El ataque terrorista ejecutado por la organización palestina Hamas el 7 de octubre pasado ha puesto en superficie posiciones desencontradas no solo en la opinión pública a nivel internacional, también en autoridades académicas, profesores y estudiantes, quienes están exhibiendo posturas disimiles respecto de dónde debe marcarse la frontera entre el discurso objetivo y las expresiones del fanatismo y sus amenazas.
La violencia en el lenguaje y los discursos de manifestantes pro-palestinos cuya estrategia se observa en distintos niveles de Institutos educativos y Universidades toman día a día posiciones más virulentas para confrontar el llamado anti-sionismo, -que no es mas que la piedra arrojadiza y la expresión encubierta utilizada por los revoltosos para no ser considerados antisemitas- están dando lugar a demandas de políticas educativas que, en la mayoría de los casos, confrontan con los valores de la libertad de cátedra y de expresión. Esto esta sucediendo tanto en Estados Unidos, como en Europa y América Latina.
No cabe duda que la dialéctica y la retórica que fracturó los claustros universitarios con afirmaciones de que Israel es un Estado de apartheid, colonialista y genocida contra los palestinos tiene origen en la profunda ignorancia sobre el conflicto cuyas sus raíces están ancladas en el activismo político tanto de la extrema izquierda anti-Occidental como de la extrema derecha, y desde luego por grupos favorables al integrismo radical como el movimiento de boicot, desinversión y sanciones (conocido por su sigla BDS).
Para el primer caso, las razones son tan conocidas como quienes lideran y llevan adelante tales campañas en distintos lugares del mundo. En el segundo punto, el que refiere al BDS, los defensores del boicot describen sus acciones como una campaña de presión económica sobre Israel para que se retire de los territorios en disputa y respete la exigencia de varias generaciones de palestinos considerados refugiados permitiendo el regreso a sus aldeas y pueblos.
Los críticos a la propaganda anti-israelí condenan -con razones validas- estos dos puntos como un intento claramente antisemita por deslegitimar la existencia misma del Estado de Israel y como un ataque contra los judíos del mundo que defienden su derecho a existir como Hogar Nacional Judío.
Lo cierto es que el resultado económico del boicot (BDS) ha sido insignificante en términos económicos, aunque captó suficientes adherentes en los ámbitos académicos y educativos en distintas Universidades que apoyan el boicot a Instituciones educativas y Universidades israelíes. Estos grupos, conformados por activistas y estudiantes suelen impulsan resoluciones de desinversión y repudios constantes, participan anualmente de la Semana del Apartheid anti-Israel, organizan distintos tipos de protestas por el trato que reciben los palestinos y reivindican las políticas del regreso a las fronteras de 1967, cuando no a las previas al 14 de mayo de 1948.
Sin embargo, el BDS no es un movimiento nuevo, ya en 2017, comenzó a publicitar y promover denuncias culpando Israel por lo que denominó represión colectiva o castigo masivo y aislamiento de los palestinos por las acciones de grupos “resistentes minúsculos”. A pesar de ello, en países europeos (España y Francia) y Latinoamericanos (Chile, Nicaragua, Venezuela, Bolivia y Cuba) se le debe reconocer ciertos éxitos. No obstante, en Estados Unidos la administración del ex-presidente Donald Trump como la actual del presidente Joe Biden han condenado al BDS y sus violaciones a distintas leyes federales que exigen a los contratistas gubernamentales no boicotean a Israel o prohíben a las empresas que apoyan al BDS recibir contratos de parte del gobierno.
Aun así, en las últimas semanas, según los combates en Gaza se fueron profundizando, varios grupos poco organizados se han convertido en fuertes representantes del BDS e intentan arrojar combustible al fuego llevados por su ideología y antisemitismo, aunque sus partidarios insisten en que el BDS es una acción directa para proteger los derechos de los palestinos. Sin embargo, la opinión publica en general ha entendido después de los brutales crímenes cometidos por Hamas el 07 de Octubre, que el BDS no es mas que un esfuerzo antisemita innegable para eliminar a Israel como Estado Judío tanto en su estrategia como en sus tácticas y retórica.
En el caso de las Universidades estadounidenses aunque al principio el BDS tuvo algún avance, a medida que creció su virulencia dialéctica, crecieron con ella las demandas para suprimir el antisemitismo. Los funcionarios del gobierno han avisado que retiraran fondos a las Universidades que difundan y estimulen el discurso de odio de Hamas y otros grupos terroristas que profundizan el antisemitismo. Ante esos hechos, la oficina del Departamento de Educación en Washington abrió investigaciones sobre el antisemitismo que incluye a un número cada vez mayor de Universidades quienes con el apoyo de donantes y ex-alumnos han exigido políticas universitarias que prohíban el odio, las amenazas y la violencia que disemina el yihadismo militante que se ha extendido en distintas casas de estudios.
La controversia sobre el apoyo militante a grupos terroristas y al BDS debe servir como recordatorio, especialmente en el critico momento actual de recrudecimiento de las acciones militares, del enorme desafío que enfrentan la educación y las Universidades, que deben cumplir con el imperativo mas alto, que es el de formar y sacar a las personas de la ignorancia, elemento este que es la piedra fundamental donde nace y se expande el yihadismo radical.
Educar es la mejor y única manera de desarticular el discurso de odio y violencia -aun cuando sea un discurso protegido o encubierto por instituciones comunitarias- puesto que ataca la dignidad y el valor de quienes son objeto de él, al tiempo que socava el sentido de seguridad física y emocional de las personas, por lo tanto, es enemigo de la libertad de cátedra y el libre aprendizaje de las sociedades democráticas occidentales.