David Olusoga es uno de los historiadores más reconocidos del Reino Unido, conocido por su esfuerzo en reimaginar y popularizar la historia afro británica. Habla de la misma como si fuera un amor que lo consume; lo describe, asimismo, como un romance de 40 años, una pasión que no deja de animarlo y estimularlo. El pasado es para él una amante constante, siempre presente. Lo percibe cuando se sienta a tomar una copa en Covent Garden, uno de los distritos con más encanto de Londres, donde se imagina a los libertinos georgianos bebiendo vino, mirando los mismos paisajes que él. Lo ve también en su propia historia familiar, en cómo un hombre nigeriano y una mujer blanca de Newcastle -en alusión a sus padres- pudieron encontrarse en pleno siglo XX.
“Es una historia clásica del imperio. La historia está llena de consecuencias no intencionadas”, dice, sonriendo con cierta nostalgia, durante un almuerzo en el Riding House Café, en el centro de la capital británica, con Stephen Bush, editor asociado y columnista del Financial Times. Un lugar elegido para la ocasión porque representa un buen punto de partida para su próximo trabajo en la BBC. Para Olusoga es un restaurante que siempre está lleno de “gente de la tele tramando planes o dándose malas noticias”, y el menú está diseñado para no eclipsar ni arruinar el momento, donde se sirven platos internacionales, “cocinados de forma aceptable pero no excepcional”.
Al momento del encuentro, el historiador está dando los últimos retoques a la quinta serie de A House Through Time (Una casa a través del tiempo), que cuenta la historia de los habitantes de una sola casa, y que se estrenó en la cadena BBC la semana pasada. La historia de los espacios urbanos es su especialidad original, pero su campo de acción es muy amplio. Su último libro, y el tercero para niños, Black History Every Day of the Year, es un almanaque que detalla la variada historia de la comunidad afro en todo el mundo.
Luego de recibir con “impresionante rapidez” sus bebidas -agua con gas para Olusoga, Coca-Cola para Bush-, el historiador retoma el eje de la conversación.
Su profundo interés por el pasado hace comprensible que su pareja, durante unas vacaciones recientes en Cabo Verde, pensara erróneamente que el verdadero motivo del viaje era la historia de los campos de concentración portugueses en las islas. Según relató, ella “entró furiosa al baño con el iPad en la mano, y dijo: ‘¡Así que por eso estamos aquí!’”.
El amor de Olusoga por la historia no es solo personal. Lo ha llevado a convertirse en uno de los historiadores más reconocidos del Reino Unido. “Mi lealtad es con la historia”, reconoce. Hizo, incluso, lo que pocos habían logrado antes: reimaginar la historia afro británica y llevarla al público general. Su obra Black and British, un libro y serie documental lanzada en 2016, dio vida a una historia que había sido ignorada o relegada a especialistas. Su enfoque no solo abarcó la diáspora africana en las islas británicas, sino que conectó esa experiencia con el imperio británico y sus colonias en África y América.
Antes de su trabajo, la narrativa común de esa se limitaba a lo que él llama “they come to us”: la llegada de romanos afro, algunos moros en la corte de los Tudor y la llegada de trabajadores del Caribe tras la Segunda Guerra Mundial. “Sin querer, los primeros historiadores en Gran Bretaña delimitaron esas historias dentro de las fronteras británicas”, reflexiona. Olusoga abrió esas fronteras, conectando a Gran Bretaña con sus colonias y mostrando que la historia no puede entenderse sin mirar hacia África y América.
Este trabajo, sin embargo, lo ha convertido en una figura controversial. Las guerras culturales del Reino Unido no lo han dejado fuera. Desde la derecha, lo han criticado por ser uno de esos “expertos que condenan a Gran Bretaña por su racismo”, como afirmó Tomiwa Owolade. Desde la izquierda, el escritor Colin Grant lo acusó de ser demasiado conciliador, de presentar una versión “mediada por un comité de la BBC”. En medio de estas críticas, los ataques de figuras políticas tampoco se han hecho esperar: líderes conservadores lo han señalado por ser parte de una corriente de “historiadores woke” que, según ellos, buscan desmantelar la identidad nacional británica.
