En los primeros días de febrero de 2022, pese a la inminencia de la invasión rusa a Ucrania, un operador financiero radicado en Suiza se mantenía calmo y creía que Vladimir Putin no traspasaría la frontera. “Business as usual”, decía. “Pero nadie despliega tantas tropas y rodea un país para no hacer nada, son muchos recursos, ¿los mercados no se preparan?”, se le preguntó mostrando la evidencia de mapas e imágenes satelitales. Del otro lado de la línea repitieron: “Business as usual”. A los pocos días, Europa reviviría una guerra que aún sigue.
“Los conflictos mundiales suelen sorprender a los gestores de fondos”, señala un artículo publicado por The Economist este martes. El medio inglés, que suele anticipar escenarios conflictivos, va más allá y habla de “tercera guerra mundial” y recuerda los rutinarios y monótonos movimientos de los inversores allá lejos en 1914. Hasta que la Gran Guerra estalló y los sorprendió desnudos.
El 7 de octubre pasado, la realidad de Medio Oriente comenzó a cambiar nuevamente. Fue con los primeros rayos de luz cuando el grupo terrorista palestino Hamas traspasó la frontera semi-fortificada israelí para penetrar en varios kibutz y matar, violar, decapitar, torturar y secuestrar a la población que allí dormía o amanecía indefensa. El ataque fue súbito e inesperado. Tan inesperado que los miles de yihadistas que cruzaron no encontraron resistencia hasta llegar al interior de las casas de sus víctimas.
Israel, de inmediato, avisó que la realidad política de la Franja de Gaza cambiaría por décadas y que aniquilaría a los responsables de Hamas. Prometió una incursión terrestre que se demoró tres semanas, luego de que los bombardeos se multiplicaran por miles para debilitar mortalmente la infraestructura militar y logística de los extremistas y cambiara la geografía del enclave palestino. Lo hizo en medio de las quejas, críticas y reproches de quienes justificaron el accionar del grupo terrorista invirtiendo la carga de la prueba: Israel era el culpable de aquella masacre.
Incluso, fueron algunos de los cuales ayudaron a avivar el fuego cuando un cohete defectuoso lanzado por la Yihad Islámica Palestina explotó en el estacionamiento de un hospital y fue atribuido al ejército israelí cargándole la responsabilidad por la supuesta muerte de 500 víctimas. La difusión errónea de la noticia -con Hamas como única fuente- encendió una escalada de protestas en embajadas de Estados Unidos e Israel en todo Medio Oriente y norte de África que pudo haber hecho escalar la crisis hasta escenarios desconocidos.
Pero la crisis en la región no se circunscribe a Gaza, donde los tanques y tropas israelíes ya atraviesan escombros en busca de los túneles terroristas. Siria y Líbano también experimentan una tensión extrema. Los bombardeos de infraestructura crítica del grupo terrorista Hezbollah son alcanzados continuamente y varios miembros de esa agrupación han sido abatidos por Israel, que también concentra reservistas en el norte. Siria tiene como aliado permanente a Rusia, sostén del dictador Bashar Al Assad.
Moscú, para recordar, tiene en Irán a su principal proveedor de drones para su guerra en Ucrania. El Kremlin retribuye con aviones caza e instructores en una base cercana al Mar Caspio: el poder aéreo es una de las debilidades más críticas de la estructura militar de Teherán.
Hezbollah, en el Líbano, es el brazo armado de Irán desde hace más de cuatro décadas. Esmail Qaani, sucesor de Qassem Soleimani al frente de la Guardia Revolucionaria Islámica, viajó al Líbano un día después de la masacre. El 8 de octubre se presentó ante Hassan Nasrallah, jefe de la milicia. Continúa allí, tras un breve reporte que hizo en Teherán.
Estados Unidos, aliado histórico, puso en alerta su flota en el Golfo. Desde allí interceptó misiles que los hutíes dispararon contra Tel Aviv desde Yemen. Washington pondrá todos los recursos a disposición. Estos combatientes también están alentados por Irán, que los financia y arma.
Este mismo martes, de madrugada, un misil tierra-tierra fue disparado hacia territorio israelí desde la zona del Mar Rojo y fue interceptado por el sistema de defensa aérea “Arrow”, según informaron las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). Es probable que también hayan sido idénticos actores alentados por el régimen de los ayatollah. Son los mismos que en el pasado atacaron a Arabia Saudita reiteradas veces.
