “no tan opaco”, aunque para la mayoría de los extranjeros resulta impenetrable. En sus análisis, este estudioso de la política china ha logrado predecir movimientos y figuras emergentes al combinar su conocimiento sobre las reglas institucionales y los precedentes del Partido Comunista Chino, así como los requisitos de edad para la jubilación y los límites de los mandatos. Afirma que aplicando estos principios se puede descubrir “muy rápidamente quiénes son las estrellas emergentes”.
La innovación de Li radica en su enfoque en la educación, las redes personales y las líneas de lealtad entre los altos cargos del Partido. Este método le permitió agrupar a los líderes en facciones, incluyendo a los taizidang o “principitos”, hijos de los fundadores del Partido y líderes revolucionarios; los tuanpai, de la Liga de la Juventud Comunista; y la camarilla de Shanghái, o Shanghai bang, compuesta por aquellos que deben su ascenso a Jiang Zemin, con quien trabajaron en esta ciudad industrial durante la década de 1980.
Desde los tiempos de Mao Zedong, los occidentales han tratado de descifrar los mecanismos internos del Partido Comunista y los pensamientos de sus líderes, así como las variaciones en sus influencias. Sin embargo, esta estructura permanece en gran medida incomprendida en Occidente.
El camarero vuelve a interrumpir brevemente para presentar, como si fuera una botella de vino, a la gran estrella del almuerzo: “el pato”. Lo devuelve a la cocina para que lo corten en rodajas, y lo regresa a la mesa. La pechuga es tierna, no grasa, y la piel crujiente, no chiclosa. “Por algo este plato ha sobrevivido desde el siglo XIII”. Mientras tanto, White cambia el foco de la conversación y empieza a preguntar a Li por Xi Jinping.
Li, quien conoció a Xi Jinping a principios de los años noventa y mantuvo reuniones con el mandatario chino en diversas ocasiones -lo que le permite hoy mantener acceso a información privilegiada desde Beijing-, analiza la psicología del líder chino. Considerado por muchos como el líder más poderoso de China desde Mao Zedong, Xi rompió con el límite de dos mandatos consecutivos y ha llenado los altos cargos del Partido con personas de su círculo cercano, desmantelando las facciones dominantes. Su temor principal, según explica Li, es evitar los errores de Mijaíl Gorbachov y la posibilidad de una lenta marginación del Partido Comunista. Para los críticos internacionales, Xi es responsable del viraje hacia el autoritarismo, de la represión de libertades y del auge de la vigilancia electrónica, así como de la militarización en Taiwán y el Mar de China Meridional, y de su inestable alianza con Vladimir Putin.
Pese a esto, el sinólogo asegura que ya están en marcha sus preparativos de sucesión. Según comenta, será en 2027, al inicio de su probable cuarto mandato, cuando se clarifique su plan, lo cual podría llevar a Xi a extender su liderazgo hasta 2032, cuando tendrá 79 años. Aunque el establishment chino aceptó la justificación para su tercer mandato, Li sostiene que esto no implica un “cheque en blanco” de presidente vitalicio. Si bien sus colaboradores le son leales, “el grado de lealtad es diferente”, indica.
Para Li, Xi asumió el poder tras años de lo que se denominó liderazgo colectivo, periodo marcado por conflictos internos y casos de corrupción, cuyo punto culminante fue la caída de Bo Xilai. “Ese sistema no era perfecto”, comenta Li, añadiendo que en China se ha consolidado una narrativa en la que se atribuye a Mao el mérito de levantar a China, a Deng Xiaoping su enriquecimiento y a Xi el logro de hacerla fuerte.
Con una clara consciencia de la impopularidad de Xi entre los intelectuales liberales, la élite empresarial y algunos funcionarios de menor rango, el académico considera que el mandatario chino “ha sido eficaz y estratégico” en sus maniobras políticas desde que asumió el liderazgo en 2012 como jefe del partido y de las fuerzas armadas, una operación que dejó atrás las ilusiones sobre el estilo de gobierno de Xi, que resultó despiadado en la eliminación de sus rivales en la carrera por el poder.
White y Li terminan de comer. El corresponsal del Financial Times pide un café, y el sinólogo un té. El periodista contraargumenta y repasa una larga lista de quejas contra Xi. Ante las preguntas sobre la represión y las detenciones masivas de uigures y otros grupos musulmanes en Xinjiang, Li pone en duda la definición de estos eventos como “genocidio”, empleada oficialmente por Estados Unidos y gran parte de Occidente.
La conversación cerró con reflexiones personales de Li Cheng sobre su vida y su continua lucha por encontrar un espacio donde sus opiniones no sean utilizadas de manera partidista: “La empatía es crucial en este momento”, concluyó.