A más de 100 días de las masacres de aquel sábado 7 de octubre que Hamas cometió sobre el pueblo israelí al irrumpir en su territorio, Sharon Alony Cunio habló en primera persona de este episodio y de los aterradores días posteriores que pasó con su familia como rehenes en Gaza.
Cunio, junto a su marido David y sus hijas gemelas de tres años, Emma y Julie, vivían en el kibutz de Nir Oz, en la frontera con la Franja. Aquella mañana estaban en su casa junto a su familia y, al percatarse de los incidentes, rápidamente se refugiaron en su habitación segura. David cerró la puerta a golpes y logró aislar a los intrusos.
Sin embargo, éstos abrieron la llave de gas y prendieron fuego la casa, obligándolos a salir. Sharon recuerda que su marido tomó a las niñas y ella comenzó a perder el conocimiento. Su hermana la sacudió y la ayudó a salir del cuarto. “Abramos la ventana y salgamos, es mejor que nos disparen… así no habrá sufrimiento”, recordó que le dijo.
Pero lejos de facilitarles una muerte sin dolor, los terroristas de Hamas los arrastraron junto a otras cuatro personas hasta un tractor robado, en el que viajaron hasta el enclave palestino.
En este trayecto, la familia perdió el contacto con Emma e, inclusive, temieron que fuera para siempre. Los primeros 10 días, David, Julie y Sharon estuvieron escondidos en una casa palestina, donde los custodiaban dos combatientes. Ella recuerda que en el día nueve la casa contigua fue bombardeada y los muros de su habitación comenzaron a derrumbarse.
Para proteger a la niña, los padres se tiraron encima de Julie y Sharon resultó herida en el cuero cabelludo.
Al día siguiente, los captores iniciaron su traslado hacia lo que, ahora, la madre reconoce como el hospital Nasser, en Khan Younis, al sur del territorio. Cubrieron a su marido con una sábana para que pareciera un cadáver, vistieron a Sharon y Julie con ropas tradicionales y subieron a todos a una ambulancia para enmascarar la operación.
Los días allí no fueron mejores. Estaban en la primera planta del hospital y sólo unas cuantas cajas apiladas separaban la sección de los rehenes del resto. Con el correr de las semanas se fue llenando el espacio y llegaron a estar en una habitación hacinados con otros 12 cautivos -aunque en las inmediaciones había otros dos cuartos con, en total, unos 30 rehenes-.
Además, sólo disponían de una cama pequeña y una almohada, manchada de sangre. La comida no era algo garantizado y, en los mejores días, llegaron a tener dos raciones. En general, se trataba de arroz picante con carne y pan pita con queso feta, aunque solía tener moho.
Sharon perdió unos 11 kilos y junto con su marido tuvieron episodios de vómitos y diarrea. “Tengo hambre”, lloraban las niñas. “Fue devastador”, lamentó ella.
Al tercer día allí llegó una buena noticia para la familia. Tras oír un llanto afuera de su habitación, un hombre “me entregó a Emma, como si fuera una caja o algo así”, contó Sharon. “Me quedé de piedra. Estaba asustada y llorando, no podía creer que la hubieran traído de vuelta”, continuó.
Si bien algunos de los cautivos recibieron tratamiento médico del personal del hospital y otros fueron hasta operados, lo cierto es que estas narraciones confirman lo que el Ejército de Israel sostuvo desde el día uno: Hamas utiliza instalaciones civiles para pasar desapercibido en sus maniobras y victimizarse ante la comunidad internacional.
Los días pasaron y llegó noviembre y, con este mes, la tregua que permitió la liberación de 105 cautivos. La última semana, sin decirles nada, los terroristas trasladaron primero a todo el grupo a una habitación exterior con una ventana. Sharon recordó haber visto la larga fila de palestinos que habían huido de sus hogares y estaban acampando alrededor del hospital.
Sin embargo, de un día para el otro, sacaron a David de la habitación y lo llevaron para hablar con un oficial de Hamas que le dio la noticia: Israel y la milicia habían alcanzado un acuerdo pero sólo para traer de vuelta a mujeres y niños.
“Estuvimos allí sentados tres horas, abrazados. Yo, él y las niñas. Ellas lloraban. ‘¿Por qué se va? ¿Por qué se llevan a papá?’”, decían. Tres días más tarde, el 27 de noviembre, aparecieron los vehículos de la Cruz Roja que las llevaron a Israel.
David es, al día de hoy, uno de los tantos rehenes que siguen vivos en Gaza, a la espera de su liberación. Si bien con Sharon están a unos kilómetros de distancia, están completamente fuera del alcance uno del otro.
“Lucha por mí, no te rindas. Por favor, grita lo que yo no puedo gritar. Tengo mucho miedo”, fueron las últimas palabras de David al despedir a su familia, con un estado de salud deteriorado.
Emma y Julie, aunque ya a salvo, siguen procesando todo lo vivido. De vez en cuando, hasta preguntan “¿dónde están los estampidos?”, en referencia a los constantes bombardeos que oían en Gaza, similares a tormentas eléctricas, o sobre los terroristas que custodiaban su puerta.
Sharon, por su parte, decidió que no volverá al kibutz y vive con gran angustia e incertidumbre la ausencia de su marido. Asegura que “le prometí que lucharía por él y no pararé hasta que vuelva”.
“Todo está lleno de culpa. Ducharse, comer comida caliente, jugar con nuestras niñas, estar fuera cuando él está en los túneles”, explicó y agregó que, en sus momentos de mayor tristeza, escucha un mensaje de voz de su marido en el que le dice “Te quiero, eres la mejor”.
(Con información de AP)