En sus más de 40 años de trayectoria, el argentino Juan Gabriel Tokatlian se consolidó como un intelectual clave a la hora de pensar y entender el lugar de Argentina y América Latina en el mundo. Sociólogo, doctor en Relaciones Internacionales en la Universidad de Johns Hopkins de Washington, profesor en la Universidad Di Tella, activo divulgador de sus conocimientos en medios locales, acaba de publicar para Siglo XXI Editores Consejos no solicitados sobre política internacional: Conversaciones con Hinde Pomeraniec, un incisivo análisis del actual escenario global surgido de una serie de entrevistas con la reconocida periodista y editora.
Se trata de un libro, explica Tokatlian, que “refleja una perspectiva”: la de un internacionalista del Sur Global, de América Latina, de Sudamérica, del Cono Sur y de Argentina. “Es desde donde yo veo el mundo que trato de incorporar qué es lo que pasa en Occidente, qué es lo que pasa en Oriente, qué es lo que pasa en las grandes potencias”, dice. “Pero yo no habito ahí. Yo habito acá. Entonces debo pensar desde acá”.
Esa mirada también se refleja en la charla que mantiene con Infobae en una sala luminosa y llena de libros de Siglo XXI. Los temas son muchos y variados. Desde la política exterior de Javier Milei (“Al descreer del Estado, vuelve a una etapa pretérita, muy antigua, donde existía la voluntad del príncipe, pero no el interés nacional”), hasta el creciente riesgo de una gran conflagración entre potencias (”Estamos viviendo un tiempo donde hay una fatiga con la paz, hay muchos elementos que nos parece que nos están impulsando hacia una grave crisis internacional”) y el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca (”Para nosotros en América Latina puede ser un tremendo dolor de cabeza”).
—Hablemos del libro. ¿Por qué el título habla de consejos “no solicitados” de política internacional?
—El libro surge de una experiencia docente e investigativa de cuatro décadas y el deseo de tener un lenguaje más amable, más accesible, más comprensible, pero sin perder profundidad conceptual. Entonces surgió este sistema de entrevistas que hacíamos todos los viernes con Hinde. Fue muy gratificante. Por otro lado, en el contexto político actual de Argentina, y considerando la política exterior de Milei, el libro busca dar una interpretación de los asuntos internacionales, más que recomendaciones concretas de acción. Y también generar algún tipo de interés, de pregunta, de duda.
—Una de las advertencias que hace en el libro es: “Vivimos en una era de inusitada peligrosidad”. ¿Cuáles son, a su juicio, los focos de tensión que tienen el potencial de escalar a conflagraciones globales? El libro dedica capítulos específicos a los conflictos en Ucrania y Medio Oriente. Aunque, por otro lado, afirma que el Sudeste asiático es la región con “el mayor potencial de confrontación”. Entonces, ¿hay que mirar más a Taiwán que a Kiev?
—Cada vez es un poco más evidente que hay puntos conflictivos no resueltos y puntos conflictivos en crecimiento. Gaza y Ucrania ocurren en dos espacios geopolíticos de enorme gravitación. Sin salidas aparentes. Y con la la potencialidad en ambos de seguir una degradación del conflicto prolongada. También hay puntos conflictivos que han pasado a no ser reconocidos porque son desplazados por estos (Yemen, Sudán, para poner unos); y un potencial punto conflictivo de enorme envergadura en el sudeste de Asia con el tema de Taiwán. Yo diría que hay unas condiciones estructurales; unas condiciones precipitantes; y unas condiciones catalizadoras que pueden llevar a una gran confrontación.
—Veamos en detalle estas condiciones.
—Las condiciones estructurales tienen que ver con que estamos viviendo la primera transición de poder en la historia de la humanidad con armas atómicas. Entonces tenemos la novedad de una potencialidad destructiva inédita en la historia del ser humano. Y tenemos otra novedad, y es que esta es la primera gran transición con un actor y una región, no solamente China, sino toda Asia, que tiene que ver con Oriente. Son otras dimensiones culturales y civilizacionales. Pero lo que hacemos por nuestro sesgo occidentalista y por nuestro desconocimiento, es asumir que va a ocurrir lo mismo de siempre. Entonces hay una propensión de que esa transición sea mal manejada por la ausencia de factores moderadores.
—¿Cuáles serían estos factores moderadores?
—Que funcione el multilateralismo. Que haya líderes con una enorme capacidad y vocación de negociación diplomática.
