Nataliya Gumenyuk, periodista ucraniana: “La ocupación rusa es la violencia por la violencia, por eso no podrá sostenerse”

La cofundadora de The Reckoning Project habló con Infobae sobre la denuncia por tortura presentada contra las tropas de Putin por un ciudadano ucraniano en Argentina

Guardar
La periodista Nataliya Gumenyuk, cofundadora
La periodista Nataliya Gumenyuk, cofundadora y líder de The Reckoning Project

Un grupo de enfermeras enfrentándose a los soldados rusos en el hospital de una zona ocupada. Los habitantes de una aldea encerrados y hacinados durante un mes en el sótano de una escuela. El jefe de un pueblo organizando la resistencia. Un padre buscando a sus hijos secuestrados por los rusos. Son algunas de las historias recogidas y contadas por The Reckoning Project, un proyecto de reporteros, analistas y abogados internacionales y ucranianos que busca recopilar y documentar los crímenes de guerra rusos.

El proyecto es liderado por su confundadora Nataliya Gumenyuk (Birobidzhán, 1983), una periodista ucraniana especializada en política exterior y conflictos. Gumenyuk estuvo en Buenos Aires entre marzo y abril para presentar algunas de las investigaciones más impactantes realizadas junto a su equipo. En la capital argentina, Gumenyuk también acompañó la presentación de la denuncia de un ucraniano torturado por las tropas rusas, en un intento de exigir responsabilidades por presuntos crímenes de guerra bajo el principio de jurisdicción universal. La denuncia, el primer caso sobre crímenes de guerra de las tropas de Vladimir Putin presentado fuera de Europa y Estados Unidos, fue noticia mundial.

De esto, de la vida cotidiana y la situación política en Ucrania a dos años de la invasión a gran escala de Vladimir Putin, Gumenyuk conversó con Infobae.

—¿Cómo fue la decisión de presentar este caso en Argentina?

—Hicimos una larga investigación para ver qué países contaban con la jurisdicción universal. Y también queríamos que la investigación fuera sobre la tortura. Argentina tiene una historia especial en tema de derechos humanos y también una ley sobre la tortura, incluyendo la electrocución. Así que todo va junto. Pero más allá de eso, queríamos trasmitir la idea de que esto no es algo solo de los europeos, que no es sólo cosa de Europa del Este. Estas cosas no deben ser toleradas en ningún lugar. Y cuanto más tiempo hablamos con diferentes especialistas, inclusive en Argentina, más claro teníamos que en realidad queríamos presentarla fuera de Europa. En Argentina todo el mundo fue muy abierto y nos alentó.

—¿Contaron con la colaboración de las autoridades argentinas para presentar la denuncia?

—No, esperamos una investigación objetiva. Creemos en la independencia de la justicia argentina. Así que realmente no buscamos el apoyo del gobierno. En lo que respecta a los crímenes de guerra, creo que es tan evidente que es algo malo que puede incluso unir y ser entendido por mucha gente, sin importar el gobierno o los cambios políticos del momento.

Nataliya Gumenyuk (derecha) junto al
Nataliya Gumenyuk (derecha) junto al ucraniano que afirma haber sido torturado por las fuerzas rusas y Tsvetelina van Benthem, jurista de la Universidad de Oxford y asesora jurídica principal de The Reckoning Project, tras presentar la denuncia en Buenos Aires. (REUTERS/Agustin Marcarian)

—Hablemos de la situación política ucraniana. ¿Cuál es actualmente el nivel de apoyo del gobierno de Volodimir Zelensky?

—Ucrania es como cualquier país democrático normal. No está tan polarizado como otras sociedades, pero es muy diverso, con un debate político muy fuerte. La guerra, especialmente en el primer año, hizo que se unieran personas que nunca se habían hablado. Luego regresó la vida política normal. Hay debates. La oposición siempre estuvo ahí. Hay cada vez más críticas, pero más o menos de la gente que solía hacerlas. La oposición a Zelensky no fue tan dura durante el primer año [de guerra] porque pensaban “quizá ahora no sea el camino correcto”. Pero ahora las cosas volvieron más o menos a ser como en los tiempos en que fue elegido. Sigue siendo muy popular, pero hay una minoría muy ruidosa en contra. Como periodista, creo que es sano. Disfrutamos del momento de unidad, pero sabíamos que no podía durar mucho. Hoy tenemos una unidad emocional muy espontánea. Para la sociedad ucraniana, ahora se trata de mantener una unidad muy pragmática con los adversarios y con la gente porque no podemos permitirnos pelearnos entre nosotros.

