Noche tras noche, Yoni Saadon, de 39 años, se despierta angustiado con rostros de mujer. Primero, el de la joven que se escondía a su lado bajo el escenario del festival Supernova, donde había estado bailando música electrónica mientras salía el sol el 7 de octubre y los terroristas de Hamas abrían fuego.
“Cayó al suelo, con un disparo en la cabeza, y yo tiré su cuerpo sobre mí y me embadurné con su sangre para que pareciera que yo también estaba muerto”, contó. “Nunca olvidaré su cara. Todas las noches me despierto con ella y le pido perdón diciéndole ‘lo siento’”.
Al cabo de una hora, Yoni Saadon se asomó. “Y vi a esta mujer con cara de ángel y a ocho o diez de los terroristas golpeándola y violándola. Ella gritaba: ‘¡Paren, ya voy a morir por lo que están haciendo, mátenme!’. Cuando terminaron se estaban riendo y el último le disparó en la cabeza”.
“No dejaba de pensar que podía haber sido una de mis hijas. O mi hermana: le había comprado una entrada, pero en el último momento no pudo venir”.
El horror no terminó ahí. Escondido entre unos arbustos, vio a otros dos terroristas de Hamas. “Habían atrapado a una joven cerca de un coche y ella se resistía, no dejaba que la desnudaran. La tiraron al suelo y uno de los terroristas cogió una pala y la decapitó y su cabeza rodó por el suelo. Yo también veo esa cabeza”, dice.
Saadon, jefe de turno en una fundición, contó su historia a The Sunday Times en un área de apoyo creada en Sitria, al sureste de Tel Aviv, para los sobrevivientes del festival. Tres veces por semana, sobreviviente de todo Israel se reúnen con padres cuyos hijos estaban entre los masacrados.
Entre los terapeutas voluntarios, cuenta The Times, se encontraba Bar Yuval-Shani, de 58 años, que perdió a su única hermana, Deborah, y a su cuñado, Shlomi Matias, ambos músicos y activistas por la paz, asesinados en el kibutz de Holit por terroristas que irrumpieron en su habitación segura. “Ella era ocho años más joven, pero era como si fuéramos gemelas”, cuenta entre lágrimas. “Guardaba todos sus secretos y la echo muchísimo de menos”.
Deborah murió protegiendo a su hijo Rotem, de 16 años, que recibió un disparo en el abdomen y se escondió durante nueve horas mientras los combatientes regresaban una y otra vez, y Yuval-Shani lo orientó por teléfono sobre cómo tratarse.
El relato de Yoni Saadon es uno de los varios testimonios de violación que Yuval-Shani ha escuchado de sobrevivientes del festival, todos los cuales, dice, están “profundamente traumatizados”.
Cada vez hay más pruebas de las violaciones generalizadas que se produjeron el 7 de octubre. Hasta ahora, los investigadores recopilaron “más de 1.500 testimonios impactantes y dolorosos” de testigos, patólogos y médicos, declaró una policía esta semana en el Parlamento israelí.
“La tortura de mujeres se utilizó como arma para destruir comunidades, para destruir un pueblo, para destruir una nación”, afirmó Cochav Elkayam Levy, director de una comisión no gubernamental que investiga los crímenes perpetrados contra mujeres y niños el 7 de octubre.