—Ambos elementos parecen escasear en este momento.
—Entonces hay condiciones estructurales que pueden llevar a una gran confrontación.
—¿Pueden encontrarse analogías entre el momento actual y otros momentos del pasado? Pienso por ejemplo en las tensiones que condujeron a la Segunda Guerra Mundial.
—En el proceso que va entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, yo diría que ahí hay algunas analogías para pensar. Primero: el colapso de la democracia entre 1926 y 1942. Se van deteriorando las democracias a tal punto que en 1942 hay en el mundo solamente 12 democracias. Segundo: creciente malestar social derivado de problemas económicos agudos. La crisis financiera del 29-30 y sus consecuencias. Tercero: crecimiento del militarismo. Grandes carreras armamentistas. Grandes presupuestos en defensa. Cuarto: fracaso de la institucionalidad existente. La Liga de las Naciones es inadecuada para resolver cualquier problema particular. Sin extremar esto, porque no es idéntico, pero ahora también estamos viendo un debilitamiento y una regresión en la democracia. Estamos viendo un crecimiento enorme de los presupuestos militares aún antes de la invasión rusa a Ucrania. Estamos viendo un creciente malestar social por el debilitamiento del estado de bienestar, los problemas de inequidad e injusticia. Y estamos viendo una erosión notable de Naciones Unidas que hoy es prácticamente incapaz de resolver cualquier conflicto que tenga que ver con la paz y la seguridad. Entonces, ojo con las condiciones precipitantes. Si les sumamos las condiciones estructurales, tenemos condiciones precipitantes inquietantes.
—Quedan las condiciones catalizadoras. La chispa que podría encender la conflagración.
—¿Qué nos dice la literatura de las relaciones internacionales sobre las condiciones catalizadoras? Siempre, al final del día, hay dos cuestiones que catalizan esa guerra. Uno: problemas territoriales irresueltos. Dos: errores de percepción y de cálculo. Ucrania es un ejemplo de eso. La acción de Rusia y de Occidente es un ejemplo de eso. Combina temas territoriales y errores de percepción, y potencialmente Taiwán puede encerrar lo mismo. Entonces, si hago el listado final —condiciones estructurales, condiciones precipitantes y condiciones catalizadoras— es allí donde trato de sugerir que parece que estamos viviendo un tiempo donde hay un cansancio, una fatiga, con la paz y que tenemos muchos elementos que nos parece que nos están impulsando hacia una grave crisis internacional. Aunque cualquier confrontación, cualquier disputa, en el fondo, también es resultado de la acción social y política histórica.
—En el libro hace mucho hincapié en no resignarse a la inevitabilidad de la guerra. Es decir, estas condiciones no tienen que necesariamente desembocar en un conflicto.
—Exactamente. Intento advertir ciertamente de este panorama, a mi modo de ver, inquietante. Pero todavía hay mucho que se puede hacer. No solamente de parte de los Estados. También de parte de la sociedad civil internacional. Este es un dato fundamental.
—Su libro plantea que el posible fin de la hegemonía occidental global es una fuente de tensiones. Observamos que las naciones del Sur Global están adoptando posturas más firmes y expresando abiertamente sus críticas hacia Occidente, señalando la contradicción entre el discurso occidental de un mundo basado en reglas y sus propias transgresiones de estas normas. ¿Cuál es su perspectiva sobre esta situación?
—Son reglas que desde hace mucho tiempo son selectivas. Lo que pasa es que ahora el Sur Global tiene una capacidad de voz y de influencia distinta. Yo creo que la guerra de Kosovo fue un parteaguas. Fue definitivamente un parteaguas en la erosión de este mundo basado en reglas que Occidente gestó pero que Occidente también debilitó con su comportamiento. Me parece que mucho del malestar del Sur Global obedece a la manipulación del derecho, a la manipulación de los compromisos, a la tergiversación, el oportunismo, a las razones de política doméstica.
—El conflicto en Gaza puso de manifiesto esta postura crítica de manera contundente. Los votos en la ONU revelaron un Sur Global que respalda la causa palestina y se mostró reticente a condenar las acciones de Hamas con la misma intensidad que las de Israel. ¿Cómo interpreta usted esta respuesta diferenciada de la comunidad internacional?
