En un intento que quizás haya salido directo de un capítulo inédito de “Las Crónicas del Desastre” o “Manual para Organizar Eventos y Fracasar en el Intento”, una promesa de experiencia inmersiva de Willy Wonka en Glasgow, Escocia, se desinfló tan trágicamente como un globo en manos de un niño con alfileres. La fábrica de chocolate, ese santuario de sueños azucarados y ríos de chocolate, se convirtió, oh sorpresa, en un oscuro y casi desnudo almacén que provocó la ira de padres hasta el punto de llamar a la policía.
Digamos que Stuart Sinclair, ese pobre alma en pena, padre dedicado y evidentemente masoquista automovilístico, cargó con sus tres retoños y sus ilusiones a cuestas, emprendió un viaje de dos horas y vació su billetera hasta los USD 44 por cabeza, según CBS News, solo para encontrarse con la nada, envuelta en pura decepción. Y, ojo al dato, ni un mísero grano de cacao rondaba el lugar.
“(No ver nada de chocolate) esa fue la peor parte”, lamentó el hombre en declaraciones para CBS News, mientras, imaginamos, en su cabeza se reproducía el requiem más sombrío.
Ahora, hablemos de la Casa de los Iluminati (sí, así como lo leen, y no, no parece que vayan a tomar el control del mundo con eventos así). Este ente, promotor del evento que causó desencanto masivo, emitió una disculpa más vacía que su propio show y prometió reembolsos que, en palabras de Sinclair, aún son tan intangibles como la propia experiencia prometida.
Del lado de los actores, ese grupo valiente que dio la cara -o mejor dicho, la vestimenta- en este naufragio, tenemos a Paul Connell, el Willy Wonka farsante, quien visiblemente confundido confesó a la BBC que no era lo que esperaba. Reveló además que fue contratado un jueves para aprender 15 páginas de lo que parece haber sido un desvarío generado por IA, lo cual nos hace preguntarnos qué tipo de magia negra esperaban conjurar en tan corto tiempo.
Resulta que la experiencia dio un giro de 180 grados cuando los visitantes, indignados, optaron por llamar a la policía y la Casa de los Iluminati decidió entonces cancelar el barco a medio hundir.
Mientras tanto, en algún rincón oscuro de Glasgow, niños lloraban desconsolados, vestigio vivo de una promesa de ilusiones ópticas, fuentes de chocolate y dulces que se esfumó tan rápidamente. Eva Stewart, una joven de 19 años, describió el espacio como un almacén abandonado y vacío, un golpe duro para los que esperaban ser transportados a otro mundo de fantasía.
Es cómico -si tu humor tiende hacia lo negro- cómo la Casa de los Iluminati actualizó su estatus a “vergonzosamente arrepentidos” prometiendo reembolsos completos, mientras aseguraban, en un ejercicio de optimismo trágico, que habían planeado un evento fabuloso. Como si las buenas intenciones pudiesen compensar la falta de todo lo prometido.
Matthew Waterfield, de Box Hub, el espacio fúnebre que albergó este espectáculo de desilusiones, se distanció hábilmente de cualquier responsabilidad, aclarando que ellos solo proporcionaron el espacio, como quien dice: “Yo solo pasaba por aquí”.
Y mientras Glasgow City Council recibe quejas formales y la policía de Escocia se pregunta, probablemente, en qué momento se convirtió en árbitro de conflictos de entretenimiento fallido, uno no puede hacer más que reflexionar sobre las ironías de este fracaso monumental.
En fin, para aquellos valientes almas que aún esperan su reembolso, el capítulo podría titularse “Cómo no ser Willy Wonka”, una guía no intencionada pero detallada sobre cómo transformar un sueño de chocolate en una pesadilla logística.
Y para el resto de nosotros, queda el consuelo de saber que, en el peor caso, siempre podemos volver a abrir el libro de Roald Dahl y sumergirnos en la verdadera magia que, lamentablemente, parece ser demasiado elusiva para algunos organizadores de eventos.
(Con información de CBSnews, People y BBC)