Esta ceremonia, encabezada por el primer mandatario francés Emmanuel Macron, se realiza cuatro meses después de los atentados terroristas contra Israel y el pueblo israelí, que causaron la muerte de 42 ciudadanos franceses.
Allí, el Presidente de Francia pronunció un discurso y ofreció su apoyo y el de la Nación a sus familias.
A continuación, el discurso completo del Presidente Emmanuel Macron:
El patio del Hôtel des Invalides es demasiado pequeño; 4 meses después. Porque somos 68 millones de franceses enlutados por los atentados terroristas del 7 de octubre, 68 millones menos 42 vidas arrebatadas. 68 millones, entre ellos 6 heridos. 68 millones, incluyendo 4 vidas marcadas para siempre por su cautiverio. 68 millones, incluidas 3 vidas aún prisioneras, por cuya liberación luchamos cada día. Sus sillas vacías están aquí, Orion, Ohad, Ofer.
Los rostros de los que han muerto el 7 de octubre nos muestran un espejo, que refleja un poco de nosotros mismos en cada uno de ellos. Un poco de lo que fuimos, de lo que seremos a su edad, de lo que ellos nunca serán.
No tenían ni 20 años. Noya, como Nathan, nunca los tendrán. Sus rasgos que se acentúan, las preguntas que se suceden, Dios, la vida, el mundo, las vacilaciones y la irreverencia, sus miradas como interrogaciones, sus sonrisas en forma de promesa, recuerdo de nuestra propia adolescencia.
No tenían ni 30 años. Avidan, Valentin y Naomi nunca los tendrán. Sus cabezas, llenas de sueños. Estudios de derecho o informática, un trabajo, un gran amor, un compromiso, la fe o el ateísmo, una guitarra, una tabla de surf sobre las olas del Mediterráneo, ideales en el oleaje del mundo.
Estaban en la flor de la vida. Céline, Marc y Elias nunca envejecerán. Sus caminos trazados con esfuerzo, llenos de proyectos, de amigos, en algunos casos de hijos, y esa sonrisa que nunca podrá dejar marcas en sus rostros.
Tenían las sienes grises, pero para Carmela y Jean-Paul nunca se pondrán blancas. Sus voces aún resuenan, en hebreo como en francés, sus voces que por momentos se quebraban, por ternura o por pudor, cuando transmitían antiguas historias, que les habían contado sus propios abuelos.
Sus rostros están ahí, como tantas vidas interrumpidas. Historias familiares que a veces abrían un abismo indecible y donde, como el aroma de la esperanza, el perfume de las colinas de Jerusalén se mezclaba con el de la vegetación de la Île-de-France o el de las callecitas del Viejo Puerto.
El 7 de octubre, al amanecer, lo indecible resurgió de las profundidades de la historia. Eran las 6 de la mañana en el Festival Nova, a pocos kilómetros de la Franja de Gaza, donde, bajo los carteles y el cielo que aclaraba, se terminaban 24 horas de fiesta y de encuentros. Los jóvenes que allí bailaban no sabían que ya estaban en las fauces de la muerte. Autos y motos cargados de armas estaban a punto de caer sobre ellos. Eran las 6 de la mañana y Hamás lanzó su masivo y odioso ataque sorpresa, la mayor masacre antisemita de nuestro siglo. Y en medio de las notas musicales de un lugar festivo estallaron los tambores del infierno. Y los celulares de nuestros hijos, que hasta entonces habían filmado las alegrías de sus vidas, se convirtieron en cajas negras del horror. Estas imágenes nos perseguirán. El cielo lívido surcado de misiles. Las brigadas infernales que invaden el Festival se diseminan por la planicie, luego en los pueblos, derriban puertas, irrumpen en las casas, en las habitaciones, bajo las camas. Las explosiones, los gritos de " ¡Masacremos a los judíos!”, las granadas, los alaridos, los llantos, y luego el silencio, como una mortaja. Silencio ante lo indecible. El estupor ante el salvajismo. Las lágrimas ante la barbarie.
La barbarie. La que quema y destroza, la que abusa y mata. La que desgarra familias, ejecuta a una niña pequeña porque retrasa al grupo, atropella en su camino a un niño en pijama, mata a otro en los brazos de su padre. La que niega la alegría, el arte, la cultura y la libertad de celebrar.