—Si yo tomo Gaza y trato de entender al sur Global frente a Gaza, transitamos una serie de momentos en los cuales hubo ocasión por lo menos de evitar esta catástrofe terrible. Recuerdo que al principio, después del condenable y atroz acto de Hamas en el sur de Israel, uno de los temas que muy rápidamente se instaló fue el la proporcionalidad. Con toda la tradición histórica de la guerra justa. El ius in bello y el ius ad bellum. Y había voces que decían que el tema de la proporcionalidad, cualquiera fuese la acción que Israel iba a tomar, debía ser considerada, en el sentido, además, de que había un pleno derecho a la autodefensa legítima por parte de Israel. Pero muy rápidamente, apenas se esbozó ese tema, se descartó. Se dijo: este caso no admite proporcionalidad. Entonces ya dejamos de lado la proporcionalidad clásica que el derecho internacional humanitario ha logrado construir en siglos de redacción, de articulación de tratados, de compromisos. Viene un segundo momento en el cual está el tema de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. En la dirección de buscar hasta qué punto estos principios básicos pudieran aplicarse. En un caso [el de Hamas] más claramente. Pero también en el nivel de respuesta de parte de Israel. Y rápidamente ese tema desapareció. Se dijo: no hay ninguna equivalencia. No son lo mismo.
—Eso termina con la denuncia de Sudáfrica a Israel en la Corte Penal Internacional.
—Claro, después terminamos con Sudáfrica llevando esto más arriba todavía, diciendo “esto es un genocidio”. Pero ¿cómo fue que, colectivamente en el sistema internacional, llegamos a este punto? ¿Cómo se puede acusar de genocidio a un país cuyo pueblo vivió el Holocausto? Pero esto sigue después. Y siguen con resoluciones de Naciones Unidas [sobre el cese el fuego] que nadie cumplió. Entonces estamos en un punto en el cual, si no volvemos a algunos principios de legalidad acordados ya no será un mundo hobbesiano, sino será algo peor que un mundo hobbesiano. Hay un problema colectivo.
—Cuando hablábamos de los elementos que pueden conducir a una conflagración bélica citó a la necesidad de que haya líderes con gran capacidad diplomática. En este sentido, ¿Qué implicaciones puede tener el regreso de Trump a la Casa Blanca? ¿Hay un riesgo ahí?
—En el epílogo yo hablo de que este texto refleja una perspectiva. Como parte del Sur Global. Como parte de América Latina, como parte de Sudamérica, como parte del Cono Sur y como parte de Argentina. Desde donde yo veo el mundo y donde trato de incorporar qué es lo que pasa en Occidente, qué es lo que pasa en Oriente, qué es lo que pasa en las grandes potencias. Pero yo no habito ahí. Yo habito acá. Entonces debo pensar desde acá. En ese sentido, lo primero que pienso de Trump es que en el 2018 nos hizo recordar a todos en América Latina, en su alocución en Naciones Unidas, que la doctrina Monroe es la doctrina de Estados Unidos. Sigue vigente. Entonces, ¿qué va a significar eso para nosotros en América Latina? Un tremendo, hasta terrible, dolor de cabeza. En materia migratoria. En materia de proteccionismo de los intereses de Estados Unidos. En materia de cómo combatir el fentanilo y cómo usar los militares respecto a México. Una revancha respecto a Venezuela por aquello que no logró [en su primer mandato]. Para nosotros en América Latina puede ser un tremendo dolor de cabeza.
—¿Y para Argentina? Muchos analistas dicen que el Gobierno argentino apuesta a una victoria de Trump, que podría tenderle la mano en cuestiones como la relación con el Fondo Monetario Internacional.
—Para Argentina no creo que sea la panacea. Me parece que esa es una ilusión, una ilusión óptica. Pero veremos.
—¿Y para el resto del mundo?
—Diría que Trump es alguien que tiene un mapa del mundo, que trató de ilustrar en su primer gestión y que va a volver reforzado. ¿Qué fue el Trump global? Fue un Trump que buscó limitar la sociedad entre Rusia y China. No creo que él quisiera cooptar a Rusia o tuviera la expectativa de que la Rusia de Putin fuera cooptable. Habrá que ver también qué sabe Rusia de Trump, que nosotros no sabemos. Pero lo cierto es que su objetivo estratégico era China. Eso va a volver reforzado. Por otro lado, es probable que el tema Ucrania lo deje librado a Europa. Que Europa se encargue.
—Como ya viene diciendo.
