Leímos y escuchamos la información una, dos, diez veces. Buscamos procesar la trama de perversión y abusos porque lo que necesitamos es entender lo inconcebible, es decir, qué pudo impulsar a un hombre “común” a hacerle tanto daño a su compañera durante cincuenta años, la madre de sus tres hijos, la abuela de sus nietos. Pero además hay algo clave en esta historia que, aunque ocurrió y aún ocurre en Francia, domina el imaginario del mundo y es que, aunque Dominique Pélicot (73) será recordado como uno de los hombres más deleznables que haya pisado la tierra, no actuó solo en la puesta en acto de su plan criminal.
Decenas de buenos vecinos de Mazan, una pequeña localidad de menos de 6.000 habitantes en el sur de Francia, fueron sus cómplices a lo largo de una década. Cada uno de los buenos padres de familia, compañeros de trabajo, profesionales y obreros jóvenes y viejos que aceptaron la “invitación” a abusar y humillar a Gisele Pélicot (72), una mujer drogada intencionalmente por su marido con el fin de exponerla a violaciones sistemáticas, merece tener su aparte en este capítulo de la historia del oprobio.
En un artículo de The New York Times, Catherine Porter y Ségolène Le Stradic describieron en detalle el equipo de violadores de Gisele, lo que el feminismo llama “los hijos sanos del patriarcado” y ellas llamaron “un caleidoscopio de la sociedad francesa de clase media y trabajadora”, compuesto entre otros por “camioneros, soldados, carpinteros y obreros, un guardia de prisiones, un enfermero, un experto en informática que trabaja para un banco, un periodista local. Sus edades oscilan entre los 26 y los 74 años. Muchos tienen hijos y están en alguna relación. A la mayoría se los acusa de haber violado a la mujer una vez. A unos cuantos se los acusa de volver hasta seis veces para violarla”.
Esta información consta en la investigación policial que se inició en 2020 y que condujo al juicio que arrancó la semana pasada. Los acusados son Dominique Pélicot y 51 hombres que lograron ser identificados, aunque en total fueron más de 80. Algunos de los acusados tienen antecedentes de condenas por violencia de género, adicciones varias, violación, pedofilia y zoofilia. La investigación policial concluyó que Gisèle Pélicot había sufrido al menos 92 violaciones.
Se dice y se repite que la mayor parte de la violencia contra las mujeres es perpetrada por sus maridos o parejas íntimas o por parte de sus ex parejas. El caso Pélicot ingresa dentro de estas consideraciones pero con características brutales nunca vistas antes. Todo en esta historia genera sorpresa y espanto.
A todos nos cuesta creer la saga de violencia que planificó Pélicot con un protocolo según el cual les solicitaba a los hombres que no usaran preservativo y que para no despertar a su esposa prescindieran de perfumes, no fumaran, se desnudaran en la cocina y se calentaran las manos en el radiador antes de tocar su cuerpo. Según el informe del juez de Instrucción, él mismo limpiaba cada noche el cuerpo ultrajado de su mujer.
Tiendo a pensar que aquellos que leen los detalles de esta historia en algún momento pronuncian un insulto.
El juicio comenzó el 4 de septiembre y está previsto que finalice alrededor del 20 de diciembre: por él pasarán a dar su versión de los hechos todos los acusados, que podrían recibir condenas de hasta veinte años. Entre 2011 y 2020, Dominique Pélicot drogó a su mujer con lorazepam -mezclaba el fármaco en la comida y la bebida de ella- para entregarla como ofrenda inerte a la violencia de desconocidos. Salía a la pesca en chats oscurísimos a los que acuden hombres que gozan con perversiones sexuales de distinto orden.
Su estrategia consistía en hacer contacto con desconocidos a través de un chat llamado “Sin su consentimiento”. Las conversaciones se iniciaron en el sitio de encuentros Coco.gg, y luego se trasladaron a un salón privado del mismo sitio, que fue cerrado por la Justicia en junio por ser considerado un “lugar de depredadores”.
La oferta de Pélicot era que sometieran a su esposa en su propia casa, algo que terminó ocurriendo cinco veces a la semana (en un comienzo era solo los fines de semana). La drogaba para que se durmiera hasta el desmayo y de ese modo conseguía las condiciones óptimas para su propósito demencial.