Esa desértica península despierta interrogantes. Sobre todo un pequeño país: Qatar. Las versiones que indican que altos jefes de Hamas disfrutan una vida de comodidad en habitaciones del Four Seasons Hotel de Doha parecen ser ciertas. Prefieren una vista amplia al intenso mar azul antes que las ruinas grises de Gaza. La ruta que financia las armas, la infraestructura y los operativos del grupo terrorista conduce a ese diminuto apéndice en el Golfo Pérsico. ¿Cuándo se le pondrá fin a ese flujo incesante de dinero? Como remate de esta saga, Qatar se presenta como intermediario y garante entre los yihadistas y el gobierno israelí para liberar a los 240 rehenes que fueron secuestrados aquel 7 de octubre.
Todo pende de un hilo en Medio Oriente.
En Europa, en tanto, Ucrania continúa mostrando escasos avances en un frente de batalla que intenta recuperar con disímil éxito y muy lentamente. La guerra de desgaste -y paciencia- a costa de vidas humanas que planteó Putin tras su monumental fracaso de no poder conquistar el país, parece darle resultados. El invierno se aproxima y las bajísimas temperaturas harán imposible nuevos contraataques ucranianos. Los rusos reforzarán sus trincheras y regarán de minas el terreno.
El resto de los países europeos y sobre todo la administración de Joe Biden continúan proporcionando armamento a Kiev. Pero el costo económico es inmenso y en 2024 se celebrarán nuevas elecciones en Estados Unidos. La campaña le dará espacio al debate sobre qué hacer en Ucrania. Quizás Putin apueste a que su guerra de desgaste dure todavía algo más de un año, momento en que podría asumir en la Casa Blanca una nueva administración que enfoque su presupuesto militar en otros objetivos y obligue al gobierno ucraniano a sentarse a negociar la entrega de terreno para poner fin a la sangría que ya lleva cientos de miles de muertos.
Sin embargo, por el momento, la guerra continúa sin descanso.
Otro de los frentes está en China. La tensión con Taiwán no cesa, pese a los reacomodamientos que se vivieron en las últimas semanas. El régimen de Beijing confirmó que echó al ministro de Defensa, Li Shangfu, luego de que nada se supiera de él durante dos meses. Las meta-versiones que circulan indican que Li fue cesanteado en sus tareas por causas de corrupción. De ser así: ¿hasta dónde penetraron estas conductas impropias en la estructura militar china? ¿Cuán confiables son sus generales?
Analistas creen que Xi Jinping podría estar replanteándose ejecutar una invasión -costosísima- en el corto plazo. Bonnie S. Glaser, directora del Programa Indo-Pacífico del German Marshall Fund of the United States, publicó un artículo en The New York Times en el que dijo que “a menos que se encuentre entre la espada y la pared, es probable que Xi llegue a la conclusión de que los riesgos de una aventura militar infructuosa sean demasiado elevados”.
Pero, ¿bajo qué circunstancias Xi podría creer que se encuentra entre la espada y la pared? La presión interna por una desaceleración de su economía podría provocar un descontento popular creciente. Ese descontento o potenciales protestas serán reprimidas, sí, pero el jefe del régimen no pasaría a la historia como lo que pretende: superar a Mao Zedong. ¿Recurrirá pues a la unificación de China?
Esto empujaría a los Estados Unidos a tener que atender un tercer frente. Por un lado, Medio Oriente -donde mantiene bases en Irak y es aliado permanente de un Israel en guerra-, Europa, con una Ucrania que no termina de expulsar a los invasores rusos, pero que suma países a la OTAN. Y el más complejo de todos, el que lo pondría de cara a China.
Aunque es verdad que en Asia cuenta con muchos aliados -Japón, Corea del Sur, Filipinas, India y más al sur del Pacífico, Australia- Washington debería enfrentar un conflicto de alcance global como no ocurre desde hace más de 80 años, con una particularidad: la mayoría de sus potenciales rivales -Rusia y China- cuentan con armamento nuclear.
Ahora, ¿cómo juega América Latina en este contexto? La penetración rusa y china en el subcontinente se ha profundizado en los últimos 15 años. Desde Venezuela hasta la Argentina, se han multiplicado las cooperaciones estratégicas facilitándole tanto a Moscú como a Beijing recursos minerales, infraestructura, puertos y bases de observación que podrían resultar claves ante un escenario de guerra mundial. El Brasil de Lula da Silva -en cuyas manos está la mayor economía regional y el ejército más capacitado- coquetea abiertamente con Rusia, China e Irán.
Los demás gobiernos parecieran distraídos en otras urgencias y se enfocan en el día a día: “Business as usual”. Hasta que sea demasiado tarde.
X: @TotiPI