Habían pasado apenas unas horas del terrible ataque terrorista del 7 de octubre cuando un funcionario de la cancillería de Qatar se puso en contacto con la Casa Blanca en Washington. Dijo que su gobierno había recibido señales por parte de Hamas de querer negociar la liberación de algunos de los alrededor de 240 rehenes (nunca hubo una cifra exacta) que habían sido secuestrados en la incursión. Esa misma noche, se formó un pequeño grupo de trabajo para lograr el objetivo. Ese es el comienzo de lo que ahora terminó con la mediación para el acuerdo de un alto al fuego de cuatro días con el intercambio de 50 rehenes por 150 prisioneros palestinos, del que participaron Egipto, Israel, Qatar, Israel y Estados Unidos.
Tras la llamada desde Doha, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del presidente Joe Biden, encargó a Brett McGurk, enviado de la Casa Blanca para Oriente Próximo, y a Joshua Geltzer, asesor adjunto de Seguridad Nacional, que sean los encargados de coordinar las acciones. Para preservar el secreto, en ese momento se mantuvo a otras agencias al margen de la iniciativa. Según los funcionarios de la Administración Biden que hablaron con los principales medios de Washington, McGurk, que tiene amplios contactos en la región, mantenía conversaciones telefónicas diarias a primera hora de la mañana con el emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad al-Thani, y luego informaba a Sullivan, que hacía lo propio con Biden. A su vez, Sullivan se mantenía en contacto con Ron Dermer y Tzachi Hanegbi, dos de los asesores más cercanos del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
Los qataríes pidieron que se mantuviera todo dentro de un pequeño equipo, al que denominaron “célula”, para tratar el asunto en privado con los israelíes. Con el transcurrir de los días y ante las dificultades de logística que implicaba semejante operación, se fueron incorporando al equipo el secretario de Estado, Antony Blinken y el director de la CIA, Bill Burns.
El 13 de octubre, Biden se reunió con los familiares de los estadounidenses rehenes o en paradero desconocido y les informó que había negociaciones en marcha para su liberación, aunque, por supuesto, no les dio detalles. Cinco días más tarde viajó a Tel Aviv donde conversó sobre el tema directamente con Netanyahu y su gabinete de guerra. Discutieron sobre la entrega de ayuda humanitaria sin mayor éxito, pero obtuvo el visto bueno de los israelíes para avanzar en las negociaciones. Aunque le advirtieron que iban a continuar con sus planes de atacar y destruir a Hamas, más allá de la suerte que corrieran los secuestrados.
Después de pedir una señal de buena voluntad a los terroristas, el 23 de octubre fueron liberadas dos mujeres estadounidenses, madre e hija, Natalie y Judith Raanan. McGurk, Sullivan y su segundo, Jon Finer, siguieron todo el proceso en vivo desde un salón especialmente acondicionado para este tipo de acciones que se encuentra en el subsuelo de la Casa Blanca. Desde allí se monitoreó exactamente de la misma manera el asalto a la casa de Pakistán donde se ocultaba Osama bin Laden.
El regreso de las dos estadounidenses dio un espaldarazo al equipo, demostró que era posible conseguir la libertad de los rehenes y dio confianza a todos de que el canal que mantenía abierto el emirato qatarí era el correcto para continuar con las conversaciones. Biden ordenó acelerar el proceso para sacar la mayor cantidad de rehenes lo antes posible. Fue cuando el director de la CIA, Burns, incluyó en las negociaciones a su colega del Mossad, David Barnea. El presidente estadounidense también se comunicó telefónicamente con Netanyahu diariamente.
El 24 de octubre, cuando Israel estaba a punto de lanzar la ofensiva terrestre en Gaza, Hamas intentó dilatarla haciendo un ofrecimiento para liberar a mujeres y niños. Desde Washington pidieron que se retrase la invasión, pero el Gabinete de Guerra israelí no estuvo de acuerdo. Argumentaron que ni siquiera existía una lista exacta de quiénes podrían ser liberados y que hasta entonces no habían dado ninguna señal de vida de los secuestrados como se le había pedido. Hamas alegó que no podía determinar quién estaba retenido hasta que se iniciara una pausa en los bombardeos.