—Como ya viene diciendo. Eso le puede dar, paradójicamente, más capacidad de negociación a Estados Unidos. En el tema de cómo desactivar ese conflicto puede potencialmente existir un interés compartido o compartible entre Washington y Beijing. Pero con el propósito de Trump de ir por China. Por otro lado, en Medio Oriente es alguien que mostró una férrea defensa de Israel. No se sentiría incómodo con [el primer ministro israelí] Netanyahu. Y si el programa iraní en materia nuclear avanzara, delicadamente sería alguien que no objetaría una acción preventiva sobre Irán. Todo esto lo digo en función de su primera gestión. Estados Unidos se fue del acuerdo nuclear. Y trasladó la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Hizo muchas cosas en esta dirección. Por otro lado, este es un Estados Unidos militarmente muy potente, pero también muy agrietado.
—En el libro hace referencia al concepto de asabiyah del pensador árabe Ibn Jaldún, esa idea del sentido de pertenencia, cohesión, solidaridad. Algo que pareciera estar perdiéndose en EEUU. Las divisiones son evidentes si miramos la campaña electoral actual. En el libro dice: “Son los propios estadounidenses los que están agrietando los cimientos del poderío del país”.
—Estados Unidos tiene unos problemas internos brutales, fenomenales. Ese sentido de pertenencia, ese sentido de cohesión, ese sentido de solidaridad que es doméstico, no tiene que ver con cuánto creció China. Es el problema mayor que tiene Estados Unidos.
—Y es algo que también los adversarios de Estados Unidos buscan aprovechar e incluso profundizar.
—Por supuesto, y que van a buscar todos los vectores posibles para que eso se exacerbe, se motorice más. Por supuesto que sí. Del resto vemos también, y me lo imagino con Trump otra vez, una salida de muchos contingentes militares de Estados Unidos, por ejemplo del Comando africano. En ese sentido, podríamos ver otra vez un Estados Unidos más insular, más metido con sus intereses privilegiados, nacionales, diferentes al resto del mundo. Una retracción semejante al aislacionismo de la Primera Guerra Mundial.
—Volviendo a América Latina. En el libro dice que para la región las elecciones en Venezuela son tan importantes como las de Estados Unidos para el mundo. ¿Por qué es tan importante la elección venezolana para América Latina?
—En Venezuela se juegan muchas cosas. Se juega no tanto la proyección de China, sino la molestia que suele tener la proyección militar de Rusia, quien a su vez puede usar ese tema para una eventual negociación en Ucrania. En un mundo en el cual los hidrocarburos siguen siendo relevantes y Estados Unidos quiere mantener sus reservas de petróleo, el sitio más cercano y seguro es Venezuela. Y por lo tanto, mucho de lo que vimos recientemente de morigerar alguna de las sanciones tiene que ver con eso. También tenemos el revanchismo de Trump, que en su primer mandato estaba obsesionado con derrocar a Maduro. Todo eso puede convertir a Venezuela en un lugar de extremada atención y que su realidad, hasta ahora local o regional, puede internacionalizarse negativamente. Esto es lo que percibo potencialmente que puede suceder.
—Esto si gana el chavismo otra vez, lo cual según todas las encuestas parece poco probable. ¿Y si gana la oposición?
—Si ganase la oposición, la situación va a ser bien distinta. Habrá que ver qué tipo de transición se maneja. Sabemos que en estos días hay una negociación en curso entre el Gobierno de Venezuela y el Gobierno de Estados Unidos. Sabemos que hubo un acuerdo bilateral en Qatar y que tenía que ver con el sistema de sanciones. No sabemos qué es lo que ahora se está negociando, si es una negociación para un modus vivendi con Maduro o si es una negociación para un modus vivendi con un triunfo de la oposición y el chavismo siguiendo controlando el Legislativo, que de hecho es eso también. Y en medio de todo esto, el papel de los militares, el sistema de sanciones, etcétera. Es decir, no conocemos el paquete completo de esa negociación, pero algo va a suceder, y por eso es tan importante lo que pasa en Venezuela para la situación de Colombia, por ejemplo. Esto es esencial para un proceso de posconflicto en Colombia que sigue teniendo muchos componentes de conflictividad y pocos de paz.
—Otros dos sucesos electorales recientes fueron las elecciones francesas y británicas. Un capítulo del libro está dedicado al surgimiento de las nuevas derechas globales, que califica de “Internacional reaccionaria”. ¿El resultado de las elecciones británicas y, sobre todo, francesas muestran un posible camino para que las fuerzas democráticas y progresistas puedan frenar el avance de estas fuerzas?
