(Taiwán, especial) - Un intento de invasión de China a Taiwán frenaría la economía del planeta. De un momento a otro. Punto. Ese pronóstico, dramático, es incontrastable. Las consecuencias serían catastróficas para todos los países aunque no formen parte de la contienda o crean que no tienen nada que ver con el conflicto. Un conflicto que escalaría a niveles astronómicos y que no guardaría proporción con lo que ocurre desde hace casi dos años en una devastada Ucrania, que ya afectó a otras muchas naciones de forma directa e indirecta, más allá de lo estrictamente relacionado con las vidas humanas que se pierden a diario.
De acuerdo a estadísticas elaboradas por Bloomberg, casi la mitad de la flota mundial de contenedores y un 88% de los mayores buques del mundo por tonelaje pasaron por el Estrecho de Taiwán en 2022. Datos similares se esperan para el balance de 2023. Es que en esos 180 kilómetros de mar que separa la costa de China continental de la taiwanesa no sólo confluyen los cargueros de ambas nacionalidades que comercian de un lado al otro. Por allí navegan barcos japoneses, coreanos, vietnamitas, filipinos, indios, norteamericanos, sudamericanos, africanos, europeos, canadienses y de todas las nacionalidades que llevan sus productos terminados y materias primas al resto del mundo. El listado comercial es interminable.
Los commodities que van y vienen se frenarían por completo, lo que afectaría sobre todo a las economías menos desarrolladas, más dependientes de esos ingresos. Pero también a aquellas naciones cuyas industrias manufactureras viven de un producto pequeño, pero esencial: los semiconductores. Taiwán fabrica más del 60 por ciento de estos chips a nivel mundial. China, menos del 8 por ciento. Pero Corea del Sur y Japón también son actores fundamentales de esta industria. De ella dependen todo tipo de productos: desde automóviles hasta lavarropas; desde teléfonos móviles hasta marcapasos; desde un drone hasta maquinaria agrícola. Cada vez más cosas de nuestra vida cotidiana tienen en su interior uno o varios circuitos de silicio que funcionan como su cerebro. Pero fundamentalmente, también los necesitan las maquinarias que fabrican todos estos productos que se comercializan en todo el globo. La economía se frenaría en cada uno de sus eslabones.
La sensación, en cada oficina gubernamental taiwanesa, es de moderada tranquilidad. Y de análisis permanente. La mayoría coincide en que las cartas que están sobre la mesa indican que no habría que esperar un inminente arrebato bélico por parte de Xi Jinping para apoderarse de la isla. Ya son demasiados los problemas internos que debe afrontar el jefe del régimen chino. Sin embago, nadie baja la guardia y mantienen bajo análisis cada potencial escenario.
Hay cinco factores fundamentales que explicarían este panorama. En primer lugar, Taiwán ha reforzado su estructura militar de manera acelerada en los últimos siete años. Casi desde la llegada de Xi al poder en China. Sus fuerzas están preparándose continuamente y si bien la comparación con su contraparte es desproporcionada, cuenta además con el apoyo de los Estados Unidos que por ley debería intervenir ante un conflicto. La compra de sistemas de defensa para proteger la isla son permanentes.
En segundo término, la opinión pública taiwanesa no quiere saber nada con una anexión, unificación o reunificación. Todos los estudios hechos por encuestadores demuestran que no hay lugar alguno para someterse a Beijing, pese a los lazos históricos y el intercambio social, humano y comercial existentes entre ambas costas. Taiwán quiere seguir siendo una democracia. El ejemplo de lo que ocurrió en Hong Kong, con la extrema limitación de los derechos de sus ciudadanos y la imposición de las leyes de seguridad interna de Beijing, horrorizó a los taiwaneses. Lo saben de primera mano: una amplia población hongkonesa emigró a Taipei, principalmente, donde relatan los infortunios que atravesaron (y atraviesan) bajo el férreo control de Xi.
Tercero: existe el convencimiento de las autoridades taiwanesas que es fundamental no cometer errores que puedan provocar una respuesta desproporcionada por parte de China. No darán excusas para que se utilice la fuerza en la región. Las provocaciones no serán respondidas, pese a que desde la visita de Nancy Pelosi en agosto de 2022, todos los días -ininterrumpidamente- cazas chinos invaden el espacio aéreo vecino. No partirá de una decisión propia el inicio de las hostilidades.
