“Quiero volver e intentar cambiar Rusia (porque) no se van a detener”. Con esa convicción, Alexei Navalny, el principal opositor de Vladimir Putin, murió este viernes en una prisión rusa de máxima seguridad en el Círculo Polar Ártico, bajo condiciones extrañas.
Si bien la noticia tomó por sorpresa a la comunidad internacional y a los mismos rusos descontentos con la gestión de Putin, lo cierto es que era una cuestión de tiempo hasta que esta figura de peso desapareciera del camino del Kremlin.
Navalny, de 47 años, tenía un amplio historial en su lucha contra la corrupción y en favor de los derechos humanos, que explican su firme compromiso con estas iniciativas. Desde un primer momento, cuando era estudiante, participó activamente en movimientos y se sumó al partido político liberal Yabloko. Más tarde, ya graduado y con experiencia en el ámbito del Derecho, se valió de sus conocimientos en la profesión para fundar el Proyecto Anticorrupción -una organización que investiga y expone estas cuestiones en Rusia- que complementó con publicaciones en su blog.
Así, Navalny se convirtió en un referente de las voces opositoras. “Si quiero ser un líder en el país, si quiero luchar contra Putin, tengo que organizar a la gente”, decía convencido de su potencial por derrocar al mandatario y devolver a Moscú el orden democrático.
Inclusive, sostuvo su lucha a lo largo de los años y la adaptó a cada contexto: en 2011 la enfocó a las protestas antigubernamentales por las elecciones parlamentarias fraudulentas y, más tarde, en 2022, la orientó hacia la “operación especial” lanzada sobre Ucrania. “Yo acabaré con la guerra”, prometía.
Asimismo, de cara a los comicios presidenciales a disputarse en marzo, Navalny había contactado a miembros de la oposición en libertad para organizarse y presentar un candidato lo suficientemente fuerte para vencer en las urnas.
Sin embargo, las represalias del Kremlin no tardaron en llegar. En 2013 fue condenado a cinco años de prisión por malversación de fondos -un cargo que siempre negó- y en 2020 hasta fue víctima de un intento de envenenamiento -una de las técnicas preferidas de Putin para eliminar a sus adversarios-. La pericia realizada entonces arrojó la presencia del agente nervioso Novichok, lo que aumentó las sospechas por tener su origen ligado a la era soviética militar.
También, fue víctima de un proceso judicial irregular, cambios injustificados de prisiones, semanas de incomunicación con sus abogados y otro tanto de violaciones que fueron denunciadas en reiteradas oportunidades por su defensa y por activistas de todo el mundo.
Pero todas estas cuestiones no impidieron que el ruso siga firme en su lucha. “Me dedico a la política desde hace mucho tiempo, a menudo me arrestan, es parte de la vida. Hago el trabajo que prefiero, la gente me apoya (...) ¿Qué puede hacer más feliz a un hombre”, dijo tiempo atrás en un habitual tono de ironía con el que solía mostrarse en cada oportunidad que tenía desde la cárcel.
Ahora, la comunidad internacional y la oposición rusa parece convencida a continuar con su legado y hacer lo posible por conseguir justicia por su muerte.
“El régimen ruso es el único responsable. Luchó por los valores de la libertad y la democracia. Por sus ideales, hizo el mismo sacrificio. Los luchadores mueren pero la lucha por la libertad no termina nunca”, escribió el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, mientras el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, apuntó contra Rusia y dijo que tiene “preguntas muy serias que responder”.
Por su parte, su esposa, Yulia Navalnaya, llamó a sus seguidores a no bajar los brazos y prometió que el castigo hacia los responsables “llegará pronto”. “Debemos unirnos y luchar contra este mal, debemos luchar contra este horrible régimen de Rusia”, declaró.