—Las elecciones que hubo en el Reino Unido y en Francia tienen un valor simbólico importante. Primero para Europa. Y segundo, para la democracia en términos generales. Me da la impresión que, en el caso francés, estamos a la expectativa de la decisión de quién va a ser Primer Ministro. Yo presumo que no va a ser [el líder de La Francia Insumisa] Jean Luc Mélenchon. Sería lógico que fuera alguien del Partido Socialista. También sería lógico que la agenda de acción política y de política pública sea propositiva. Es decir, cumplir aquellas promesas que aparecieron en campaña de poner impuestos a los ricos, de cuidar el trabajo de los franceses, de lograr la convivencia que hoy es esencial en el país. Que haya reformas que estén en sintonía con lo que la gente demanda.
—Ese es el desafío.
—Ese es el desafío mayor. Porque otra frustración sería un regalo para las versiones más ultramontanas de la ultraderecha.
—Sí, y en un contexto en el que en los últimos años, las fuerzas socialdemócratas y progresistas pasaron a ser percibidas por muchos electores como defensoras del status quo.
—Sí, los socialdemócratas y los socialistas en Europa en un momento dado adoptaron el programa conservador clásico. Hubo una primera fase en la cual se fortalecieron los gobiernos conservadores o de derecha. Más claramente, después de la crisis financiera del 2008-2010. Ahora tenemos una segunda ola de avance de la derecha, ya no conservadora sino ultra o extrema, y es producto de la frustración acumulada de gestiones en las cuales ni siquiera la derecha clásica ha podido responder positivamente a las demandas sociales y económicas de la sociedad. Entonces, es un test. Si esto fracasa en Francia y también en el Reino Unido: “Houston, we have a problem”.
La política exterior argentina: “La agenda personal de Milei resulta más importante que los intereses nacionales”
Consejos no solicitados sobre política internacional también ahonda sobre sobre la política exterior del actual gobierno argentino, con una crítica del dogmatismo y una invitación a seguir un pragmatismo sensato en las relaciones del país con el resto del mundo. Unos temas a los que Tolkatlian volvió en la entrevista.
—¿Cómo valora las decisiones del presidente Milei de no acudir a la cumbre del Mercosur y de retirarse de los BRICS?
—La decisión de no ingresar al BRICS es elementalmente ideológica y dogmática. Es una oportunidad perdida para Argentina de estar en una mesa donde parte de su agenda podría ser abordada, aunque haya diferencias con algunos miembros. Hay un dicho anglosajón muy revelador que dice: “O estás sentado en la mesa o formas parte del menú”. Esta decisión de no estar en la mesa no parece coherente con una Argentina que quiere abrirse al mundo y quiere oportunidades comerciales, financieras y de inversión. En cuanto al Mercosur, forma parte de un patrón más amplio. Milei ha mostrado poco interés en los foros multilaterales, saltándose la reunión de la CELAC y asistiendo a regañadientes al G7. Parece preferir los entornos en los que puede pronunciar discursos y obtener reconocimiento personal, como sus viajes a Estados Unidos o las conferencias con grupos afines. Al descreer del rol del Estado, vuelve, si se quiere, a una etapa pretérita, muy antigua, donde existía la voluntad del príncipe, pero no el interés nacional. Ciertamente hay una sensación de que su visibilidad internacional personal y su agenda personal resultan más importantes que los intereses nacionales.
—Critica mucho el dogmatismo en la política internacional e insta a ser pragmáticos.
—Lo dogmático quiere decir que no hay un análisis costo-beneficio inclusive que permita ponderar y decir cuál es la conveniencia o inconveniencia de tal decisión. Voy a dar pequeños ejemplos mínimos. El año de mayores exportaciones de Argentina fue 2022 con un récord de más de 85 mil millones de dólares. 8 de cada 10 USD provenientes de esas exportaciones vinieron del mundo no occidental. Medio Oriente, Asia. No solamente China. El comercio en ese año con la India, por ejemplo, fue un intercambio de 6 mil 400 millones de dólares. Mientras con España fue de 3 mil millones de dólares. El mundo no occidental hoy es mucho más gravitante que hace 40 años o 50 años. Entonces tendría mucho más sentido que sus interacciones fueran en esa dirección, que impulsara un perfil más activo de la Argentina, de sus exportadores, de su cultura, de su innovación, de la adquisición de tecnología mirando al mundo no occidental. Sin embargo, las preferencias personales de Milei, y las acciones acompañadas de sus preferencias, están centradas prácticamente solo en Occidente y en particular en dos países: Estados Unidos e Israel. Hay otros 191 países que no parecen estar en su radar de interés.