En cuarto lugar, tanto Estados Unidos, como Japón y Corea del Sur, están muy atentos a lo que ocurre en el estrecho marítimo. Crearon un bloque férreo al que podrían sumarse de manera inmediata otros países claves del Indo-Pacífico: Filipinas, India, Vietnam y Australia. ¿Estará dispuesto Xi Jinping a enfrentar al mismo tiempo a estas potencias militares a las que podrían sumarse además sanciones económicas automáticas? Prolongaría la guerra más allá de lo esperado.
Una posible dilatación del conflicto -en términos militares- conduce al último de los argumentos. Todos los análisis coinciden en algo: en el hipotético caso de una agresión unilateral, si China no logra la ocupación absoluta de la isla en los primeros dos o tres días y la invasión se extiende en el tiempo, la propia economía china podría derrumbarse en el mediano tiempo. Colapsar. “Su economía no es capaz de soportar por mucho tiempo una acción militar”, dice un altísimo funcionario con amplio conocimiento de las relaciones entre ambas partes. De nuevo: ¿y si al parate comercial en el estrecho además se suman las segurísimas sanciones internacionales?
<b>Un blanco eterno</b>
Pese a estos impedimentos, sin embargo, Taiwán permanecerá siendo la mayor obsesión de Xi Jinping. Es que sabe que tiene una cadena de islas que le impiden una salida franca al Pacífico por la barrera que su enemigo forma junto a Japón y Filipinas. “Busca cómo romper ese estrangulamiento”, reconocen en Taipei. “Si Taiwán puede ser ocupada, entonces China podrá entrar y salir libremente del Océano Pacífico en cualquier momento”, agrega la fuente que prefiere el anonimato.
Esta encrucijada tiene una explicación: Xi Jinping persiguió -desde su llegada al poder en 2012- el anhelo de convertir a China en una superpotencia que supere a los Estados Unidos en todos los planos, pero fundamentalmente en tres: militar, tecnológico y económico. Para ello, cree, necesita de Taiwán, el quinto país con más divisas en el mundo (casi 600 mil millones de dólares), el mayor productor de semiconductores del planeta y con salida franca al Pacífico. Para ello, el líder del Partido Comunista Chino (PCC) inició un camino de construcción de poder que contrastó con sus antecesores. Concentró todo bajo su puño, al mejor estilo Mao Zedong.
Esta manera de conducción unipersonal provocó un daño severo al interior de su país y nadie se anima a contradecir al gran jefe. La economía atraviesa una severa crisis, mucho más profunda de lo que se cree. El sector inmobiliario colapsó. El financiero está al borde. La desconfianza que impera para hacer negocios y la persecución a los empresarios, además, aleja las posibles inversiones extranjeras que ya ven a India y a Vietnam más atractivos. Eso explica los desesperados cambios de imagen que intenta por estas semanas Xi Jinping, mostrándose abierto a la llegada de capitales de todas partes del mundo. Se transformó, en pocos días, en el principal lobista del régimen. Desde empresarios hasta líderes mundiales, con todos se reúne y a todos sonríe.
El sueño de una superpotencia parecería desvanecerse. O posponerse, al menos.
“El canal de comunicación a través del estrecho está cortado”, explica Raymond Chen-En Sung, vicepresidente de Prospect Foundation, un think tank basado en Taipei. Sung subraya que Beijing no tiene manera de aceptar al actual gobierno de Tsai Ing-wen, la líder del Partido Progresista Democrático (PPD) que enfrentó abiertamente la agresividad de Xi Jinping. Desde 2016, al inicio de la presidencia de Tsai, China ha incrementado sus hostilidades y obligado, al mismo tiempo, a Taipei a reforzar sus defensas.
Sung también cree que, pese a que todo el foco está colocado en lo militar, Xi quiere un cambio de partido gobernante en Taipei. Utiliza lo militar para presionar lo político. Habrá elecciones el próximo 13 de enero y el bombardeo de desinformación es absoluto. Todos los ataques llueven desde el continente. Es un torrente continuo de fake news que intentan combatir. “Ahora estamos prestando más atención a la amenaza militar”, dice el analista, “pero en realidad el coste de la amenaza militar es demasiado alto para China, y puede que no sea capaz de alcanzarlo, por lo que el principal campo de batalla estará en lo político, estará en la guerra política”.
