Cien días después de los ataques sin precedentes de Hamas en Israel, el ambiente en Ascalón sería el de una ciudad costera cualquiera si no fuera por las detonaciones en la cercana Franja de Gaza.
“La victoria es el regreso a la rutina. Y ha vuelto una cierta rutina”, afirma Effi Hajaj, un hombre de 55 años que ha reabierto su local comercial en el paseo marítimo de esta ciudad del sur de Israel, cerrada tras el inicio de las hostilidades el 7 de octubre.
Detrás de esta apariencia de normalidad se esconde el trauma persistente de los ataques del movimiento islamista palestino Hamas, perpetrados la mañana de aquel sábado, día de descanso para los judíos y fiesta religiosa.
Los ataques de los milicianos en numerosos puntos del sur de Israel dejaron unos 1.140 muertos, en su mayoría civiles de todas las edades pero también policías y militares, según un recuento basado en cifras israelíes.
En la prensa y en las paredes de las ciudades abundan los rostros de los rehenes capturados por los islamistas el 7 de octubre, de los cuales 132 siguen cautivos en Gaza.
También es frecuente ver los rostros de los soldados muertos en combate, unos 190 desde el inicio de la invasión terrestre israelí el 27 de octubre. Unos 360.000 reservistas fueron movilizados.
“La gente ya no tiene miedo”
La movilización es mayúscula en este país de 9,3 millones de habitantes, donde sigue siendo masivo el apoyo a mantener la guerra, como arrojan dos sondeos recientes del IDI (Israel Democracy Institute).
En diciembre, el 75% los israelíes judíos se oponían al pedido de Estados Unidos de reducir la intensidad de los bombardeos en Gaza en las zonas habitadas. El mismo mes, el 80% de los consultados consideraron que el sufrimiento de los civiles palestinos debía tomarse “poco” o “muy poco” en cuenta en la prosecución de la guerra.
Según el ministerio de Salud de Hamas, más de 23.700 personas, en su mayoría civiles, han muerto desde el 7 de octubre en Gaza, bajo un férreo asedio israelí.
En el paseo marítimo de Ascalón, a diez kilómetros de la Franja, sometida constantemente a los bombardeos de Israel, los parroquianos del local de Effi Hajaj beben su café y unos paseantes caminan hacia la playa de arena fina.
“La gente vuelve a salir. Apenas caen ya proyectiles, y no hay miedo a incursiones de los terroristas”, dice el comerciante. El 7 de octubre, hombres armados de Hamas alcanzaron los barrios periféricos de Ascalón.
En el hospital de la localidad, 1.260 civiles fueron atendidos por heridas relacionadas con la guerra, los ataques del 7 de octubre o los disparos de cohetes desde Gaza, según su portavoz.
“La revancha por excelencia”
En Jerusalén, el mercado abierto de Majané Yehuda, una buena muestra del ritmo de la ciudad, vuelve a estar lleno, sobre todo los viernes, en víspera del “sabbat”.
“Es magnífico ver a la gente venir a hacer sus compras”, dice Hanna Gabbay, de 22 años.
“El país sigue traumatizado (...) pero la vida es más fuerte que todo, estamos obligados a seguir”, añade.
Para Denis Charbit, politólogo de la Universidad Libre de Israel, esta resiliencia es “la revancha por excelencia: estar profundamente sacudido, pero triunfar afirmando la vitalidad y un dinamismo excepcionales”.
Otro indicio de regreso a una cierta normalidad es la vuelta del debate político, en particular sobre la reforma judicial, que el gobierno de Benjamin Netanyahu promovió y dividió al país.
“Hemos perdido la alegría de vivir”
“Tenemos que continuar, avanzar (...) pero por todas partes las conversaciones giran en torno a los rehenes y los acontecimientos que vivimos”, dice en Ascalón Marina Michaeli, agente inmobiliario de 54 años. “Hemos perdido la alegría de vivir”.
La preocupación por los soldados movilizados, la situación de los rehenes y la de los desplazados en el sur y el norte de Israel son “las tres cosas que hacen que no se puede hablar de regreso a la normalidad”, abunda Charbit.
Radios y televisiones difunden de forma casi constante testimonios de familias de soldados caídos en combate. Los parientes de los rehenes también son muy activos, y la consigna “Tráiganlos a casa” es omnipresente.
El otro obstáculo para recuperar la normalidad es el hecho de que unos 200.000 israelíes no han podido volver a sus casas.
En el norte, una franja de varios kilómetros a lo largo de la frontera con Líbano fue evacuada a causa de los enfrentamientos casi diarios con Hezbollah, movimiento libanés proiraní, y el temor a infiltraciones y ataques contra civiles.
En el sur, está de momento proscrito todo regreso a las zonas adyacentes a la Franja de Gaza.
Pocos son los que ha vuelto a Sederot, entre los 35.000 habitantes de esta ciudad a sólo dos kilómetros de la Franja, y donde los hombres de Hamas mataron al menos a 40 personas.
Los gatos caminan perdidos en una pequeña plaza, y sólo algunos comercios funcionan, a un ritmo reducido. Apenas el canto de los pájaros y el paso de algunos vehículos rompen el silencio.
“No nos sentimos en seguridad (...) pero sólo tenemos un país, y ningún otro sitio al que ir”, resume Eti Buhbut, una madre de familia de 46 años.
(AFP)