Olusoga no puede evitar sentirse afectado por estas críticas. “Lo que más me preocupa no es lo que dicen, porque siempre dicen lo mismo”, admite, con un dejo de dolor. “Lo que me preocupa es cuán convencidos están de que odio a su cultura, su historia y a nuestro país”. Con su tono habitual, reservado pero apasionado, explica cómo le asombra que muchos lo acusen de odiar a los blancos, siendo él de raza mixta. “¡Tengo un OBE -la Excelentísima Orden del Imperio Británico-!”, recuerda, sorprendido por el absurdo de la situación.
Pero Olusoga no busca agradar a todos. Su lealtad es a la historia. En su opinión, la historia es “desordenada moralmente”. Mientras habla, recuerda que uno de los temas de su serie sobre los esclavistas británicos olvidados era una anciana que vivía en Gran Bretaña en 1833 y cuya única pensión eran “dos esclavos que poseía en el Caribe”. “Por un momento, sentí empatía por ella”, confiesa Olusoga, “hasta que te despiertas y recuerdas que lo que estamos hablando aquí es de seres humanos”. Es esta complejidad lo que le interesa: no los villanos de caricatura, sino la “confusión moral” de la historia.
Sin embargo, esa complejidad le ha generado una creciente desilusión sobre el propósito de la historia. Cuando era un joven historiador, pensaba que el estudio del pasado serviría para evitar los errores de la humanidad. Hoy en día, su visión es menos grandiosa. “Creo que nuestro trabajo como historiadores es intentar desarmar esas ideas peligrosas. Es mostrar que las afirmaciones simples son, de hecho, mucho más complicadas”.
Pasó casi una hora de conversación, y Olusoga y Bush todavía no fueron atendidos por el camarero. El historiador hace un paréntesis y cuenta que uno de sus amigos habla de “presencia en barra”. Es decir, la capacidad de hacerse servir en los bares, una cualidad que él ha llegado a la conclusión de que le falta. “Yo tampoco la tengo, evidentemente”, sostiene el periodista del Financial Times.
Cuando finalmente llega el camarero, Olusoga ordenó una selección de entradas, mientras que Bush optó por un plato de cordero con especias.
Al retomar la charla, el autor recuerda su traumática historia familiar. Creció en un barrio obrero de Gateshead, una ciudad industrial del norte de Inglaterra, donde él y su familia fueron acosados brutalmente por el National Front, una organización neonazi. Su madre, sus hermanas y él tuvieron que abandonar su casa por la violencia que sufrían a diario. Esa experiencia lo moldeó. Aún hoy busca respuestas sobre aquellos que lo atacaron. “Nunca he encontrado una causa que justifique romper las ventanas de un hogar con niños dormidos dentro”, dice con una calma inquietante.
En cuanto a los recientes disturbios en Inglaterra, donde comunidades migrantes fueron atacadas, observa que este tipo de odio racial refleja ideas que no son nuevas. Sin embargo, expresa dudas sobre la capacidad de la historia para cambiar el comportamiento humano. “La historia puede informarnos de lo que sucedió en el pasado, pero no estoy seguro de que existan muchos ejemplos de personas alejándose de esos caminos incluso cuando las advertencias son claras”, compartió.
A pesar de esta difícil etapa de su pasado, ha mantenido una relación cercana con sus hermanos. De hecho, escribió junto a ellos su último libro para niños, Black History Every Day of the Year. Olusoga ha sido una voz firme en la educación histórica. En las aulas de la Universidad de Manchester y en sus libros para niños, argumenta que ocultar el lenguaje racista del pasado no es beneficioso, aunque sí aboga por advertir sobre su contenido. “Debemos advertir a las personas para que puedan protegerse”, afirma, “pero no me gusta la idea de disfrazar la virulencia del pasado”.
Para Olusoga, la historia no necesita ser perfecta. No espera perfección de las figuras históricas. Adora las obras de Charles Dickens, aunque reconoce el racismo en sus textos. “No necesito que Dickens sea perfecto para amarlo”, asegura. Lo mismo aplica para figuras como Winston Churchill, a quien respeta por su rol en la Segunda Guerra Mundial, pero critica por sus actitudes hacia África e India. “No me hace falta que la historia construya mi identidad”, asegura, “me basta con la fascinación que siento por ella, con todo su desorden y complejidad”.
“Mi pasión es la historia y mi trabajo es ser historiador, y eso significa poner la mano en el fuego”, concluye.
Con esta misión, David Olusoga sigue adelante. Mientras se levanta de la mesa para dirigirse a su próximo compromiso en la BBC, deja claro su propósito: desarmar las simplificaciones del pasado y compartir esa pasión compleja con el mundo.