El 2 de agosto de 1939, un mes antes de la invasión de la Alemania nazi a Polonia y por ende el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el científico Albert Einstein escribió una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, preocupado por la posible fabricación de una bomba atómica utilizando uranio.
Con el tiempo, la misiva pasó a formar parte de la colección privada de Paul Allen, cofundador de Microsoft, y este miércoles por la noche se vendió en una subasta por 3,9 millones de dólares.
Si bien la carta estaba incluida en una serie de objetos que recaudó en total USD 10 millones, acaparó la mayor atención ya que advertía al mandatario estadounidense de la capacidad de la Alemania de Adolf Hitler para desarrollar armas nucleares.
La carta completa decía lo siguiente:
2 de agosto de 1939
F. D. Roosevelt
Presidente de los Estados Unidos
Casa Blanca
Washington, D.C
Señor:
Algunos trabajos recientes realizados por Enrico Fermi y L. Szilard, de los cuales he sido informado en manuscritos, me llevan a esperar, que el elemento uranio pueda convertirse en una nueva e importante fuente de energía en el futuro inmediato. Ciertos aspectos de la situación que se ha producido parecen requerir de vigilancia, y si fuera necesario, de una rápida acción por parte de la Administración. Por ello, creo que es mi deber llamar su atención sobre los siguientes hechos y recomendaciones:
En el curso de los últimos cuatro meses ha surgido la probabilidad – a través del trabajo de Joliot en Francia, así como el de Fermi y Szilard en los Estados Unidos – de iniciar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por medio de la cual se generarían enormes cantidades de energía y grandes cantidades de nuevos elementos similares al radio. Ahora parece casi seguro que esto podría lograrse en el futuro inmediato.
Este nuevo fenómeno podría conducir también a la construcción de bombas, y es concebible – aunque con menor certeza – que puedan construirse bombas de un nuevo tipo extremadamente poderosas. Una sola bomba de ese tipo, llevada por un barco y explotada en un puerto, podría muy bien destruir éste por completo, así como el territorio que lo rodea. Sin embargo, tales bombas podrían ser demasiado pesadas para ser transportadas por aire.
Los Estados Unidos sólo cuentan con vetas de uranio muy pobres y en cantidades moderadas. Hay muy buenas vetas en Canadá y en la anterior Checoslovaquia, mientras que la fuente más importante de uranio está en el Congo Belga.
En vista de esta situación, podría usted pensar que es deseable establecer algún tipo de contacto permanente entre la Administración y el grupo de físicos que trabajan en reacciones en cadena en los Estados Unidos. Una posible forma de lograrlo podría ser comprometer en esta función a una persona de su entera confianza, la cual tal vez podría servir de manera extraoficial. Sus funciones serían las siguientes:
a) estar en contacto con los Departamentos del Gobierno, manteniéndolos informados de los próximos desarrollos, y hacer recomendaciones para las acciones de Gobierno, poniendo particular atención en el problema que supone asegurarse un suministro de mineral de uranio para los Estados Unidos;
b) Acelerar el trabajo experimental, el cual se está llevando a cabo dentro de los límites que fijan los presupuestos de los laboratorios universitarios, con el suministro de fondos, si tales fondos son requeridos, mediante sus contactos con personas privadas que estuvieran dispuestas a hacer contribuciones para esta causa, y tal vez obteniendo cooperación de laboratorios industriales que tuvieran el equipo necesario.
Tengo entendido que Alemania ha detenido actualmente la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia, mismas que fueron tomadas recientemente. Esta acción podría entenderse teniendo en cuenta que el hijo del Sub-Secretario del Estado Alemán, von Weizäcker, está asignado al Instituto Kaiser Guillermo de Berlín, donde algunos de los trabajos con uranio realizados en los Estados Unidos están siendo replicados.
Su seguro servidor,
A. Einstein.
La carta original, en posesión de Paul Allen, el cofundador de Microsoft fallecido hace 6 años, fue subastada en la sede de Christie’s en Nueva York. Los herederos del empresario prometieron repartir las ganancias a entidades benéficas.