—Destaca que América Latina posee oportunidades significativas en los ámbitos de la paz, los recursos minerales y la biodiversidad. Considerando este potencial, ¿existe la posibilidad de que Argentina no logre capitalizar estas ventajas? ¿Qué factores podrían llevar a un desaprovechamiento de estas oportunidades por parte del país?
—Sí, existe un riesgo real. Argentina tiene una fuerte tradición de compromiso con la paz, ejemplificada por sus dos premios Nobel de la Paz, Carlos Saavedra Lamas (el primero latinoamericano) y Adolfo Pérez Esquivel. Sin embargo, las recientes votaciones sobre el cese de hostilidades en Gaza muestran que Argentina se está distanciando de esta tradición y de otros grandes países latinoamericanos. En cuanto a la energía y los minerales, aunque se han realizado importantes inversiones en litio y Vaca Muerta sin necesidad de incentivos especiales como el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), existe el riesgo de gestionar mal estas oportunidades. Es crucial equilibrar el desarrollo económico con las preocupaciones medioambientales y los intereses de las comunidades locales. En cuanto a la biodiversidad, Argentina fue una vez líder en cuestiones medioambientales, pero la postura antiambientalista de Milei está cediendo este espacio a líderes como Boric, Petro y Lula. Ellos son ahora las principales voces que negocian con el norte global en temas como la transición energética, mientras que Argentina está perdiendo su voz antes influyente en estas discusiones. Hay unos espacios que se están cediendo y que no son fácilmente recuperables. Y que pueden colocar a la Argentina en un lugar cada vez más incómodo en el mediano y largo plazo.
—En el libro habla además de la “regla de oro” en las relaciones internacionales de no importar conflictos. ¿Existe el riesgo de que Argentina se involucre en conflictos exteriores bajo el alineamiento de Milei con EEUU e Israel y movimientos como el ingreso en el Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania?
—La posibilidad de importar y pagar el costo de conflictos exteriores ha crecido desproporcionadamente. No estoy diciendo que vaya a ocurrir algo dramático. Pero Milei ha definido una parte importante de su política exterior en términos explícitamente antagónicos: antichina, antipalestina, antirrusa y antiiraní. Este enfoque es totalmente inadecuado y potencialmente muy costoso para un país económicamente vulnerable y socialmente polarizado. Es un riesgo muy alto. Es un riesgo innecesario. Por ejemplo, unirse al grupo de apoyo a Ucrania liderado por Estados Unidos en este momento probablemente será percibido negativamente en Moscú. Del mismo modo, la firme postura proisraelí, incluidos los planes de trasladar la embajada a Jerusalén, corre el riesgo de alienar a los países árabes que tradicionalmente han apoyado a Argentina en cuestiones como el conflicto de las Malvinas. Las diplomacias suelen tener un disco duro, suelen tener una memoria. Por otro lado, estoy persuadido, aunque no puedo probarlo empíricamente, de que ni Washington ni Tel Aviv le piden tanto al Gobierno. Es casi un exceso. Es algo desproporcionado. En esta mirada del presidente influye además algo que ya había surgido en Argentina durante la última dictadura militar y que ahora reaparece, aunque con una novedad: el peso gravitante de la religión, en este caso invocando una pertenencia a una versión extrema y ultra conservadora del judaísmo.
—También menciona cómo instituciones en Brasil y EEUU han contenido decisiones polémicas en el ámbito internacional durante las presidencias de Bolsonaro y Trump. ¿Existen mecanismos similares en Argentina? Y si es así, ¿están funcionando con el gobierno actual?
—Efectivamente, en Brasil y EE.UU. hemos visto cómo la Cancillería y el Departamento de Defensa, respectivamente, han logrado moderar o limitar ciertas acciones presidenciales (el traslado de la embajada a Jerusalén en el caso brasileño y una intervención en Venezuela en el estadounidense). En Argentina, sin embargo, percibimos un debilitamiento de estos resortes institucionales. Algunos funcionarios no contienen al presidente porque están de acuerdo con él, otros por temor a perder su posición, y otros porque sus argumentos no encuentran eco. La oposición, en lo que respecta a los temas internacionales, también muestra un nivel de silencio y resignada aceptación muy sorprendente. El resultado es una falta de limitación institucional frente a un estilo hiperpresidencialista.
Fotos: Diego Barbatto