Cuando se enteró de que un misil ruso había alcanzado la maternidad del hospital en el que trabajaba, la ucraniana Olena Obodets corrió enseguida hacia allí.
El ataque la semana pasada contra el hospital de Selídove, en el este de Ucrania, mató a una mujer embarazada de 36 años, y a una madre y a su hijo de 9 años.
Unos días después, Olena cuenta a la AFP, con lágrimas en los ojos, la evacuación frenética de decenas de pacientes en un hospital envuelto en llamas.
Selídove está ubicada a 30 km al este de Avdiivka, una ciudad recientemente conquistada por el ejército ruso tras meses de resistencia ucraniana.
Este revés ha avivado la angustia entre los habitantes de la región.
“Oigo a mucha gente en la ciudad preguntarse si van a evacuar o no”, explica Olena, de 42 años, mientras un acre olor a hormigón carbonizado flota en el aire, mezclándose con el ruido de la artillería a lo lejos.
“La gente tiene miedo. Mi hija me pide todos los días que nos vayamos, pero le digo que aún no es el momento”, explica.
A medida que se acercan los combates, la policía se enfrenta a la difícil tarea de evacuar a los civiles de una zona cada vez más peligrosa.
Los ataques y avances rusos han impulsado a la gente a marcharse, explica Oleksandra Gavrilko, portavoz de la policía regional.
“Evacuamos más que nada a civiles que murieron. Transportamos sus cuerpos para que sus familiares puedan enterrarlos”, señala a la AFP.
¿A dónde ir?
Una madre aterrorizada saca algunas de sus pertenencias de su apartamento dañado por los ataques, pero no tiene intenciones de evacuar la ciudad. Su hija, en cambio, dice que quiere marcharse.
La fiscal Olena Osadcha, de 40 años, ya huyó de la ciudad de Donetsk, que cayó en manos de los prorrusos en 2014. Las autoridades le dejaron continuar su trabajo en la ciudad de Dnipró, más al oeste.
“Nos iremos, pero aún no sabemos adónde. No quiero ir a Dnipró. Allí tampoco es seguro”, dice.
El director del hospital en ruinas, Oleg Kiyashko, de 46 años, dice que tras los últimos ataques, una veintena de los 350 empleados que seguían trabajando le anunciaron su intención de abandonar la ciudad.
“Todos estamos pensando a dónde sería mejor ir. Pero si la situación exige que estemos aquí hoy, aquí estaremos. De momento, no me iré”, añade Kiyashko.
“Nadie”
A unos kilómetros de Avdiivka, cerca del pueblo de Progress, las tropas ucranianas están cavando nuevas líneas de defensa.
La última tienda del pueblo sigue abierta, pese a que los bombardeos hicieron estallar los cristales de su escaparate.
Un empleado y el propietario se preguntan cuánto tiempo más podrán mantener el comercio abierto frente al recrudecimiento de los bombardeos y la huida de la población.
“Cuando las cosas se pongan realmente mal, no quedará nadie aquí. Nadie comprará comida”, dice Dmitro Dimitrov, dueño de la tienda.
Fuera, Viktor, un jubilado de 66 años, cuelga todas las botellas de agua que puede en su bicicleta. No hace mucho caso al sonido de los cañones de artillería, pero admite que cada vez son más fuertes y frecuentes.
“Mis vecinos se fueron a Dnipró, pero yo no tengo adónde ir”, dice.
Oleksandra Gavrilko, portavoz de la policía, explica que los mayores, como Viktor, son los más difíciles de convencer para que se marchen. “Quieren morir en su tierra”, afirma.
(Con información de AP)