“El pueblo palestino también debe realizar sacrificios para lograr su liberación”.
Esas palabras corresponden nada menos que a Khaled Mashaal, jerarca del grupo terrorista palestino Hamas. Pese al cinismo de las mismas, el ex presidente del buró político del movimiento extremista (1996-2017) blanqueó lo que viene sucediendo desde 2007, cuando Hamas tomó el control de facto de la Franja de Gaza: el uso indiscriminado de los civiles en los enfrentamientos armados con Israel.
Con los brutales ataques del 7 de octubre en territorio israelí, el grupo terrorista abrió la puerta a un nuevo conflicto armado con Israel. Y, una vez más, expuso a su propia población. Pese a las enormes diferencias que pueden existir entre árabes y judíos, gran parte de la población palestina, sumida en una grave situación humanitaria, no quiere la guerra.
Una semana después de los atentados terroristas, y en pleno avance de la operación “Espadas de Hierro” en respuesta a esos ataques sin precedentes, el Ejército de Israel llamó a los civiles del norte de Gaza a evacuar hacia el sur para evitar quedar en el medio de los enfrentamientos. Sin embargo, Hamas bloqueó las principales rutas para evitar su desplazamiento.
Las autoridades israelíes compartieron imágenes satelitales que muestran una suerte de barricada construida en una de las principales rutas destinadas para la salida de las más de un millón de personas que viven en el norte del enclave y que intentaban desesperadamente por todos los medios llegar al sur.
“Quieren mostrar al mundo que tienen bajas y muertos”, denunció el Ejército israelí.
Esta es una muestra más del modus operandi de Hamas desde que tomó el control de Gaza. Desde hace años Occidente viene denunciando que los terroristas utilizan a la población civil como “escudos humanos”.
Años atrás, el Centro de Excelencia de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN (STRATCOMCOE) elaboró un informe titulado “El uso de escudos humanos por Hamas en Gaza”. En el mismo la Alianza Atlántica indica que esa práctica se suele ver “especialmente cuando Hamas lanza cohetes y granadas de mortero contra centros de población israelíes”.
Los terroristas montan sus centros de operaciones en zonas residenciales de Gaza, camuflándose entre los civiles palestinos y aumentando su exposición ante posibles represalias de Israel.
“Hamas utiliza los escudos humanos como práctica militar para ganar puntos en el ámbito mundial y regional (así como en el palestino). Esto se utiliza para debilitar la capacidad de Israel de justificar sus afirmaciones sobre el problema palestino, para crear una presión política continua a través de instituciones internacionales (por ejemplo, la ONU y la UE) y grupos de ONG, y para apoyar y promover sanciones y procesamientos por tribunales internacionales (...) También sirve a Hamas en el escenario diplomático, ya que cualquier daño colateral causado por las Fuerzas de Defensa de Israel suele producir duras críticas de la ONU y sus institutos, de los países rivales de Israel (por ejemplo, Turquía) y, a veces, incluso de países amigos (por ejemplo, Reino Unido, Alemania, Francia, Suecia)”, agrega el informe.
Tenía razón Mashaal: el sacrificio lo hace la población civil palestina. Mientras la gente intenta sobrevivir a la crisis humanitaria y a los enfrentamientos armados, algunas altas figuras de Hamas llevan una vida de comodidades lejos de la empobrecida Gaza. Como el caso de Ismail Haniyeh, líder del grupo terrorista palestino, quien vive una vida de lujos en Qatar. En 2019 el movimiento extremista informó que su principal jefe había abandonado Gaza para realizar una “gira temporal por el extranjero”. Desde entonces, todos los informes lo ubican en Qatar, país de estrecho vínculo con Hamas.
Tras los ataques del 7 de octubre, circuló un video en el que se veía a Haniyeh y a otros dirigentes de Hamas en una oficina de Doha, capital qatarí, viendo las noticias sobre los ataques. “Este episodio sirvió para recordar que, mientras en Gaza mueren cientos de civiles inocentes a causa de los bombardeos aéreos y decenas de miles más se quedan sin hogar, los dirigentes de Hamas se mantienen al margen de la contienda, cómodamente climatizados a 2.000 kilómetros de distancia, como invitados del emir Tamim bin Hamad Al-Thani”, resumió por esos días la cadena CBS News.
Mientras responsabiliza al bloqueo de Israel -bloqueo que también mantiene Egipto- de los problemas humanitarios de Gaza, Haniyeh también incrementó su riqueza a costa de la población palestina, ejerciendo el control sobre la economía del enclave, entre otras cosas mediante los impuestos que cobraba por las mercancías importadas desde El Cairo.