—¿Ha impactado la destitución de una figura popular como el ex jefe del ejército Valerii Zaluzhny?

—Zaluzhny era un general popular. La destitución fue porque no podían trabajar juntos, la toma de decisiones estaba un poco atascada. Pero mi preocupación era otra. ¿Afectaría a la situación política? ¿Crearía algún tipo de protesta? Durante los últimos meses estaba esperando. Era como el matrimonio de tus padres: no quieres que se divorcien, pero sabes que no se llevan bien juntos. Así que debía solucionarse. Y creo que la forma en que se manejó estuvo bien. Porque demostró que la lealtad al Estado como tal es más importante. Ahora fue enviado como embajador al Reino Unido. Quizá no fue mala idea. La destitución para mí fue una buena señal de que tal vez nosotros, como sociedad, hemos madurado.

—En ocasiones Vladimir Putin habla de su voluntad de llegar a un acuerdo en el conflicto. ¿Es real esta voluntad del jefe del Kremlin o hay que advertir a Occidente al respecto?

—En los últimos ocho años antes de la invasión a gran escala estuve informando sobre las negociaciones de paz en el Donbás. A veces crees que hay señales. Puede que no sean públicas, pero las hay. Ahora no hay ninguna señal. Los generales rusos están realmente extasiados. Ellos están a la espera de que Trump sea elegido. Están a la espera de que Ucrania acabe sus municiones. Atacar Kiev para retomar Kharkiv. Rusia quiere ganar tiempo. Y usar ese tiempo para tratar de evitar las sanciones y recuperarse. Los rumores sobre conversaciones proceden normalmente de la parte rusa y de algunos expertos occidentales, pero no son algo real. La oferta es la ocupación incondicional. Entiendo que Occidente hay un deseo para lograr [un acuerdo], pero creo que es poco realista, hay algo de wishful thinking.

—¿Cómo es la vida cotidiana en este momento en Ucrania, más de dos años después del comienzo de la invasión a gran escala?

—La vida cotidiana muestra que los seres humanos pueden adaptarse a todo. Gracias a la defensa aérea en Kiev, podemos vivir una vida casi normal. Pero en otras ciudades, como en Kharkiv, que está demasiado cerca de la frontera rusa, no pueden tener esta defensa aérea. Pero en general, los restaurantes están funcionando. Las escuelas están ahí. El transporte está ahí. La gente va al trabajo todos los días. Es un poco esquizofrénico, porque los ataques son cansadores y te vuelves descuidado y empiezas a volverte muy fatalista de que te puedan pasar cosas. Tal vez te vuelvas demasiado descuidado, pero aún así necesitas llevar una vida normal.

Personas sentadas en un parque
Personas sentadas en un parque junto a erizos antitanque en Kiev. (AP Foto/Bernat Armangue).

—Presentando uno de los documentales de The Recoking Project dijo que muchos ucranianos conviven con un sentimiento de culpa.

—Uno siempre piensa que necesita hacer más, que necesita hacer algo. Porque con los soldados en las trincheras ¿cómo puedes permitirte disfrutar de tu vida? Así que estás constantemente un poco consumido por lo que puedes hacer. Es complejo de entender. Tenemos nuestro país. Todavía está ahí. Sigue funcionando. Y tenemos que defenderlo. Porque si no lo hacemos, viviremos con la culpa de haberlo traicionado. Estamos determinados. Y no nos sentimos abatidos porque seguimos luchando y tenemos la esperanza de poder ganar. El hecho de que este siga siendo nuestro país, nos da fuerza y aguante. No me imagino el sentimiento de culpa si uno se fuera del país y lo abandonara todo.