En alguna de las conversaciones halladas por los investigadores, se detectó un comentario de Pélicot diciendo que drogaba a su mujer para someterla a prácticas sexuales a las que ella habitualmente se negaba y también para vestirla de cierta manera para excitarse. También se leía allí algo sobre la afición del hombre por “el modo violación”. De esto se deduce que fue a partir de su propia experiencia matrimonial de abuso que comenzó a ofrecer ese cuerpo dócil a base de sedantes a los extraños.
Según el seguro nacional de enfermedad francés Assurance Maladie, Pélicot llegó a encargar 450 píldoras de lorazepam en un año.
La droga del crimen
El lorazepam es un fármaco que se utiliza para calmar la ansiedad. También para tratar el insomnio causado por la ansiedad o el estrés de una situacional temporal. Su acción consiste en hacer más lenta la actividad del cerebro para permitir la relajación.
Se trata de una droga que pertenece al grupo de las benzodiazepinas de alta potencia, que tiene las cinco propiedades de este conjunto: es ansiolítico, amnésico, sedante e hipnótico, anticonvulsivo y relajante muscular. Tiene una vida media de entre 9 y 16 horas, esto quiere decir que ése es el tiempo que tarda la concentración del medicamento en disminuir a la mitad del valor inicial de la dosis.
Según precisó el propio Pélicot, un hombre metódico que clasificó exhaustivamente cada uno de los 4.000 videos y fotos de las sesiones de humillación salvaje a las que sometió a su mujer, solo tres de cada diez hombres a quienes les ofrecía violar a su esposa le decían no. Va de nuevo: sólo tres de cada diez decían no. Y otra vez, a ver si lo entendemos: siete de cada diez aceptaban someterla.
La mitad de los acusados reconoció haber tenido sexo con Gisele Pélicot y no hay error en esto de “tener sexo” porque eso es lo que ellos sostienen ya que no admiten haberla violado. Entre los argumentos esgrimidos en su defensa sostienen que el marido les daba permiso y que pensaban que se trataba de un juego sexual de la pareja, algo que Pélicot desmiente: asegura que todos sabían que ella estaba drogada.
Cuesta pensar que ninguno advirtió el nivel real de inconciencia y sumisión química de esa mujer. Tal como ella sostuvo en el juicio, si cualquiera de estos hombres hubiera denunciado la situación, podría haberla salvado del infierno.
Durante los años de sometimiento, el estado de salud de la esposa de Pélicot era delicadísimo. Fatiga extrema, caída de pelo, pérdida de la memoria… Sus hijos y sus amigos llegaron a considerar que estaba con Alzheimer. Ninguno de los médicos a cuyas consultas acudieron con la mujer sospechó lo que estaba pasando.
En estos años, la víctima se divorció de su marido, cambió de nombre y tomó la decisión de pedir que las imágenes del juicio se hicieran públicas. Bien asesorada, decidió que no tenía nada que ocultar y así es lo que se ve: mientras ella tiene el rostro descubierto, los hombres que están en el banquillo decidieron hacer uso de sus derechos y cubrir sus caras.
La mujer sabe que arruinaron su vida y quiere que se conozcan los rostros y nombres de los agresores y las excusas con las que buscan adecentar sus crímenes. “Esos hombres pudieron usar mi cuerpo inconsciente, ahora que enfrenten la realidad”, afirmó Gisèle en el juicio. Valientes para arrasar un cuerpo muerto en vida, son cobardes al extremo y no muestran la cara.
En el caso de Pélicot, las aberraciones no cesan. Incorporado su ADN a los ficheros de la Justicia, sospechan que estuvo involucrado en el asesinato de una mujer y en el intento de violación de otra. En estos días también se supo que entre los materiales que se encontraron hay fotos de su hija y de sus nueras desnudas. Es el horror que no cesa.
Basta de llamarlos monstruos
Para la ley francesa, una violación es un “acto de penetración sexual” cometido “mediante violencia, coacción, amenaza o sorpresa”. Nada dice de consentimiento ni de sumisión química. Drogar o emborrachar a una mujer para violarla a gusto aún no está contemplado como crimen. Los defensores de los derechos de las mujeres aspiran a que el caso sea un parteaguas en la legislación.