De todos modos, las Brigadas Al Qasam de Hamas liberaron a dos mujeres israelíes Nurit Yitzhak, de 85 años, y Yochved Lifshitz, de 80, ambas residentes del kibutz Nir Oz, el lugar más cercano a Gaza de los atacados del 7 de octubre y que sufrió la mayor cantidad de muertos y de secuestrados. Todos los actores que participaron de esta operación se encargaron de remarcar que el gobierno israelí no había participado de la negociación y que los terroristas habían accedido a un pedido de Qatar y Egipto y que habían sido liberadas “por razones humanitarias”.
Con el inicio de la invasión, los bombardeos y la tragedia humanitaria que se estaba desarrollando entre los civiles de Gaza, las negociaciones fueron “torturantes” en las siguientes tres semanas. Las comunicaciones iban y volvían pasando por Doha o El Cairo hasta llegar a Gaza y viceversa. A través de la Cruz Roja Internacional se consigue abrir el paso de Rafah, en la frontera con Egipto, para el paso de algunos pocos camiones con alimentos y medicinas. El ejército israelí se niega a que entren convoyes con combustible. Saben que es lo que los terroristas de Hamas necesitan desesperadamente para mantener la electricidad y la refrigeración de los túneles que pasan por debajo del centro de Gaza donde se esconden y mantienen a los rehenes.
El 9 de noviembre, se realiza una nueva cumbre en Doha para retomar la iniciativa. Participan el jefe de los espías estadounidenses, Burns, su colega israelí, Barnea, y el Jeque Tamim. Tienen un nuevo acuerdo sobre la mesa. Aparece por primera vez la posibilidad de un intercambio más amplio de prisioneros, son 50 rehenes por una cifra muy alta de presos palestinos que Israel mantiene en sus cárceles. Después de varias idas y vueltas, se baja la cifra a 150 y un alto al fuego. El gabinete de guerra israelí dilata la operación a pedido de las Fuerzas de Defensa (IDF). Pero el mayor obstáculo seguía siendo la poca transparencia sobre la lista de las personas que ofrecía liberar Hamas. Se hablaba de un número, pero no se daban nombres.
Tres días después, Biden llamó al jeque Tamim bin Hamad Al Thani, y le exigió conocer los nombres o datos identificativos claros de los 50 rehenes, incluidos edad, sexo y nacionalidad. Sin esa información, dijo, no había base para seguir adelante. Finalmente, Hamas entregó la lista aclarando que no iba a modificarla. Tampoco aceptó entregar primero a los 36 menores de edad. El 14 de noviembre, Biden informó de los detalles a Netanyahu y después de varios minutos de conversación telefónica y la consulta con el resto del gabinete, el israelí accedió al acuerdo. Había que ponerle fecha.
El ataque a los hospitales y el éxodo de decenas de miles de gazatíes hacia el sur, sumado a los permanentes cortes en las comunicaciones con la Franja, dilataron el proceso en forma exasperante. Desde San Francisco, donde se realizaba la cumbre Asia-Pacífico y en el marco de la crucial reunión con su par chino Xi Jinping, Biden insistió con acelerar el proceso y así se lo comunicó al emir de Qatar. “El presidente insistió en que el acuerdo tenía que cerrarse ya. Se había acabado el tiempo”, contó uno de los funcionarios de Washington que habló con la condición del anonimato.
McGurk, que estaba escuchando la llamada desde un avión que volaba desde Tel Aviv a Doha, se reunió unas horas más tarde con el jeque Tamim para repasar el texto del acuerdo. Un texto de seis páginas que prevé la liberación de todos los rehenes en diferentes etapas. En la primera, serían los 50 rehenes prometidos, divididos en cinco grupos. El primero, incluye a diez mujeres y niños israelíes o de doble nacionalidad y tres estadounidenses. Más mujeres y niños se sumarán en los cuatro días siguientes.
McGurk se reunió en El Cairo con Abbas Kamel, jefe de los servicios de inteligencia egipcios, para ultimar los detalles de qué sucedería una vez que los liberados lleguen al paso de Rafah y sean entregados a miembros de la Cruz Roja Internacional que los cruzarán al otro lado de la frontera.
La duda que quedó en el aire y que nadie supo cómo se iba a realizar es la operación de Hamas para sacar a los rehenes de los túneles sin que las fuerzas especiales israelíes los detecten y ataquen a pesar del alto al fuego. Un episodio que quedó pendiente como una de esas películas francesas en la que no hay final.