—Algo que queda claro en los trabajos de The Reckoning Project es que Ucrania está librando una lucha por su misma existencia, la de su pueblo y cultura.

—Absolutamente. Creo que hemos sobrevivido durante generaciones en condiciones muy difíciles y ahora tenemos nuestro propio país, que funciona, es democrático y puede defenderse. ¿Por qué no deberíamos luchar? Tenemos dos alternativas. La primera, es la buena vida que teníamos antes de la invasión rusa. Pero también sé que hay otra alternativa, que también es real. Está en Kherson, está en Donetsk. Está en Berdyansk, está en Mariupol. Es una realidad horrible. Y no es teórica.

—¿Cómo es la vida en los territorios ocupados, según sus investigaciones?

—Algunos de nuestros reporteros son originarios de los territorios ocupados, lo que hace que la comunidad confíe en ellos. Así que sabemos lo que está pasando. Sabemos que hay personas en centros de detención ahora. Hay gente encerrada en sótanos. Con ser un hombre en edad de servir puedes ser detenido. Hay un estado de miedo y represión. La gente desaparece. Y los jóvenes no tienen nada que hacer porque las empresas también son tomadas y asaltadas. Hay faltante de productos. Realmente se vive bajo un régimen militar y no hay futuro. Lo llamativo es que los rusos ni siquiera quieren imponer una ideología en particular. Es realmente el uso de la violencia por la violencia, sin motivos reales. Por eso también creemos que esta ocupación no puede sostenerse.

Una mujer camina por su
Una mujer camina por su barrio frente a los bloques de apartamentos destruidos en Mariupol, la ciudad símbolo de la brutalidad rusa en el este de Ucrania (REUTERS/Alexander Ermochenko)

—La opinión común es que ucranianos y rusos eran, históricamente, pueblos hermanos. Hay familias y amistades ruso-ucranianas. Muchas personas en Ucrania hablan ruso como primer idioma. ¿Las heridas que se abrieron por este conflicto podrán ser curadas algunas vez?

—En lo que respecta a la lengua, el ruso era el idioma del imperio. Es natural que mucha gente hable ruso. Pero hablar español no te hace parte de España. Geográficamente, por supuesto, compartimos la frontera y hubo diferentes momentos. Es cierto que el Imperio Ruso intentó reprimir a Ucrania, pero la relación con la gente fue normal en las últimas décadas. Sin embargo, ahora entiendo que había arrogancia hacia los ucranianos por parte de los rusos. Como mirando de arriba hacia abajo. Creo que para los ucranianos, la invasión fue una traición. Y el comportamiento de los rusos también fue una decepción. ¿Por qué no se arriesgan? ¿Por qué se escapan y fingen que no hay guerra? Este tipo de cobardía de la sociedad rusa a ponerse de pie es quizás la decepción más grande.

—Usted es también la fundadora y directora ejecutiva del Public Interest Journalism Lab. ¿Cuál es el estado de salud del periodismo ucraniano?

—Hay una censura activa, la censura militar, que es realmente la única limitación. No se puede reportar sobre los objetivos militares, per sobre todo lo demás sí. Se puede cuestionar el presidente, el Ejército, hubo investigaciones sobre funcionarios del gobierno actual. El periodismo está vivo. Me gustaría que hubiera un entorno más saludable y más seguro. Pero aún así, todo es relativo, porque el mayor peligro para los periodistas sigue siendo el ejército ruso.

—¿Por qué es tan importante contar contar las historias de las víctimas de la ocupación rusa?

—Lo que hacemos con The Reckoning Project es grabar entrevistas muy largas y detalladas con los sobrevivientes, de una manera muy neutral. Y estas entrevistas pueden ser usadas por los fiscales para sus investigaciones. Quizás más adelante se utilicen también para hacer películas, para la cultura. Y para preservar la memoria y combatir el negacionismo de la propaganda rusa, que niega a los ucranianos el derecho a ser víctimas. Cuanto más trabajo en este proyecto, más entiendo eso. Para muchas de las víctimas es realmente importante que su historia sea contada. También creo que estas historias pueden ser universales: cuando veas lo que dicen las víctimas, entenderás que no hay forma de justificar esta invasión.

Guardar