Natalia Gherardi es una abogada y docente feminista argentina. Para ella, llamar monstruo a alguien como Pélicot es pensarlo como una anomalía en la especie humana y forma parte de un tipo de lectura social que busca algo así como establecer ciertos límites a aquello que llamamos humanidad.
“Considerar a los perpetradores como monstruos les quita el carácter de persona, es un recurso tranquilizador: ‘No soy yo, no puedo ser yo ni nadie que yo conozco o quiero porque éste es un monstruo; las personas son/ somos incapaces de semejante acto’”, dice Gherardi, directora ejecutiva de ELA (Equipo Latinoamericano de Justicia y Género).
Para la experta, se trata de un mecanismo de autodefensa, un conjuro, un modo de pensar que es algo que no puede pasar cerca nuestro o de las personas que conocemos. “Pero esa otredad que les asignamos realmente es ficticia”, asegura.
“En muchos de estos casos, los perpetradores son personas que ‘funcionaban’ de una manera más o menos regular en otros ámbitos de su vida. Entonces, lo perturbador es pensar que, sin saberlo, tal vez podríamos conocer a alguno de estos ‘monstruos’. En el caso de Francia, esa comprobación golpea con mucha fuerza: son decenas de personas que representan casi todos los estamentos de una sociedad occidental, educada, urbana, totalmente común. Y no son monstruos, son personas que habitaban las mismas calles y recorrían los mismos espacios que el resto de la comunidad”.
Causar daño con intención
Desde la Edad Media, que es cuando aparece el término, se considera perverso a aquel que goza con el mal y con la destrucción de sí mismo o de otro. Según la Real Academia, “perverso” es un adjetivo pero también un sustantivo y tiene dos acepciones: 1) Sumamente malo, que causa daño intencionadamente. 2) Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.
¿En qué momento le pareció excitante a Pélicot convertir a su esposa en objeto sexual, o no, no, apenas en objeto para el abuso sexual a repetición?
¿Le habrá resultado gratificante verla a ella, tan desdeñosa con algunos de sus pedidos perversos a la hora de la intimidad; siempre tan ejecutiva y poco necesitada de instrucciones, en radical sumisión?
¿Qué pensaba mientras grababa a esos hombres a los que invitaba para ultrajar a su mujer? ¿Pensaba algo, Monsieur Pélicot, cuando volvía a ver esos videos o simplemente gozaba al verla avasallada y expuesta a actos aberrantes?
¿En qué clase de amo se convertía Monsieur Pélicot y qué grado de dominio conseguía con su esclava domesticada, inconciente y humillada sexualmente por extraños?
El jueves, cuando le tocó declarar en el tribunal de Aviñón donde se desarrolla el juicio, Gisele -quien según los hijos era el verdadero sostén de la familia mientras trabajaba como gerente en una empresa de París, donde vivían hasta hace unos años- describió lo que vio cuando la Policía la llamó para comunicarle que el hombre con quien compartía su vida desde los 18 años no era ese buen tipo que ella y su familia pensaban que era y le mostraron los videos. Al principio no se reconoció. Cuando le pidieron que mirara en detalle las imágenes, su vida se vino abajo.
“No son escenas de sexo, son escenas de violaciones. Están dos, tres sobre mí. Estoy inerte”, dijo. “Fui sacrificada en el altar del vicio. Cuando se ve a esta mujer drogada, maltratada, como una muerta, es cierto, el cuerpo no está frío, está caliente, pero yo estoy como muerta”.
“Violación no es la palabra correcta, es barbarie”, se corrigió.
“Me trataron como a una muñeca de trapo”, dijo también.
Como Al Capone, que terminó detenido por evasión de impuestos y no por sus crímenes, el electricista Pélicot había caído por intentar sacarles fotos a tres mujeres por debajo de sus polleras. Una vez detenido, se inició la investigación que condujo all juicio que por estos días se realiza con audiencias públicas a pedido de la víctima, que quiere que todo el mundo sepa lo que ocurrió, para que la vergüenza cambie de lado.
Cuentan que aquella vez, cuando la llamaron para informarle que su marido la drogaba para que la violaran extraños y tuvo que ver con sus propios ojos qué hacían con ella cuando caía desmayada, a la salida de la comisaría llamó a su yerno para contarle el horror en que se había convertido su vida.
Cuentan también que esa noche se reunió con sus tres hijos y sus parejas y todos lloraron juntos.