Mientras Haniyeh y su entorno ostentan sus millones en la lujosa Qatar, según Naciones Unidas, el 81% de la población de Gaza vive en la pobreza, y cerca del 70% de los jóvenes -la mayor parte de la población- están desempleados. Si la gente decide salir a manifestarse para exigir mejores condiciones de vida, la respuesta es la represión y violencia. En 2019, cerca de mil gazatíes salieron a las calles bajo el lema “Queremos vivir”. Los terroristas de Hamas respondieron con todo tipo de brutalidad: dispararon contra los manifestantes, asaltaron casas y se llevaron detenidos a decenas de personas.
Incluso, los terroristas de Hamas a menudo patrullan las calles del enclave a bordo de camionetas y portando sus rifles, con la clara intención de demostrar quién manda allí. Ante esta situación, varios países suelen condicionar el envío de ayuda humanitaria para evitar que caiga en manos de los terroristas.
¿Lucha contra la pobreza o resistencia armada?
En un artículo publicado en The Conversation, Nathan French, profesor de Religión de la Universidad de Miami, señaló la impopularidad de Hamas previo a los ataques terroristas contra Israel. Según explica en base a sus investigaciones sobre el yihadismo-salafismo y el islamismo, “los movimientos militantes provocan intervenciones militares para explotar el caos”. Además, agrega que estos grupos como Hamas “suelen afirmar que gobiernan en interés ‘legítimo’ de quienes dominan, aunque esas poblaciones rechacen su gobierno”.
Desde su punto de vista, es probable que el grupo terrorista palestino aliente una “respuesta desproporcionada” de Israel para cultivar una dependencia continua de Gaza hacia los extremistas y, al mismo tiempo, “distraer la atención de sus propios fracasos de política interna”.
El especialista sostiene que desde 2007 hasta la fecha los resultados de las encuestas realizadas a los gazatíes demuestran que el apoyo a la resistencia armada fue creciendo a medida que aumentaba “la frustración, la ira y la sensación de desesperanza ante cualquier solución política”.
“Lo que es nuevo es la sensación de desesperación, que puede sentirse en los límites que la gente está ahora dispuesta a cruzar, límites que antes eran inviolables”, indicó en un estudio realizado en 2017 la académica Sara Roy.
Pero los gazatíes también vienen aumentando su disgusto y hartazgo ante la corrupción de Hamas, y las dramáticas condiciones de vida en Gaza.
En su libro “Israel-Palestina: paz o guerra santa”, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa comparte testimonios y experiencias que vivió durante los 15 días que estuvo en Israel y Palestina en septiembre de 2005. El escritorio peruano llegó a visitar la Franja de Gaza, que por ese entonces todavía no estaba controlada por Hamas, sino por la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Con el poder de su pluma, además de contar cómo viven esos dos pueblos atravesados por la violencia, Vargas Llosa también deja en palabras de los propios protagonistas lo que se vivía por esos años. Como el caso de Pnina, una mujer nacida en Jerusalén en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, e hija de una pareja de judíos religiosos lituanos, quien perdió a su pequeña hija Gal y a su mamá Noa en un atentado terrorista perpetrado por un militante de las brigadas de los mártires de Al Aqsa, vinculada a Al Fatah, el 19 de junio de 2002, en el marco de la Segunda Intifada.
“Pero la locura y la estupidez del fanatismo religioso no explican la conducta de todos los terroristas suicidas. Esto me lo han afirmado, con ejemplos, muchos palestinos que, como los doctores Haidar Abd al Shafi o Mustafa Barghouthi, condenan con toda energía esa horrenda práctica. Para ellos, hay muchos casos en que empujan a cometer esos crímenes ciegos la desesperación, la frustración, la miseria y, sobre todo, el convencimiento de que sus vidas no saldrán jamás del pozo negro en que languidecen”, escribe Vargas Llosa.
Apenas dos años después del viaje del peruano al enclave palestino, la realidad de esa población comenzó a volverse aún más desesperante y frustrante con la llegada de Hamas al poder.
Días atrás, Infobae presentó en español la serie animada “Susurrando en Gaza”, producida por el Center for Peace Communications, que retrata, a partir del valiente testimonio de los habitantes de la Franja, cómo es la vida de los palestinos bajo la amenaza de Hamas.
Uno de los testimonios corresponde a una mujer identificada como “Yasmin”, quien sostuvo que el sufrimiento de los gazatíes se ve agravado por la sensación de que los árabes de toda la región no entienden cómo es realmente la vida bajo Hamas: “Muchos medios de comunicación [árabes] trabajan para Hamas”. Según contó, los terroristas son presentados “como héroes”. Mientras tanto, “si eres un ciudadano de Gaza que dice: ‘No quiero la guerra’, te tachan de traidor”.