Y nuestros corazones se estremecen con los ecos del Bataclan, de Niza y de Estrasburgo. La barbarie. Aquella que acaba con esta juventud naciente, que destruye estos kibutz, que a menudo tienen fuertes convicciones pacifistas, dispuestos a escuchar el sufrimiento palestino que los terroristas pisotearon simulando defenderlo. La barbarie que se alimenta del antisemitismo y lo propaga. La que quiere aniquilar, destruir y que sin embargo no puede impedir un rayo de luz en medio de la noche. Los mensajes de despedida de estos jóvenes que saben que van a morir y que envían a sus padres una última expresión de amor y gratitud. El hombre que se interpone entre la explosión de una granada y sus dos hijos, salvándoles la vida, a costa de la suya propia. Y el sacrificio de ese otro padre que no estaba en el lugar del atentado y que, al recibir el llamado de su hija atrapada en el fuego cruzado en Nova, se subió a su auto para ir a buscarla, encontrando la muerte.
La barbarie y nuestra luz. Porque los que matan por odio siempre se enfrentarán a los que están dispuestos a morir por amor. Y siempre verán a nuestro país alzarse contra ellos, un país que el 7 de octubre fue herido en su carne. De Montpellier a Tel Aviv, de Burdeos al Néguev, no todos los franceses que murieron el 7 de octubre habían nacido en suelo francés. No murieron bajo el cielo de Francia, pero eran de Francia. De Francia, porque la llevaban en ellos y porque nuestro país estaba en cada lugar en el que ellos estaban. De Francia, porque tenían la exigencia del ideal, el gusto por lo universal. De Francia, porque amaban nuestro país con la fuerza ardiente de quien, aprendiendo su idioma y sumergiéndose en su cultura, nunca lo abandona. Y en este patio, en nuestro suelo que algunos de ellos nunca habían pisado, sus rostros están aquí, recordándonos la evidencia de su vida, la huella imborrable que dejaron en la nuestra, nuestro pasaje para la eternidad.
Sus destinos no son los únicos que el desgarramiento de Medio Oriente sigue destruyendo en este torbellino de sufrimiento que es la guerra. Y todas las vidas son inestimables a los ojos de Francia. Y las vidas que hoy honramos han caído, víctimas de un terrorismo que combatimos en todas sus formas y que nos ha golpeado de lleno en el corazón. Francia, reuniendo a sus hijos, entre sus otros hijos, a ninguno de los cuales olvida, rechazando las separaciones y las divisiones, rechazando el espíritu de muerte, caos y divergencias que precisamente alimentan a los terroristas. Nunca permitiremos que el espíritu de venganza prospere.
Y en estos momentos de duelo, en las pruebas del tiempo, nada debe dividirnos jamás. Francia permanecerá unida por sí misma y por los demás. Unida para prevalecer más allá de los destinos y de las diferencias, dentro de nuestra Nación. Unida en estos momentos de sufrimiento para los israelíes y los palestinos, con el fin de trabajar sin descanso para satisfacer las aspiraciones de paz y seguridad de todos en Medio Oriente.
En Israel, “Beta haim” es la palabra que se usa para designar los cementerios: la Casa de la vida. Porque para los que quedan, sus vidas estarán hechas de estas ausencias. Una vida diferente, un mundo diferente a la luz de los recuerdos. Y así tendremos que vivir con este duelo, no como una victoria de la muerte, sino como una invitación a encontrarles un lugar en nuestras vidas. Y ellos están ahí, todos y cada uno de ellos, para recordarnos que nuestras vidas, sus vidas, merecen que luchemos sin descanso contra las ideas de odio, para que no cedamos ante un antisemitismo desenfrenado, aquí como allá. Porque nada lo justifica, nada. Porque nada puede justificar ni excusar este terrorismo, nada.
Así que aquí estamos, cuatro meses después, frente a estos rostros y estas sillas vacías, abrumados de tristeza, junto a las familias de los que ya no están con nosotros, llenos de afecto junto a aquellos que están curando sus heridas y sin rendirnos para traer de vuelta a los que todavía están allá. Sentimientos mezclados que compartimos, de pie.
Porque al mirar estos rostros, sabemos que hoy no somos sólo 68 millones. Somos muchos más, un pueblo que ama la libertad, la fraternidad y la dignidad, un pueblo que nunca los olvidará.
¡Viva la República, viva Francia!