(Desde Jerusalén, Israel) La foto tradicional en Jerusalén se hace en el Monte de Olivos: desde allí se observa el Muro de los Lamentos, el Santo Sepulcro y la Cúpula de la Roca, que son los símbolos eternos de las tres religiones que conviven en una ciudad acostumbrada a las guerras y los actos de fe. En días normales, es imposible tener una foto digna, caminar sin enfrentar un vendedor ambulante, un camello aburrido o un guía que mezcla verbos en hebreo y español. Pero hace cuatro días Irán atacó con 180 misiles, y ahora Israel se prepara para replicar con una ofensiva aérea que busca desequilibrar al régimen de los ayatollahs. Conclusión: Jerusalén permanece bajo un silencio abrumador, protegida por soldados y con la llamativa ausencia de turistas y creyentes.
El paso por la Puerta de Damasco a la Cúpula de la Roca esta cerrado, en el Santo Sepulcro se reza sin dar codazos, y en el Muro de los Lamentos se puede encontrar un lugar para estar con sí mismo. Todos mirando al cielo para avizorar si un misil iraní rompe la tranquilidad de una tarde de sábado que parece inolvidable.
La seguridad militar es fuerte, pero tiene poca estridencia. Se ubica en las calles más importantes y frente a los sitios religiosos que forman parte de la historia de la humanidad. Sólo en la entrada al Muro de los Lamentos hay scanners y se revisan las mochilas, pero las cámaras vigilan y los soldados pueden llegar en apenas segundos. No hay distensión: es cautela practicada durante horas, días y meses.
En el Santo Sepulcro, los feligreses se recogen, rezan y caminan murmurando sus plegarias. Hay temor por una escalada bélica, pero guardan sus opiniones. Están en el escenario de un crimen ordenado por Roma que conmovió a su tiempo, y optan por callar antes que pagar la infidencia.
Una recorrida por las calles de Jerusalén muestra a escasos vendedores que hacen poco esfuerzo por ofrecer sus recuerdos fraguados o sus deliciosos dátiles. Ya asumieron que no hay espíritu para comprar, y lo poco que regatean es para no perder la práctica.
Distinta situación se observa en los bares al paso: todavía se pide café, un jugo de granada o una porción de Baklava con gusto a nada. Los encargados de los bares hablan: tienen miedo a la guerra y a los atentados que pueden ejecutar los terroristas que cruzan del barrio musulmán a los barrios de los judíos, los armenios o los cristianos.
“Todo puede pasar, ya lo vimos”, dice a Infobae un mozo que siempre reza en la iglesia de los franciscanos.
Mientras caía el sol sobre Jerusalén, en el Líbano arreciaban los combates entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y Hezbollah. No hay tregua en el combate, y los terroristas apoyados por Irán se repliegan hacia el norte del Líbano para reagrupar fuerzas y evitar que las tropas israelíes avancen rumbo a Beirut.
Israel asegura que mató 440 fedayines de Hezbollah en los últimos seis días, en tanto que la organización chiíta sostiene que hoy lanzó 180 misiles sobre el norte israelí. Es una batalla sin cuartel que se reproduce en Gaza, Siria, Irak y Yemen, adonde los aliados de Irán se conjugan para atacar a Israel.
Benjamín Netanyahu aún no decide los blancos que intentará destruir en Irán y cuándo lanzará una nueva ofensiva con el régimen fundamentalista. Pero los tiempos se aceleran: hace pocas horas, el general Michael Kurilla aterrizó en Tel Aviv con ordenes precisas del Pentágono. Kurilla es el jefe del Comando Central de los Estados Unidos y se reunirá con Yoav Gallant, ministro de Defensa de Israel.
Cuando ese cónclave termine, Netanyahu sabrá hasta adónde tiene respaldo de la Casa Blanca para atacar ciertos targets iraníes.
En ese momento, las agujas empezarán a correr para llegar al Día D.