Al apostar a un cambio político en el comando oficial taiwanés, Beijing considera que la anexión podría darse de manera natural. Pretende influir para luego controlar a un nuevo gobierno y así forzarlo a la reunificación. Pero, de nuevo, las encuestas mandan: la mayoría de la población taiwanesa no está dispuesta a un estatus impuesto por China. “Si un partido político pro-China llegara al poder, China podrá utilizar la negociación política para presionarlo”, indica Sung.
“Xi cree en la fuerza, cree en la lucha por el poder, y si tiene el poder, llevará a cabo su voluntad. Pero por ejemplo, si tuviera el poder, habría conquistado Taiwán o habría amenazado a Taiwán para que se sometiera. Pero hoy necesita concentrarse en cuestiones internas, y quiere presentar una fachada más benigna para atraer inversiones extranjeras que vuelvan a entrar en el mercado chino. Quiere ser capaz de anunciar internamente que es capaz de manejar adecuadamente las relaciones entre Estados Unidos. Pero no significa que haya renunciado a su objetivo final”, concluye Sung.
Hay otros problemas a los que debe hacer frente el jefe del PCC. Xi Jinping no confía en sus militares. Es imposible lanzar una guerra si uno no respalda a quienes conducirán a las tropas invasoras. No está convencido en la conducción del Ejército Popular de Liberación (EPL), lo cual desemboca en un problema con el control de la cúpula de uniformados y sus subsecuentes purgas. Pero, ¿por qué no confía? Desde corrupción estructural hasta capacidad. Esa desconfianza, igulmente, es recíproca. Eso también hace arriesgada una arremetida contra Taiwán.
¿Una guerra de distracción? No es extravagante pensar que Xi podría augurar cambiar el humor de la población y tratar de unificar el país bajo una misma arenga nacionalista. La anexión de la isla por la fuerza podría ser, pues, una “brillante” jugada, típica de dictadores. Pero se vuelve al principio: si no consigue sus objetivos en un puñado de horas, su poder podría desmoronarse.
El arte de conducción de Xi Jinping, que despertó tantos elogios en algunos, podría ser, finalmente, su perdición. “En los últimos 10 años, ha cambiado el patrón de toma de decisiones de los anteriores líderes de China, y ha elegido ser el dictador -como lo llamó Joe Biden tras su última cumbre en San Francisco-, por lo que ha exigido ser él quien tome todas las decisiones importantes, lo que es un error muy grande para el presente y el futuro de China”, señala otra fuente gubernamental.
“China es un país muy grande, con muchos asuntos internos y que además participa activamente en múltiples actividades internacionales”, explica un retirado dirigente chino. “Hay tantas decisiones que tomar sobre tantos asuntos, a nivel nacional como internacional... y en lugar de que Xi Jinping delegue y divida la carga de trabajo, toma decisiones sobre todos ellos, y simplemente no tiene el tiempo o la capacidad para ocuparse, por lo que se ha creado una gran cantidad de burócratas chinos, agencias gubernamentales, cuya costumbre ahora, en los últimos diez años, es decir: ‘Voy a esperar a que Xi Jinping tome una decisión... yo no voy a tomar una’”.
Ante este contexto interno surge la incógnita: ¿están sus militares en condiciones de enfrentar un desafío semejante? Las purgas continuas en sus filas parecerían indicar que no, que Xi Jinping no confía en ellos y que en cambio prefiere continuar acumulando poder.
Esa concentración del estado bajo su puño podría ser su perdición. En Taiwán, algunos consideran que en el corto plazo China debería volver a una conducción más colegiada si quiere retomar el rumbo de la bonanza en el mediano plazo. El mismo método que adoptaron tras la era de Mao. Igualmente, todo indica que por el momento no existe un sucesor de características autoritarias similares en el PCC. Sin un nuevo tipo de conducción, se hará casi imposible retornar a una senda de orden económico que resuelva los problemas profundos que enfrenta el interior del país.
En esa trama de delicada economía y deterioro social, Taiwán parecería una isla mucho más alejada en el mapa. Sobre todo en el listado diario de prioridades de los temas que preocupan a la población china.
X: @TotiPI